Muy cerca de Bogotá está el pueblo más caliente de Colombia ¿Dónde queda?

A dos horas de Bogotá, Jerusalén combina calor sofocante, historia y una tranquilidad que enamora a propios y visitantes

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julio 16, 2025
Muy cerca de Bogotá está el pueblo más caliente de Colombia ¿Dónde queda?

Muy cerca de Bogotá, a dos horas y media de la capital, en el corazón de Cundinamarca, está Jerusalén, el pueblo considerado como el más caliente de Colombia. En Jerusalén el calor no es un rumor ni una exageración: es una certeza que se siente desde las primeras horas de la mañana. Sobre las 10 de la mañana de casi todos los días el termómetro roza los 34 grados y hacia la tarde puede alcanzar picos de hasta 46 grados centígrados. Sorprende descubrir que no está en la costa, ni en el desierto, sino en plena Cordillera Oriental, en la provincia del Alto Magdalena, rodeado de colinas áridas y árboles retorcidos por el sol.

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El camino desde la capital transcurre entre verdes valles y pueblos tradicionales como Tena, La Mesa, Anapoima y Apulo, hasta que la vegetación comienza a cambiar y el aire se vuelve seco y abrasador. Jerusalén aparece entonces como una mancha de casas blancas y techos rojizos, en un paisaje dominado por el bosque seco tropical. Las vías de acceso son buenas, anchas y limpias; los habitantes, orgullosos de su tierra, han convertido este pequeño municipio en el primer territorio ecosostenible del país, con paneles solares, recolección de aguas lluvias y programas de reciclaje visibles en cada esquina.

Pese al calor sofocante, la vida en Jerusalén transcurre con una calma que parece inmune a las temperaturas extremas. En la plaza principal, los niños corren detrás de un balón, los mayores se refugian bajo la sombra de los árboles y las familias conversan entre risas mientras disfrutan de bebidas heladas. Todo parece organizado, limpio y cuidado. En las calles no se ve basura y los puntos de reciclaje invitan a separar botellas y plásticos con naturalidad, como parte de una rutina que habla de la conciencia colectiva.

El pueblo tiene algo de historia también. Aquí estuvo la antigua hacienda Andorra, que perteneció al expresidente Rafael Reyes y desde donde, a comienzos del siglo XX, se tomaron decisiones para el país. Hoy esa hacienda colonial, aunque deteriorada, conserva su arquitectura imponente: ventanales enormes, corredores amplios, muros cubiertos de musgo y patios invadidos por la maleza. Todavía guarda el eco de otros tiempos, mezclado con el canto de los murciélagos que ahora se refugian en su interior.

Jerusalén no sólo desafía al sol, también desafía las expectativas. Quien llega esperando un pueblo olvidado por las autoridades o sumido en la pobreza se sorprende con un lugar ordenado y lleno de vida. Aunque pequeño —apenas 2.700 habitantes—, sus calles amplias y sus casas pintadas de colores transmiten una sensación de dignidad y pertenencia. La mayoría de la población se dedica a la agricultura, a pesar de que los veranos prolongados a veces dañan las cosechas. Aun así, los locales han aprendido a convivir con el clima extremo y a aprovechar los recursos naturales con ingenio.

El bosque seco tropical que rodea el pueblo está salpicado de enormes árboles que regalan sombra y alivian las caminatas al mediodía. En medio de ese paisaje árido, un riachuelo forma pequeños pozos de agua donde los visitantes se refrescan, fascinados por la belleza del lugar. Allí, lejos del centro, el calor se siente menos feroz gracias a la vegetación abundante y la brisa suave que recorre los senderos.

Quizá lo más llamativo de Jerusalén no sea su calor, sino la vitalidad de su gente. Muchos superan con facilidad los 80 o 90 años y siguen trabajando en los campos o preparando arepas de maíz pelado, siguiendo las recetas de siempre. La alimentación natural, la tranquilidad y el aire limpio parecen ser la fórmula secreta para esa longevidad. La vida aquí no corre, sino que se extiende sin prisa, acompañada por los rituales sencillos del día a día.

A pesar de sus temperaturas extremas, Jerusalén es un ejemplo de adaptación y orgullo. Entre el calor sofocante y la calma de sus habitantes, este pequeño municipio demuestra que el sol puede ser un desafío, pero también una fuente de energía y vida. Y aunque para algunos visitantes sea imposible imaginarse viviendo aquí, para quienes nacieron en sus calles no hay mejor lugar en el mundo.

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