A lo largo de nuestra ensangrentada historia nacional los análisis sobre los más destacados hechos del atribulado acontecer de la patria han sido siempre parcializados, producto de una polarización enquistada en la genética de los colombianos por diversas reyertas ideologías y prácticas tradicionales que solo preparan al individuo para seguir y no para pensar; y acentuada hoy por las redes sociales, que llevan a una abrumadora mayoría a multiplicar mensajes con una descontextualización asombrosamente vergonzante. Cualquier suceso de esta índole debe ser analizado por lo menos en tres dimensiones: la jurídica o legal; la política o electoral; y la mediática. Sin embargo, la mayoría de la población se estanca en la última, porque con base en el entretenimiento, la atención hoy es un simple señuelo del algoritmo que ha creado una generación postalfabeta que repite sin pensar, sin línea argumentativa y con un razonamiento acaso emocional.
A todos ellos los mueve la pasión y no la razón. Una compulsión de existir a través de lo que publican. Yo existo, yo digo, yo soy. Sigo. Nada más. Un video corto, un cartel, un meme, un chiste, una animación… cualquier contenido que se produjo precisamente con el fin de ser viralizado, es multiplicado con tal de subirse en la cresta de la ola. Es una especie de moda, de existencia en apariencia vital, porque es ordenada por la tecnología, por el like, por la notificación, por el scroll, por el diseño estructural de una sociedad manoseada que se cree libre y no es más que un simple dato para la inteligencia artificial que se lo define e impone casi todo. Una sociedad cuya memoria, su lenguaje, su capacidad de concentración, su poder de decisión y su libertad, ya han sido afectadas por la estrategia de distracción digital, que es la nueva adición; y su terrible consecuencia: la creciente desigualdad cognitiva.
Puede ser el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el de Miguel Uribe Turbay o la condena a Álvaro Uribe Vélez; y a todos los une una condición: las mayorías siempre son manipuladas, persuadidas apara alinderarse, para ubicarse en los extremos dañinos y violentos donde se incuba y reproduce la violencia. No hay imparcialidad, no hay equilibrio –al que ahora se sataniza con la tibieza–, no hay ponderación ni mesura, no hay contexto; y por eso en el fondo no hay diferencia entre las vallas publicitarias de “Uribe es inocente” o “Fuerza Miguel” con los avisos puestos en la calle hace más de un siglo contra Rafel Uribe Uribe a quien llamaban “el Cónsul del Desprestigio”, por defender los intereses de la clase trabajadora. Los ataques más perversos contra político alguno en Colombia han llegado a las masas a través de la prensa, de los medios de comunicación, la diferencia es que hoy tanto receptores como medios encontraron un campo de batalla tan poderoso como sórdido: las redes sociales.
Decir que Petro mató a Miguel Uribe o condenó a Álvaro Uribe es de una estupidez inconmensurable. Lo primero, lo definen con base en sus evidentes desacuerdos ideológicos; pero no tienen en cuenta ningún otro escenario, ni contexto, ni coyuntura, ni circunstancia electoral y politiquera; y menos, las discrepancias al interior de su misma colectividad manifestada con el discurso de odio que le endilgan a otros, pero que ellos utilizan y promueven. A nadie deben asesinar por pensar diferente y manifestarlo, pero un mártir prefabricado en los medios tradicionales convertidos en violentos actores políticos (no armados, o mejor, armados con la palabra), no borra la muerte violenta de tanto colombiano que luchaba por un mejor país, muchas veces desde el anonimato y desde las periferias. La eliminación física, jurídica y política de todo un partido como la Unión Patriótica, caído bajo el régimen del terror de la ultraderecha, no generó un ápice de la supuesta indignación y dolor que hoy atraviesa Colombia. Tampoco el centenar de muertos en las 45 masacres perpetradas en lo que va corrido de 2025. Ni todos los firmantes de la paz, ni todos los líderes sociales, negros e indígenas asesinados. A esos ‘nadies’ los medios no les rinden tributo, ni se lamentan, ni se visten de negro, ni piden cadenas de oración, ni afectan la democracia, ni nada, porque para ellos son ‘nadies’.
