La soberbia de Petro lo condujo al fracaso como presidente

Petro llegó con promesas de cambio, pero su mandato se diluye entre improvisación, soberbia y fracturas. Una ilusión rota que dejó al país más polarizado

Por: Daniel Peralta
mayo 26, 2025
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La soberbia de Petro lo condujo al fracaso como presidente

Cuando Gustavo Petro llegó al poder en 2022, muchos pensamos que la historia, finalmente, se estaba escribiendo con otras manos. Por primera vez, un presidente de izquierda, con un discurso de transformación social, justicia y dignidad para los olvidados, tomaba las riendas de Colombia. Fue un momento de esperanza, una ruptura con el pasado político de Colombia que siempre se preocupó por otras cosas pero no por el pueblo. Un cambio que, creímos, podía ser real. Hoy, apenas tres años después, esa ilusión yace en ruinas, entre las dunas de la duda y la improvisación. 

Petro no fracasó porque lo atacaron desde el principio, ni porque la "oligarquía"  o las "mafias" no lo dejaron gobernar. Fracasó por soberbio, por mediocre, por haber confundido el liderazgo con la soberbia de creerse mejor que los demás. Porque en lugar de construir, prefirió pelear. En lugar de convocar al país, se encerró en su torre de Twitter (hoy X). Quiso refundar Colombia a punta de discursos, pero olvidó que el poder no transforma si no se traduce en resultados concretos y tangibles.

Se rodeó de ineptos y lambones. Entregó el cambio a los mismos políticos que decía combatir, como los 'ex' uribistas Roy Barreras y Armando Benedetti. Nombró ministros sin méritos, sin ningún tipo de conciencia sobre el sentido de lo público, traicionó las promesas de transparencia, y convirtió su gobierno en una feria clientelista más. ¿Era este el cambio? ¿Este era el progresismo que tanto soñamos? Hoy su Gobierno se desmorona, sus reformas naufragan, sus antiguos aliados hoy se convierten en sus más recalcitrantes opositores como Luis Carlos Reyes o Álvaro Leyva y su figura se derrumba bajo el peso de su propia mediocridad e improvisación. 

La reciente convocatoria a una consulta popular es el síntoma más claro del desvarío institucional que hay en el Gobierno. Si bien hay reivindicaciones justas en favor de los trabajadores, nadie en su sano juicio puede creer que este Gobierno, desgastado, dividido y con un mínimo capital político, tenga la fuerza para mover semejante maquinaria institucional. Petro insiste en quemar sus últimos cartuchos en una consulta que difícilmente será realidad, o que, en el peor de los casos, terminará como otro fracaso costoso y simbólicamente devastador.

Es un acto desesperado, no de liderazgo, sino de obstinación. Lo más grave no es que Petro haya fallado. Lo verdaderamente trágico es que con él se hunde una posibilidad única. Esta era la oportunidad de demostrar que otro país era posible. Que los excluidos podían gobernar con inteligencia, con ética y con grandeza. Pero Petro, en lugar de abrir la puerta a futuras izquierdas, a los liderazgos que necesita el país, les cerró la puerta con candado y tiró la llave al río del cinismo.

La reacción ya se siente. La extrema derecha gana terreno con cada error del Gobierno. Y no por sus méritos, sino por el desastre que está dejado Petro a su paso, con cada escándalo, con cada palabra o frase fuera de lugar. La frustración política nacional es el caldo de cultivo perfecto para que surjan autoritarismos, (los cuales están hoy día de moda en el mundo) que capitalice el desencanto y venda soluciones fáciles a problemas complejos. Petro no solo perderá el poder, dejará como herencia un país más polarizado, más escéptico y más dispuesto a entregarse al populismo de derechas. 

Se perdió la oportunidad histórica. No habrá segunda chance. Y cuando el péndulo regrese (porque lo hará), no lo hará hacia la izquierda democrática, sino hacia la mano dura, el resentimiento y la revancha. Petro será recordado no como el líder que transformó a Colombia, sino como el que hizo imposible volver a creer.

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