Petro, la palabra como arma y la prensa como campo de batalla

Petro falla en comunicación por su estilo confrontador, mientras los medios amplifican errores y silencian logros. En Colombia, la opinión supera a la información

Por: Lizandro Penagos
julio 28, 2025
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Petro, la palabra como arma y la prensa como campo de batalla
Foto: Presidencia

Ya va siendo hora de comenzar a perfilar el balance consolidado del gobierno nacional y en términos de prensa esta administración ha fallado de manera recurrente y en buena medida por el talante del presidente de la república, que da papaya sin tregua alguna. Y no tanto por sus decisiones, sino por sus dicciones: sufre incontinencia retórica y –como todo político de raza– una megalomanía que le impide atender recomendaciones en el ámbito de las comunicaciones.

El primer mandatario de los colombianos sirve su cabeza todos los días al periodismo rapaz que como un hervidor de buitres sobrevuela cualquiera de sus declaraciones a la espera del desliz para comenzar el festín. Y él lo sabe. Creo que lo planea con cínico estoicismo y hasta lo disfruta con algo de retorcida satisfacción, cuando ve cómo esa estela de chulos ingiere y rumia una y otra vez solo fragmentos de su oratoria, con los que reelaboran su discurso desequilibrado, antiético, opositor y falaz.  

Ya es bien sabido que el poder comienza con el lenguaje y no en las urnas; además de sacarlo de contexto y editar sus declaraciones a conveniencia –una vieja estrategia del periodismo amarillista y farandulero, no siempre negativa o malintencionada– ahora tergiversan la información sin vergüenza alguna, modifican los datos, manipulan los testimonios, desconocen las investigaciones y sentencias, obvian los reconocimientos, opacan los logros y ponen de manifiesto que les resulta imperdonable que Gustavo Petro (un hombre de las bases) haya logrado llegar a la presidencia y no solo mantenerse, sino demostrar que es posible hacer las cosas al derecho y no solo para la derecha; y que a pesar de los yerros, no se consolidaron los nefastos vaticinios que auguraban una catástrofe de dimensiones apocalípticas para el país.

(Hay suficientes cifras que soportan la afirmación y claro, también datos que corroboran sus desaciertos). La cuestión es que de su discurso recio y popular (habla como se habla en las barriadas y sí, populista, como la derecha), de su verbo inquisidor, de su sarcasmo burlesco, de su ironía ofensiva y de esa revisión histórica que les desnuda su ignorancia, los periodistas serviles extraen apartes que estratégicamente utilizan para hacer simple propaganda sucia y tramposa.  

Ya es de público conocimiento que el primer mandatario de los colombianos encontró en la red social equis, su medio de comunicación más directo con la ciudadanía. Y tiene sentido, porque gracias a la profusión informativa derivada de las nuevas tecnologías, puede hacerle contrapeso a los medios tradicionales, que podrán tener la potestad absoluta sobre la producción de sus contenidos, pero no sobre los consumos; pues son inobjetables las evidencias de los entramados de corrupción que se mueven en negocios legales que dependen de los recursos públicos de la nación y que engrosan los diversos intereses de sus propietarios. El reenfoque tardío del Sistema de Medios Públicos (RTVC) y la transmisión en directo de los consejos de ministros ha ayudado, pero Gustavo Petro –lo mismo que Uribe– son, en términos de comunicación, animales políticos inmanejables.

Ya va quedando claro para más personas que la situación histórica de Colombia no obedece a un sino trágico colonial anclado en la violencia que ha mutado infinita y que solo cambia de ropajes, ni a falta de recursos naturales o monetarios, ni a pobreza histórica insalvable, ni a exclusivas presiones internacionales y ni siquiera a cuestiones ideológicas.

No. Aquí lo que pasó es que la democracia terminó inhibida por la codicia y manejada por la corrupción; la burocracia corriente sustituida por cargos estratégicos, sobre todo en los entes de control; la rancia oligarquía permeada y ampliada por los nuevos ricos y los viejos arribistas; y la plutocracia empotrada con mafias de todo pelambre. Y todo por cuenta del entramado de unos clanes politiqueros que se enquistaron, hicieron metástasis, convirtieron el Estado en un botín permanente y que operan con todos sus tentáculos para no soltarlo. Y ahí están ciertos medios y periodistas ayudándoles con esa funesta tarea.

Ya basta de considerar que lo anterior es agraviar, ofender, mancillar, ir en contra de la libertad de prensa o de información, o de los que producen; o que decir las cosas sin matices políticamente correctos es hablar desde el resentimiento y el odio; o la manida lucha de clases y el discurso mamerto; porque lo que va quedando a la luz no es una cuestión que resulte de estar ubicado a la izquierda o en la derecha, tampoco en el centro, es hablar con base en información y pruebas que están para cualquiera que se informe sin sesgos. La idea sembrada de que este gobierno ha sido desastroso o que es una impoluta maravilla, no pasa de ser eso: una idea que demuestra un profundo irrespeto y desconocimiento por el otro y su posición. No es cuestión ni de peleas, ni de vainazos, ni de condenas públicas, ni de agresiones en redes: una sociedad que no es capaz de debatir con argumentos está condenada.

En Colombia hoy hay más opinión que información, hay más discurso ideologizante que reflexión. Y, aun así –o a pesar de ello–, parte de la sociedad pareciera estar convencida de que la realidad que construyen los medios tradicionales es verdadera, aunque su discurso sea falso y moldeado por intereses particulares. Y eso lo hacen todos los partidos y todos los políticos.

En oposición o en gobierno. Basta preguntarle a cualquier plataforma de inteligencia artificial –que no es inteligencia, pero sí artificial– por el balance de este gobierno, y la respuesta es de lejos mucho más equilibrada que la de la mayoría de los que ya dejaron de leer esta columna. Nadie tiene una cifra exacta para generalizar, solo algunos indicadores desde los que cada líder de opinión arma la estrategia de persuasión que replican los incautos. La información hay que respetarla, ponderarla, contrastarla y someterla al análisis. ¡Los datos matan el relato! Y la opinión no es información, eso es solo un buen slogan.

Como un Prometeo encadenado a la roca presidencial, no por castigo divino (¡o tal vez, víctima de tanto agravio!) sino por decisión propia y la elección de sus votantes, a Gustavo Petro (que no está haciendo nada diferente a lo que prometió) los buitres le seguirán devorando el hígado un año más; porque su castigo ha sido atreverse con carácter, sarcasmo e ironía, a develar la putrefacta historia de la política nacional.

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