Colombia vive una profunda paradoja política: por un lado, asistimos a cambios generacionales, emergen nuevos liderazgos y aparecen problemas públicos que cuestionan la orientación tradicional de nuestra vida colectiva. Por otro lado, nos repetimos en viejas fórmulas y contradicciones: heredamos conflictos sin resolver, rencillas históricas y modelos políticos que se reciclan sin ofrecer salidas reales. Un ejemplo elocuente: seguimos atrapados en la misma disyuntiva sobre cómo enfrentar a los grupos armados que dominan regiones del país a través de economías ilegales. ¿Guerra o paz? esa es la pregunta que reaparece en cada ciclo electoral, como si no hubiéramos aprendido nada en décadas e incluso siglos de violencias; todo indica que las elecciones del 2026 volverán a estar atravesadas por esta dicotomía, profundizando divisiones que no logran ofrecer caminos sostenibles hacia la reconciliación.
Mientras tanto, la esfera pública sigue siendo frágil. La política partidista se reduce a confrontaciones entre élites, amplificadas por medios de comunicación y redes digitales donde reina la polarización, frente a esto, la mayoría de la ciudadanía permanece apática, frustrada o atrapada en la precariedad cotidiana. La democracia electoral se vuelve un ritual cada vez más desconectado de la vida real de los territorios, donde fallan tanto los gobiernos en sus ejecutorias como la ciudadanía en su capacidad de control, veeduría y participación informada.
Hemos olvidado que la democracia no es solo un mecanismo institucional para distribuir el poder, es, sobre todo, una forma de vida compartida que se construye en el día a día, en las conversaciones de la escuela, del barrio, del trabajo; una democracia sin vínculos con la vida cotidiana se convierte en un aparato anquilosado, incapaz de ofrecer horizontes comunes y fácilmente capturado por formas de dominación. ¿Qué hacer frente a esta encrucijada? La respuesta no está en repetir las viejas recetas, mientras los desafíos se multiplican: crisis ecológicas, migraciones forzadas, exclusiones étnicas y de género, violencia persistente, precariedad laboral y urbana. Frente a estos problemas, la política institucional sigue actuando de forma marginal, mientras se reproducen prácticas clientelistas y caudillistas que distorsionan el sentido profundo de la democracia.
Una de las grandes ausencias en este periodo ha sido la reforma estructural de la educación, que sigue postergada
Sin embargo, allí está una de las claves más poderosas para el cambio: renovar las bases de la formación política democrática, para abrir paso a nuevas formas de vivir en común, en medio de la diferencia. Aquí es útil recordar al filósofo John Dewey (1859–1952), uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Dewey entendió la educación no como una simple transmisión de contenidos, sino como una estrategia de transformación democrática. En sus obras Democracia y educación y El público y sus problemas, propone una idea central: la democracia no es solo un sistema de gobierno, es un modo de vida que se aprende, se cultiva y se fortalece desde la experiencia cotidiana y la participación activa.
Inspirados en Dewey, podemos imaginar una transformación social y política de Colombia que empiece por la educación para la democracia. Una que supere el modelo electoralista instrumental y reactive el sentido colectivo de lo público. Una que no solo forme votantes, sino también ciudadanos críticos, solidarios y comprometidos con los bienes comunes. Por eso, junto con el abordaje de las urgencias ambientales, la salud, la seguridad y la soberanía alimentaria, afirmo que la gran prioridad de una nueva agenda política debe ser la educación, entendida como base cultural y ética de la coexistencia. Es necesario insistir en vías reflexivas y creativas, distintas de la indiferencia o la desconfianza, para buscar nuevas formas de convivencia y construcción de lo común en Colombia.
Ver: Dewey, J. (2021). Democracia y educación: Una introducción a la filosofía de la educación (J. P. Marín, Trad.). Editorial Cactus. Y Dewey, J. (2018). El público y sus problemas (J. Jiménez Redondo, Trad.). Editorial Morata.
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