Los supermercados regionales en Colombia ya no son simples negocios de barrio. En silencio, sin campañas ruidosas ni expansiones desbordadas, han ido ganando terreno en ciudades intermedias y capitales, quitándoles clientes poco a poco a los gigantes supermercados tradicionales como el Éxito, que desde hace menos de un año le pertenece a la familia salvadoreña Callejas o a la Olímpica, el meganegocio que la familia Char fundó en 1953.
Pero hoy, algunos de estos nombres de supermercados que parecen pequeños ya están colados entre las mil empresas más grandes del país por cuenta de sus ingresos, y uno de ellos, el Zapatoca, se destaca como el más vendedor de aquel grupo.
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Zapatoca, nacido y crecido en Bogotá, pero con alma santandereana, ha superado la barrera de los $700 mil millones en ventas anuales. Con sus actuales 18 establecimientos, la mayoría en Bogotá, y sus más de 1.400 empleados, es el rostro más visible de una revolución silenciosa: la de las marcas locales que se volvieron poderosas sin renunciar a su esencia de tienda cercana.
Un arranque con estantes fiados
Zapatoca empezó en 1980, en un local modesto en el barrio Santa Isabel, en el sur de Bogotá. Era apenas una tienda con cuatro estantes y una nevera, ambos adquiridos fiados. Los fundadores —tres hermanos y sus familias: Pinilla Rodríguez, Pinilla León y Pinilla Chávez— habían llegado desde Santander con la intención de salir adelante en la capital. La idea era simple: crear una tienda con buen servicio para los vecinos. Lo que no imaginaron fue que, más de cuatro décadas después, ese pequeño local se transformaría en una red de supermercados reconocida y querida por miles de familias bogotanas.
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Al principio, el objetivo era sobrevivir. A punta de madrugadas y trasnochadas, turnos largos y un enfoque obsesivo en el cliente, lograron lo que parecía improbable: crecer sin perder la identidad. Hoy, Zapatoca está presente en barrios como Castilla, Pontevedra y San Fernando, y también ha llegado a varios municipios de Cundinamarca. El crecimiento lo han dicho ellos se dio a punta de capital externo ni inversiones millonarias: fue un paso a paso, reinvirtiendo las ganancias y sosteniéndose en la fidelidad del cliente.
A lo largo de sus 45 años, Zapatoca ha logrado lo que muchos intentan sin éxito: crecer sin dejar de ser una empresa familiar. Aún mantiene la misma sociedad inicial, lo que le ha permitido tomar decisiones con rapidez y mantenerse firme en sus principios. El foco ha sido siempre el mismo: ofrecer un surtido completo —desde frutas, verduras y carnes hasta panadería y productos farmacéuticos— y hacerlo con precios competitivos.
En sus tiendas no hay lujos innecesarios. Tampoco se encuentran pasillos desbordados de tecnología de punta. Pero sí hay un ambiente que combina eficiencia con calidez, surtido con precios bajos que es lo que realmente busca el vecino del barrio. Y eso, para muchos clientes, vale más que los programas de puntos.
Además de los productos de terceros, Los Pinilla también apostaron a sus marcas propias, con una línea de artículos que ha tenido buena acogida en las zonas donde tiene presencia. Esta estrategia le ha permitido ampliar márgenes, controlar calidad y, sobre todo, ofrecer precios aún más bajos en algunos productos clave.
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Una de las razones por las que sus clientes no se han ido —a pesar del auge de tiendas de descuento como D1 o Ara— es el servicio. Para quienes hacen mercado en Zapatoca, la experiencia de compra no se limita al precio. Hay asesoría, tiempo para elegir y personal dispuesto a ayudar. Y eso hace toda la diferencia. así lo ha dicho su gerente Oliver Pinilla, quien ya es la segunda generación de la familia al frente de la empresa.
Su portafolio también se ha adaptado. Aunque las nuevas tiendas ocupan espacios más pequeños, han conservado su surtido tradicional, que incluye desde carne hasta pan artesanal y medicamentos. Y en las sucursales más grandes, incluso se venden electrodomésticos. Todo con un objetivo claro: resolverle la vida al cliente en un solo lugar.
Una tienda que se volvió símbolo
Hoy, el nombre “Zapatoca” es sinónimo de barrio, de servicio amable, de buenos precios. Y ese prestigio no se construyó con pauta ni influenciadores. Se cimentó en la repetición de un gesto simple: abrir las puertas cada día, surtir los estantes con cuidado y tratar al cliente con respeto. Zapatoca es como una tienda de barrio, pero muy grande.
El camino no ha sido fácil. En 45 años de historia, han visto surgir y desaparecer competidores, han enfrentado crisis económicas, escasez de productos y hasta una pandemia. Pero nunca se apartaron del enfoque: crecer sin desbordarse, diversificar sin perder el rumbo, resistir sin renunciar a su esencia.
Zapatoca no está solo en esta historia. Euro Supermercados en Medellín, Mercacentro en Ibagué, Megatiendas en Cartagena, Supermú en Medellín, Mercamío en Cali y La Vaquita también en la capital antioqueña, son ejemplos de cómo las tiendas regionales pueden crecer al largo de los grandes almacenes nacionales y extranjeros. Estas tiendas conforman una camada de supermercados regionales que vendieron en conjunto cerca de $4 billones en 2023. De esos siete, seis ya se ubicaron entre las primeras mil empresas del país.
Estas marcas, con operaciones delimitadas a sus departamentos, lograron lo que parecía reservado a multinacionales: facturar miles de millones, generar empleo y consolidar una identidad propia. Su estrategia ha sido hablarle al barrio, entender la ciudad, responder con agilidad y ofrecer lo justo. Zapatoca, el líder del grupo por ventas, es una muestra de que en Colombia aún se puede construir empresa desde abajo. Que las raíces regionales, lejos de ser un límite, pueden ser un trampolín. Y que el futuro del comercio no solo se juega en los grandes supermercados de renombre, sino también en esas esquinas donde el tendero conoce al cliente por su nombre.
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