Bajo la sombra del apellido Uribe, Tomás y Jerónimo comenzaron a moverse en el mundo empresarial mucho antes de que los titulares los señalaran como herederos de una fortuna creciente. Eran los años en que Álvaro Uribe Vélez, recién llegado a la presidencia, ponía al país en el centro del debate político, y sus hijos, todavía jóvenes, encontraban en los negocios un camino propio. O al menos eso parecía.
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El primer gran golpe de suerte —o de estrategia, según quien lo cuente— llegó con unos lotes en Mosquera, Cundinamarca. Los compraron por 34 millones de pesos, una cifra modesta para quienes ya tenían aspiraciones más grandes. Pero dos años después, cuando el uso del suelo cambió y esos terrenos fueron declarados “Zona Franca”, la valorización fue tan descomunal como polémica: más de tres mil millones de pesos de ganancia quedaron en sus cuentas, con un solo movimiento.
Pero no fue ese su punto de partida. Mucho antes de que los millones llegaran con tanta facilidad, ya habían dado los primeros pasos como empresarios. En 2002 fundaron Sapia S.A.S., una compañía dedicada a las artesanías. El negocio creció con fuerza: llegaron a tener diez tiendas en Bogotá y exportaciones a varios países. Durante años, Sapia fue la vitrina con la que se presentaron al país como jóvenes emprendedores, hasta que en 2016 vendieron la empresa, tras alcanzar ventas anuales por más de seis mil millones de pesos.
La siguiente jugada los llevó a un terreno menos romántico, pero mucho más lucrativo: la basura. En 2003, con un capital inicial de apenas diez millones de pesos, crearon junto a otros socios Residuos Ecoeficiencia S.A., una compañía que empezó comprando cartón para venderlo en cajas. Pronto entendieron que el verdadero negocio estaba en otra parte: la gestión de residuos industriales para grandes compañías. Postobón y Cervecería Leona fueron los primeros clientes en una lista que no dejó de crecer. Para 2008, la empresa ya tenía más de 30 contratos y un capital de dos mil millones. Cuatro años más tarde, sus ingresos anuales habían saltado de 23 mil a 43 mil millones de pesos.
El ascenso no estuvo exento de tropiezos. Ecoeficiencia terminó enfrentando líos con la Dian, que le impuso multas superiores a cinco mil millones de pesos. Aun así, la compañía los consolidó como referentes del manejo de residuos industriales en el país y los catapultó a la categoría de multimillonarios.
El dinero generado sirvió como combustible para nuevos proyectos. En 2015, los hermanos Uribe Moreno se asociaron con inversionistas estadounidenses de Jaguar Capital para levantar una cadena de centros comerciales bautizada “Nuestro”. El primero abrió en 2016, en Montería, una ciudad que conocen de memoria por los años que pasaron en la hacienda El Ubérrimo, propiedad de su padre. Luego vinieron Soledad, Apartadó, Cartago y, en 2021, Bogotá, con lo que ya suman cinco centros comerciales en operación.
De la sociedad con Jaguar Capital nació una inquietud más grande, casi inevitable: dar el salto a un negocio más ambicioso y con un pie puesto en la tecnología, La Haus. En 2017, junto al mexicano Rodrigo Sánchez-Ríos y otros socios, fundaron una plataforma digital para comprar, vender y arrendar inmuebles en Colombia y México. El negocio atrajo capital de gigantes internacionales: Jeff Bezos, fundador de Amazon; David Vélez, creador de Nubank; Gabriel Gilinski y Simón Borrero, el cerebro detrás de Rappi, se sumaron como inversionistas. También entraron fondos como NFX Capital, Trulia, Acrew Capital y Kaszek Ventures.
Hoy, La Haus se ha convertido en una de las startups inmobiliarias más sonadas de la región, y con ella los hermanos Uribe terminaron de tejer la imagen de empresarios con alcance global. La historia de Tomás y Jerónimo no parece una línea recta, sino una madeja de caminos que se fueron cruzando sin aviso. Alguna vez comenzaron vendiendo artesanías en tiendas pequeñas, con vitrinas llenas de colores y manos anónimas detrás de cada pieza. Después se metieron, casi sin darse cuenta, en el negocio de la basura, y descubrieron que en los desechos de otros podía haber una mina. Más tarde compraron unos lotes que nadie miraba dos veces y que, con un cambio inesperado, se transformaron en una fortuna.
Luego levantaron centros comerciales en varias ciudades, llenando de concreto y luces los terrenos vacíos, hasta terminar en un mundo completamente distinto: una plataforma digital que hoy mueve el mercado inmobiliario. Cada paso, calculado o por puro instinto, fue sumando ceros a su cuenta y dándoles un lugar en el tablero de los grandes negocios. Y mientras su padre carga con una condena que lo sigue como una sombra larga, los proyectos de los hermanos no dejan de crecer, sostenidos por una red de empresas que parece hecha para que su riqueza ya no dependa solo del apellido que llevan.
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