Opinión

Morir con dignidad debería ser ley, la urgen los enfermos terminales

Esta reflexión sobre la urgencia de la ley que ha esperado 28 años en el Congreso es aún más sentida porque carga el dolor de una experiencia familiar

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abril 03, 2025
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Mi papá siempre me dice que lo único que no tiene solución es la muerte. No lo dice por cobardía, lo dice como un principio existencial, como una verdad de a puño que lo acompaña desde niño: hay que servir, hay que buscar salidas para ayudar, encontrar soluciones, intentarlo todo, insistir, persistir y nunca desistir, porque casi todo en la vida tiene remedio. Menos la muerte.

Pero ahora, sin proponérselo, como si sus palabras hubiesen sido premonitorias, él me da una de las lecciones más profundas y estructuradas de este largo viaje. Tal vez una de las últimas, y desde el fondo de mi alma de niño e hijo ruego en silencio que no sea así. Pero esta enseñanza es de esas que cambian para siempre la forma en que uno mira la vida.

A la muerte hay que aceptarla sin miedo, sin dolor acumulado, sin dejarle a ella la elección. El derecho a morir dignamente es un derecho fundamental que no glorifica la muerte, sino que defiende la vida de manera consciente y respetuosa. La eutanasia en Colombia no está mencionada expresamente en la ley ni en la Constitución.

En 1997, la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia para pacientes terminales que la solicitaran libremente. Ese fallo cambió la jurisprudencia al reconocer el sufrimiento humano y permitir el acceso a la eutanasia también para personas con enfermedades graves e incurables, así como para niños y adolescentes en casos de sufrimiento claro. La jurisprudencia ha superado la ley: los magistrados han hecho el trabajo que los legisladores no se atreven a hacer.

El Congreso ha evitado decidir sobre la eutanasia repetidamente. Desde 1997, más de quince proyectos de ley han sido presentados. Todos fracasaron. El último intento, en marzo de 2025, falló por apenas cuatro votos. Y lo peor: cincuenta congresistas ni siquiera asistieron. Ese vacío no es omisión. Es desprecio.

La falta de acción afecta la voluntad popular y los principios democráticos del debate. Recientemente, ocho congresistas archivaron la reforma a la salud sin permitir que el país la discutiera. En este contexto, donde están en juego la vida y la salud, cabe preguntarse si el Congreso representa realmente a las mayorías. La democracia legislativa está hoy en manos de unos pocos que bloquean los debates y se niegan a participar activamente. Prefieren mantenerse en sus esquemas de seguridad y subirse a sus camionetas blindadas para atropellar, con su omisión legislativa, a los colombianos más vulnerables.

Seamos claros: la falta de legislación no elimina el derecho a morir dignamente, pero sí añade sufrimiento, angustia, trámites innecesarios y batallas legales. Hace que todo sea más trágico, más cruel, más difícil de ejercer. Porque después de haber enfrentado una de las decisiones más duras que un ser humano y su familia pueden asumir, la dignidad en el final de la vida, por falta de ley, ahora tienen que rogarlo por tutela.

Quienes se oponen a la eutanasia, cuando alegan, argumentan que la vida es sagrada y que solo Dios decide cuándo termina. Otros temen que se abra la puerta a excesos, a presiones encubiertas, o que el sistema de salud la convierta en una salida fácil ante la falta de recursos. Especialmente ahora, cuando el sistema está en crisis.

Al negarse a discutir la reforma a la salud, agravaron la carencia de cuidados paliativos, ¿con qué cara dicen que la eutanasia no debe regularse porque no hay garantías para que no se abuse de ella?

Pero si lo pensamos bien, los mismos legisladores que archivaron la reforma a la salud podrían estar en un conflicto de interés al oponerse a regular la muerte digna. Al negarse a discutir esa reforma, agravaron la carencia de cuidados paliativos. Entonces, ¿con qué cara vienen ahora a decir que la eutanasia no debe regularse porque no hay garantías para que no se abuse de ella? Ellos mismos provocaron esas carencias. Estarían alegando en contra de su propia negligencia.

Los argumentos a favor de la vida son válidos, sí. Pero no deben imponerse sobre la autonomía de quienes ya no pueden más. Hay personas que no quieren morir: simplemente no pueden seguir viviendo así. Filósofos como Stuart Mill, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Peter Singer han defendido la libertad personal y la dignidad del ser humano, recordándonos que la moral está también en aliviar el sufrimiento, no en prolongarlo por mandato.

Este debate no es sobre la muerte. Es sobre la vida, hasta el final. Nadie está obligado a sufrir para morir. Y quien decide enfrentar su muerte con conciencia y sin dolor, no debería tener que rogar por ese derecho. Morir dignamente es, para algunos, la última forma de vivir en libertad.

En un país que ha vivido tanto dolor, ojalá pronto entendamos que respetar esa elección, la de la muerte digna, no nos quita nada. Por el contrario, nos vuelve un poco más humanos.

Gracias, Papá.

Del mismo autor: Declarar la emergencia en salud: una salida legal ante el colapso

@HombreJurista

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