En medio de atentados y amenazas Alejandro Eder ha construido su camino político

La última amenaza fue la del frente Jaime Martínez, pero ninguna ha detenido su idea de encontrar reconciliación, como lo hizo apoyando el proceso de paz de Santos

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agosto 25, 2025
En medio de atentados y amenazas Alejandro Eder ha construido su camino político

Durante el fin de semana del 22 y el 23 de agosto, circuló con fuerza en los medios de comunicación una noticia originada en los organismos de seguridad sobre la existencia de un plan extremista para atentar contra los alcaldes de Cali y Medellín, Alejandro Eder y Federico Gutiérrez y contra los gobernadores del Valle y Antioquia, Dilian Francisca Toro y Andrés Julián Rendón.

El tono alarmista de la información se veía apenas atenuado por un parte policial que daba cuenta que el complot criminal, detrás del cual estaban disidencias de las Farc y un grupo venezolano ‘Tren del Llano’ había sido neutralizado a tiempo. Sin embargo, el eco doloroso de los recientes atentados en Cali y en Amalfi con quince personas muertas entre policías y civiles, mantenía a la opinión en vilo.

Los cuatro mandatarios, experimentados en las lides de su oficio, están acostumbrados a sortear riesgos, pero el que quizá los han sufrido con mayor rigor ha sido Eder, amenazado por la guerrilla en dos misiones oficiales: primero como emisario de paz del gobierno de Juan Manuel Santos y ahora como alcalde.  De niño había sido obligado a marcharse del país luego del secuestro de su abuelo Harold Heder y de sucesivos intentos de secuestros de algunos otros de sus seres queridos.

El camino de los que el alcalde Cali llamaba “riesgos conscientes” se inició para él un de 17 de marzo del año 2000. Ese día, su padre, Henry Eder, hizo parte de comisión de empresarios que se reunió en la zona de distensión con integrantes del secretariado de las Farc. Sin previo aviso a los suyos, don Henry abordó sigilosamente una avioneta que habría de llevarlo a San Vicente del Caguán, en ese entonces epicentro de los diálogos de paz de la guerrilla con el gobierno de Andrés Pastrana.

Durante su visita conversó con Raúl Reyes, Joaquín Gómez, ‘el Mono Jojoy’ y con el propio ‘Tirofijo’, jefe máximo de la guerrilla, con quien se permitió tomarse una fotografía que luego compartió con su familia.

¡Cómo puedes sentarte y tomarte una foto con el asesino de tu papá!”, le recriminó su hijo Alejandro. “El deseo de vivir en paz es más grande que el de la venganza”, le respondió con serenidad proverbial el padre.

El hoy alcalde de Cali recuerda que aquella fue una lección que nunca ha olvidado y que más tarde lo animó a trabajar por el proceso de paz en la fase previa a la firma de los Acuerdos de La Habana.

La primera amenaza en Corocito

En 2012, cuando el presidente Juan Manuel Santos le propuso a Alejandro Eder hacer parte del equipo de acercamientos con las Farc, éste le expresó sus reservas y le dijo que quizá la guerrilla no iba a confiar a un empresario al que veían como representante de la oligarquía enemiga. No estaba del todo equivocado según lo demostrarían hechos posteriores.

Una de las primeras gestiones de paz de Eder se cumplió el 20 de enero de 2012, cuando viajó a los llanos de Barinas, en Venezuela, al lado de Jaime Avendaño, un experto en conciliación que gozaba de especial confianza en la Casa de Nariño. Se trataba de un encuentro en la hacienda Corocito, de propiedad del coronel chavista Ramón Rodríguez Chacín. La misión consistía en acordar las condiciones de salida de Colombia de quienes serían los enviados de las Farc a Cuba.

Cuando estuvieron sentados a una pequeña mesa al lado de la piscina Rodrigo Granda y Andrés París, negociadores de la guerrilla, lucían molestos e incómodos porque en aquellos días había muerto en un combate en el Cauca su jefe Alfonso Cano.

