Opinión

Cuando los ríos suenan

En Colombia, las víctimas también son de agua. Sus historias gritan sin voz. Si los ríos hablaran, nos acusarían por abandono, por olvido, por traición.

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agosto 07, 2025
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Una mujer busca urgentemente un medio de comunicación, no exige cadenas nacionales ni cámaras HD, solo pide una visita mediática, que alguien con influencia la escuche para ver si las autoridades ayudan en su caso. Ella está dispuesta a hablar, incluso, puede mostrar en cámara su cuerpo desnudo y deseable, aunque le tiemble la voz y se le escurran las lagrimas, lo va a contar todo.

 Solo pide una condición innegociable y es que ella, llevará consigo a sus hijos al reportaje, para eso es que busca ayuda. Uno de sus hijos ya no abre los ojos, el otro perdio un pulmón y los demás, porque ella fue muy fértil; tienen la piel opaca, los huesos marcados, el cuerpo envenenado. Lo que sufre esa madre soltera no fue un ataque súbito, es algo lento, invisible, cotidiano, pasa en todos los estratos. Los hospitales no los atienden, la alcaldía no responde, y para los medios no hay historia, es una simple madre soltera con hijos moribundos.

Y no es la única historia pues a varios kilometros un señor transita encorvado, lleno de dolores, se queja en cada tramo, se arrastra serpenteando la indignidad. Lleva años así con la espalda abierta y el cuerpo cruzado por cicatrices antiguas. Todos saben que pasó, pero nadie quiere recuerdar los detalles de ese cuerpo torcido, cuando lo ven, todos bajan la mirada, es mejor no preguntar para no sentir pena ajena, ni vergúenza propia.

Tambien hay un niño en el norte seco del país, no juega, no habla, no ríe. Está esclavisado trabajando para una máquina que extrae agua. No para él sino para una mina, sí, en pleno siglo XXI, mientras su familia muere de sed, él bombea vida para una riqueza ajena que lo ignora. Nadie llega a rescatarlo, sigue resistiendo.

Y qué me dicen del anciano sabio, conocedor de muchas lenguas gracias a su entorno, ahora vigilado y controlado, ya nadie lo consulta, está bajo ataque y sospecha, los vecinos lo manipulan, cada vez más delgado y hambriento, esta solo y resiste.

En el centro hay un hombre moribundo que vive entre la basura, de solo ver las inmundicias que tiene pegadas da rasquiña, cuando pasa por ahí, su olor hace que todos huyan, vive en medio de lai gnorancia citadina, sin embargo, él resiste al egoísmo colectivo.

La madre soltera: es el rio Magdalena, matrona herida, fértil y olvidada.

El hombre encorvado: es el rio Naranjo, en Nariño, un cuerpo abierto por el abuso, memoria rota en el Pacífico.

El niño esclavizado: es el rio Ranchería, la esperanza de generaciones enteras robada mientras mueren de sed.

El sabio arrinconado: es el Amazonas, antiguo rio, vigilado, despojado de voz.

El hombre entre desechos: es el rio Bogotá, sombra de agua, cargando la basura de todos.

Colombia es un país de ríos que no solo riegan la tierra: los ríos riegan la vida. Son arterias de la seguridad alimentaria, de la soberanía, de la memoria y de la dignidad de nuestras comunidades. Desde el Magdalena en el norte, pasando por el Sinú, el San Jorge, el Ranchería y el Cauca, bajando por el Patía y el Mira en Nariño, cruzando hacia el oriente con el Meta, saludes a caño piojo en SanJuan de Arama; el Guaviare, el Inírida, el Guainía, el Apaporis, el Vaupés, el Putumayo y el Amazonas, ascendiendo desde el occidente con el Atrato, el Baudó y el San Juan, y extendiéndose por los ríos altos y fríos de Boyacá y Santander como el Chicamocha, el Lengupá y el Suárez, hasta los manantiales de San Andrés como el Tonino y el San Luis, la historia fluvial de Colombia es una historia de vida, de familias, de aguas que resisten a pesar de nuestra traición.

Ahora nuestra indolencia por los ríos llega al sur del país. El abandono del rio amazonas, que debería tener reconocimiento como sujeto de derechos y la falta de cooperación binacional en la triple frontera, Leticia, Tabatinga, Santa Rosa, afectan la soberanía, especialmente por la persecución a pueblos indígenas. El Amazonas es tratado como ajeno debido a su distancia de los centros de poder, pero el sur y la selva también son parte fundamental de Colombia y su soberanía.

Supongamos que, en una finca familiar, un vecino decide mover la cerca sin consultar ni avisar a los propietarios originales, apropiándose de parte del terreno e instalando su bandera. Cuando se hace el reclamo, como lo ha hecho el presidente Petro, se pide no exagerar ni generar conflictos. En este contexto, surge la pregunta de cómo deberían actuar los propietarios si estuvieran ante una situación similar respecto a la tierra y el agua de la familia: ¿aceptarían el avance del vecino o buscarían defender sus derechos sobre la propiedad?

Eso hace hoy el presidente Gustavo Petro: reclamar lo que es nuestro, defender lo que aún nos sostiene. No lo hace para provocar, sino para recordar que un país que no hace respetar su agua termina perdiendo su tierra. Porque la soberanía fluvial no se implora, ni se delega: se ejerce. Como nuestros ríos, que siguen resistiendo incluso cuando los olvidamos.

El derecho internacional respalda nuestra postura: la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce el derecho al medio ambiente sano y refuerza las obligaciones de los Estados ante el cambio climático. Por eso proponemos reconocer al río Amazonas como sujeto de derechos con guardianes binacionales, crear un protocolo fronterizo para proteger su cauce y cultura, exigir reparación por daños a las cuencas y fortalecer un comando ambiental.

Porque lo que se seca, se pierde. Y cada río que muere, es una patria que se rompe. Colombia es un país de ríos. Y los ríos, como la patria, se defienden.

@hombrejurista

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