El 7 de agosto de 1956, una explosión borró de un solo golpe barrios enteros de Cali. Cuarenta y dos toneladas de dinamita almacenadas en camiones del Ejército estallaron en la madrugada, dejando un cráter de 25 metros de profundidad y reduciendo a escombros más de 40 manzanas.
Murieron más de 4.000 personas. El cielo se tiñó de rojo, y la ciudad entera quedó cubierta de polvo, llanto y silencio. Y, sin embargo, pocos lo recuerdan hoy. Ninguna placa en cada esquina destruida. Ninguna ceremonia nacional el 7 de agosto. Solo el murmullo de algunos testigos que sobreviven con la memoria intacta.
Cali, que se rehizo con los años, también aprendió a olvidar. Ahora, casi 70 años después, la ciudad vuelve a estremecerse. El 10 de junio de 2025, explosivos sacudieron estaciones de Policía en Meléndez, Manuela Beltrán y Marroquín. Y el 21 de agosto, un camión bomba volvió a abrirle las entrañas al asfalto cerca de la Escuela Militar de Aviación.
Murieron al menos siete personas, y más de una docena resultaron heridas. Otra vez: humo. Sirenas. Gente corriendo. Ruido. Miedo. Pero ahora, lo que antes fue una tragedia sin rostro claro, marcada por la negligencia, el silencio y la confusión oficial, es terrorismo deliberado. Ya no es el fuego del descuido, sino la violencia planeada de quienes quieren romper el orden con dinamita.
Y aun así, entre comunicados oficiales, ruedas de prensa y declaraciones en cadena nacional, nadie mencionó 1956. Nadie trazó el vínculo. Nadie dijo: “otra vez Cali, otra vez agosto, otra vez los muertos”. Es como si la ciudad estuviera condenada a repetir su dolor cada cierto número de años, envuelta en un manto de olvido. Como si el pasado no sirviera ni siquiera para prevenir las ruinas del futuro.
Porque mientras los nombres de los muertos de hoy circulan por las redes, los de los cuatro mil de 1956 siguen enterrados bajo los nuevos edificios, sin memoria oficial, sin duelo colectivo. George Santayana lo dijo una vez: “quien no recuerda su historia, está condenado a repetirla”. Y quizás, en Cali, el eco de esa frase retumba más fuerte que las explosiones.
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