De pronto Granda abrió una carpeta de color habano y comenzó a pasar las hojas que estaban prensadas. Eder vio que tenía fotos suyas y de seguimientos a su familia. “Todo tiene que salir bien porque si esto es una segunda operación Jaque ustedes tendrán que responderles a las Farc y ya pueden ver que nuestro servicio de inteligencia es bueno”, amenazó el vocero de las Farc.

Un poco más atemperado, Jaime Avendaño tuvo que advertir que a nadie convenía emprender un viaje a La Habana a partir de amenazas.

Eder y Avendaño desecharon, con todo, la idea de pedir en ese momento la intervención de Dag Nylander y Elisabeth Slaatum, garantes noruegos, y de los invitados de la Cruz Roja Internacional, Jardi Raich y Michel Kramer, que observaban desde otro costado aunque no alcanzaban a oír lo que se hablaba. La sombra de la amenaza quedó gravitando.

Sarajevo y otras escalas

De niño, cuando la familia decidió sacarlo del país en medio de amenazas del M-19., Alejandro Eder viajó con su mamá a Estados Unidos. Su madre lo puso a estudiar francés, pero se cuidaba de que mantuviera el inglés leyéndole a diario el New York Times y el Washington Post.

Hablábamos sobre la Guerra Fría y otros temas del entorno internacional, mientras seguíamos con interés y preocupación las noticias originadas en Colombia durante la época del auge de los carteles”, recuerda.

Hablaban también del compromiso con la paz y con el servicio a los demás. “No olvides que nosotros vinimos al mundo a ser responsables y a dar buen ejemplo”, se escribió alguna vez su abuelo Álvaro Garcés, el hombre que donó el actual campus Meléndez de la Universidad del Valle, un espacio de un millón de metros cuadrados, y fundó con los médicos Vicente Borrero y Martín Wartenberg la Fundación Valle del Lili.

Adolescente, Alejandro ejerció voluntariado mientras estudiaba. Soñó alguna vez con ser pintor, pero su padre, más enfocado en el mundo de los negocios, le decía que fuera primero a la Universidad y que después, si aun quería, se dedicara a las artes plásticas.

Terminó inclinándose por los asuntos de la guerra y la paz. Luego de un paso exploratorio por las artes liberales en el Hamilton College de Nueva York, se concentró en la filosofía, pero con mayor énfasis en las relaciones internacionales.

En 1994, mientras estaba en la universidad, la “superautopista” de la internet apenas comenzaba. Su principal fuente de noticias era la televisión por cable. Se libraba la guerra de Los Balcanes, denominada dramáticamente de “limpieza étnica” y su atención se centraba en Bosnia.

Sintonizaba religiosamente CNN, cuyos corresponsales y enviados especiales transmitían en vivo el sitio de Sarajevo. Le apasionaban en particular los informes de la periodista Christiane Amampour y soñaba con convertirse en corresponsal de guerra.

Mi apasionamiento por el tema incluyó el estudio de la estrategia utilizada por Estados Unidos el Acuerdo de Dayton que, en noviembre de 1995, llevó a Serbia, a Croacia y a Bosnia, sumidas entre ruinas y escombros y el dolor por más de 100.000 vidas perdidas, a firmar la paz. Entendí que hacer la paz y mantenerla eran dos categorías diferentes.

En 1996, cursaba el tercer año en la Universidad y a esas alturas el programa nos daba la posibilidad de hacer intercambios de un año en el exterior. Escogió París como destino inmediato y allí perfeccionó una idea que me obsesionaba: quería conocer Bosnia.

Cuando su avión se acercaba a la montaña Igman -el único enclave que no pudieron tomar los bosnios- miró a través de las ventanillas los rastros de la desolación:  construcciones y colinas descuajadas por las explosiones y cráteres grises y profundos que se tragaron lo que alguna vez fue vida.

Cumplido el interregno en Europa, volví a mi universidad en Nueva York para terminar sus clases. Me especialicé en resolución de conflictos y abordé nuevas líneas de estudio, entre ellas famoso autogolpe en Perú y las guerras centroamericanas.

Decidió después volver a Colombia para estudiar un conflicto que no fuera ajeno y a colaborar en su resolución, así le tocara -como le ha tocado- convivir con el riesgo.

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