En la elección legislativa de 2018, el Centro Democrático, con Álvaro Uribe Vélez como cabeza de lista sacó 2,5 millones de votos, el 23% de la votación. En la elección presidencial de ese año Iván Duque candidato del Centro Democrático ganó la Presidencia con 10.4 millones de votos, 54,3 % de la votación. En la elección legislativa de 2022 la lista cerrada de la coalición Pacto Histórico sacó 2,9 millones de votos, el 17 % de la votación. Ese año Gustavo Petro candidato de la coalición fue elegido presidente con 11,3 millones de votos, el 50.4% de la votación.
Es decir, los presidentes elegidos en las dos elecciones anteriores sacaron cuatro veces más votos que sus partidos, lo cual quiere decir que la voz cantante de la elección presidencial no está en el Congreso sino en la calle. Ambos presidentes tuvieron un apoyo minoritario en el Congreso y dado el tamaño de su votación se negaron a aceptar que tenían que formar un gobierno de coalición como requisito esencial para sacar adelante sus programas. Duque no pudo imponer al Congreso la agenda del Centro Democrático y cuando aceptó ese hecho ya era demasiado tarde, y Petro trató de hacer una coalición para reconocer la diversidad de su votación, pero el experimento estalló muy pronto en sus manos, para pasar a tratar de imponer sin éxito la agenda del Pacto Histórico.
La amarga lección de esos dos gobiernos es que un presidente sin mayorías parlamentarias tiene que crearlas, so pena de fracasar como gobernante; lección más que vigente porque nada indica que en la elección presidencial de 2026 vaya a pasar algo diferente, con mas veras cuando pocas veces se ha visto un divorcio tan grande entre los candidatos más opcionados y los principales partidos políticos. Es como si a propósito unos y otros quisieran seguir por caminos aparte.
Dada la dinámica política de esa elección, si se logra acordar ese candidato con apoyo del mundo parlamentario con seguridad pierde
Una consecuencia de ese alejamiento es que no tiene ningún sentido tratar de crear por parte de los principales partidos las condiciones para que haya un solo candidato que se enfrente al candidato del Pacto Histórico. Dada la dinámica política de esa elección, si se logra acordar ese candidato con apoyo del mundo parlamentario con seguridad pierde. Más probable y con más posibilidades de triunfo es que surja un fuerte candidato de opinión de entre varias posibilidades y se consolide en la consulta del 8 de marzo, cuando puede lograr apoyos partidistas puesto que esa consulta coincide con la elección parlamentaria y por supuesto, asegurar alianzas de peso para la primera vuelta del 31 de mayo.
No sobra recordar que en 2014 Juan Manuel Santos pasó a la segunda vuelta con 25,7 % de la votación (y era el presidente en ejercicio), en 2018 Gustavo Petro pasó a la segunda vuelta con el 25 % y en 2022 Rodolfo Hernández pasó a la segunda vuelta con el 28%. O sea, según la aritmética elemental, entre más candidatos haya más fácil que alguno con un fuerte apoyo en la opinión pueda disputarle la Presidencia al candidato del Pacto Histórico, que según esa misma aritmética tiene un puesto asegurado en la segunda vuelta, si el presidente Petro, como sucede con los caudillos políticos, tiene la capacidad de endosarle su capital electoral que ronda el 30% de la opinión. Sería entonces una contienda entre el 30% y el 70% restante, con el resultado aritmético previsible pues el Pacto Histórico está en sus platas y unifica a la oposición, que hoy son todos los demás.
Todo eso para terminar en el mismo llanito de las dos últimas elecciones presidenciales: un Presidente apoyado por la opinión con reducido apoyo parlamentario. ¿Será que esta vez el elegido entenderá que su primera condición para hacer un buen gobierno será formar una coalición fuerte en el Congreso, reunida alrededor de una agenda a la vez audaz y prudente de transición hacia una sociedad más próspera, equitativa y pacífica, que todos estamos esperando?
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