No todo es tan malo por estos días como para solo tener que ver, oír y saber de Alfredo Saade, el pastor jefe de gabinete de gobierno, con esa imagen insólita de predicador de desastres y repartidor de agresiones, o como para tener que seguir asistiendo a encuentros tan vehementes y destructivos como el que se dio el pasado 20 de julio en el Congreso, entre unos y otros.
Ciertamente hay escapes reconfortantes: el primero de ellos Delirio, la novela de Laura Restrepo llevada a la televisión en forma de serie y emitida por Netflix. No son muchas las adaptaciones audiovisuales que alcanzan a tocar el alma de la obra original, pero vaya que cuando lo consiguen acarician y se dejan acariciar.
Una producción colombiana, o en su mayoría colombiana, que realmente lo lleva a uno de la mano al lugar sin límites de la depresión y hasta de la esquizofrenia, pero entre la belleza profunda de personajes que se regocijan en el amor, con sus desgracias y todo, pero en el amor en fin, con una buena dosis de solidaridad y encuentro, porque nadie habita con un loco, ni se enreda en las alas de este, sino está igual o peor de loco.
Recuerdo a Ginsberg y a Kerouac: “Vi las mejores mentes de mi generación consumidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas…”; “…y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.
Es un deleite la manera en la que esta serie te conduce al lado de una bella mujer, extraviada y lúcida a la vez, a un mundo propio entre su mente, y también a una época, una época que está fresca en la memoria en medio y finales de la década de los ochenta cuando Colombia se enzarzaba del todo en el narcotráfico que fue invitado a entrar por la puerta o se introdujo por las rendijas de la casa de tantas familias de renombre y sin nombre.
Justo un día antes, Medea, otra adaptación, en este caso de la tragedia griega a la danza contemporánea, otra mujer extraviada e hipnótica; aquella furia de los celos que lleva a la locura: Alegraré mi corazón injuriándote y sufrirás escuchándome, es la sentencia de Medea, cosas que a veces toca vivir, y que se ve en plenitud en los vuelos de este llamativo montaje de danza – teatro (Centro Nacional de las Artes – Teatro Colón).
Y ni qué decir hay de la fuerza del festival de música del pacífico Petronio Álvarez, con su presentación en Bogotá a 2.600 de altura en el Julio Mario Santo Domingo, entre un teatro lleno de cachacos, cachacos felices, bailando tiesos, pero eso, felices. ¡¡El derroche de belleza en pleno!!
En fin, todo eso entre el 18 y 19 de julio, justo antes de la bochornosa transmisión del 20 de julio en el Congreso, otro 20 de julio difuso, entre una historia difusa de un país bello y confundido entre otra locura.
Anuncios.
Anuncios.