Ni el futuro asesinado que comenzó con el crimen de Rafael Uribe Uribe (1914) y siguió con los de Jorge Eliécer Gaitán (1948), Guadalupe Salcedo (1957), Jacobo Prías Alape (1960), José Raquel Mercado (1976), Rafael Pardo Buelvas (1978), Gloria Lara de Echeverry (1982), Rodrigo Lara Bonilla (1984), Carlos Toledo Plata (1984), Álvaro Ulcué Chocué (1984), Raúl Echavarría Barrientos (1986), Guillermo Cano Isaza (1986), Héctor Abad Gómez (1987), Jaime Pardo Leal (1987), Carlos Mauro Hoyos (1988), José Antequera (1989), Luis Carlos Galán (1989), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro Leongómez (1990), Manuel Cepeda Vargas (1994), Álvaro Gómez Hurtado (1995), Eduardo Umaña Mendoza (1998), Jaime Garzón Forero (1999)… y muchos más y que aún no cesa.
Que Petro condenó a Álvaro Uribe Vélez. Otra sandez. Un proceso que tomó más de doce años, que incluye a tres presidentes (Santos, Duque y Petro) y a cuatro fiscales (Montealegre, Martínez, Barbosa y Camargo) sin contar a los interinos, no es como se ha instaurado “la venganza del guerrillero contra el gran colombiano”. Otra cosa es que el desequilibrio de poderes causado por la reelección de Uribe que desbarajustó el modelo que estableció la Constitución Política de 1991, en el que los presidentes ternaban para escoger al fiscal del próximo gobierno, apenas se está equilibrando de nuevo porque Luz Adriana Camargo será la fiscal del próximo presidente, que claramente no será Gustavo Petro. He ahí el problema de actuar solo bajo el influjo de la dimensión mediática, que es muy superficial.
Gustavo Petro y Álvaro Uribe son polos opuestos en términos ideológicos. Eso no tiene discusión. En cuestiones jurídicas a los dos los cobija la misma Constitución y la justica debe actuar en consecuencia con la ley. El primero estuvo preso en su etapa de militancia subversiva y hace 40 años vive en democracia. Hubo un proceso de paz y estos suponen marcos jurídicos transicionales o especiales. El segundo acaba de ser condenado y goza de detención domiciliaria sin limitaciones en el uso de redes sociales o telefonía. ¿Cuál persecución? Esa dimensión jurídica es clara. Y la legal, mucho más. Uno es terrateniente, ganadero, empresario y millonario. Y el otro, servidor público. No ha sido más que funcionario público toda su vida. Que haya quien los adore, los idolatre y los venere, no les da derecho a insultar al resto de los colombianos que piensa diferente. Esa es la dimensión mediática, la capa más superficial de la realidad. Y en la dimensión política, Petro y Uribe son idénticos. Su mejor escenario es la confrontación. Son caudillos, son populistas, demagogos, viven para el ejercicio político, saben cómo funciona, aunque sus métodos sean opuestos en aquello que no es de dominio público. Son insolentes, de palabra ligera, peleadores de la arena política y muy, pero muy ególatras y arrogantes, como casi todos los políticos de raza. Sus objetivos son diferentes. Sus luchas son distintas. Su relación con el pueblo es diferente. Su visión de país y del mundo es diferente.
Y Miguel Uribe Turbay, pues que descanse en paz, esa paz de la que parecieran gozar en Colombia solo los muertos. Solidaridad con su familia, pero no lo pongan a la altura de Gaitán, de Galán o de Pizarro o Gómez Hurtado. El que tuvo muerte cerebral antes de fallecer a causa de dos balazos en la cabeza fue él, no ustedes. ¡Eso también es respeto canallas!
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