Cuando Donald Trump habla, tiembla Wall Street. Cuando actúa, retumban las embajadas. Su decisión de imponer un arancel del 50%, medida que no solo es una bofetada comercial al país sudamericano, sino también una advertencia política con nombre propio: Jair Bolsonaro. El presidente republicano no castiga a Brasil por sus cifras macroeconómicas, sino por lo que él considera una traición judicial contra un “aliado ideológico”. El mensaje es claro: “toquen a los nuestros y prepárense para las consecuencias”.
Es la política elevada al altar de la lealtad. No importa si el juicio a Bolsonaro tiene o no méritos jurídicos —que, en todo caso, lo decidirán los jueces brasileños—. Lo que importa es que su procesamiento se interpreta como una vendetta de las élites progresistas, de la izquierda global, que va por la cabeza, de quienes alguna vez se atrevieron a gobernar desde la derecha con mano dura y sin complejos.
El caso inevitablemente se conecta con Colombia. Aquí, Álvaro Uribe Vélez enfrenta un juicio que ha sido aplaudido por sectores de la izquierda y criticado por buena parte del país que aún ve en él al gran salvador de la patria. No se trata de impunidad, sino de proporciones. Lo que para unos es justicia, para otros es persecución. Y la justicia, cuando pierde su equilibrio y se transforma en vendetta política, se vuelve una amenaza para todos.
¿Podría Colombia vivir una represalia parecida si las derechas globales se reagrupan? ¿Qué pasaría si Trump regresa, ve en el juicio a Uribe un símbolo del mismo proceso que hoy afecta a Bolsonaro? No es descabellado pensarlo. Trump es un hombre de gestos extremos. Si castiga a Brasil por tocar a Bolsonaro, ¿por qué no presionar diplomáticamente a Colombia si considera que están llevando a Uribe al patíbulo por motivaciones políticas?
Lo que está en juego no es solo el futuro judicial de Uribe o Bolsonaro, sino la legitimidad de los sistemas que dicen ser democráticos, pero actúan como herramientas de ataque político. A los líderes se les puede cuestionar, juzgar e incluso condenar si hay pruebas. Pero cuando los procesos se convierten en linchamientos mediáticos, cuando la justicia parece al servicio del poder de turno, la confianza se quiebra y la polarización se multiplica.
Colombia debe tomar nota. Si cae Uribe, no por justicia, sino por cálculo político, se abrirá una caja de pandora que terminará devorando incluso a quienes hoy celebran. Porque después del uribismo, vendrá el turno del petrismo. La historia enseña que el péndulo nunca se queda quieto.
En Brasil, la espada de Damocles cayó sobre Bolsonaro y Trump, con su arancel, convirtió el caso en una cuestión de lealtades internacionales. ¿Quién alzará la voz por Uribe cuando llegue el momento definitivo?
Ojalá no tengamos que pagar con un alto costo económico el precio de una persecución disfrazada de justicia.
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