El día que Iván Cepeda se encontró de frente a su padre recién asesinado

El precandidato tenía 31 años, iba en un bus y vio el carro de su papá, el senador Manuel Cepeda, y ante sus ojos estaba la tragedia que le cambió la vida

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agosto 27, 2025
El día que Iván Cepeda se encontró de frente a su padre recién asesinado

La mañana de ese 9 de agosto de 1.994 era la de una un día cualquiera. El país estrenaba Presidente de la República con la posesión de Ernesto Samper dos días atrás. Con 3.7 millones de votos había derrotado por 200 mil votos al conservador Andrés Pastrana, sin imaginarse nadie que estábamos en el prólogo de un escándalo que pasaría a la historia como el Proceso 8000:  la narcopolítica había comenzado.

Pero Iván Cepeda Castro estaba con la mente en otra parte, enfrentado su tragedia personal. Tenía 31 años cuando pasadas las 9 de la mañana se enfrentaría al hecho que le marcaría la vida: el asesinato de su padre, entonces senador por la Unión Patriótica Manuel Cepeda Vargas.

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En la mañana se habían despedido antes de que el senador dejara la casa del barrio Mandalay, en Kennedy donde vivía la familia. Ya la madre Yira Castro había muerto y el padre se ocupaba de Iván y de María; la relación no podía ser más estrecha. Manuel Cepeda Vargas subió a su Mitsubishi Montero acompañado de su conductor, Eduardo Fierro, y de su escolta de confianza, Alfonso Morales. Iván salió un par de minutos después y tomó un bus rumbo a la Universidad Javeriana. Una rutina corriente, casi previsible: el padre al Capitolio, el hijo a las aulas.

El bus ejecutivo avanzaba lentamente por la congestionada avenida de las Américas, atrapado entre vendedores ambulantes, motos que zigzagueaban y el ruido de los pitos. Un poco más delante de haberse subido, Iván divisó un carro detenido que le resultó familiar. No fue necesario un segundo vistazo para reconocerlo: era el montero de su padre. Se levantó con prisa, timbró y se bajó. Pensó que se trataba de un estrellón. Pero no, se topó con la tragedia. Su papá muerto en el asiento del copiloto, asesinado en una emboscada. Su primera reacción desgarrada pero valiente y firme quedó grabada.

Manuel Cepeda Vargas llevaba dos semanas en la curul. La política lo había acostumbrado a caminar entre sombras, a vivir bajo amenaza, a escuchar rumores de listas negras y complots que nadie desmentía. Meses atrás había denunciado reiteradamente un plan que circulaba con un nombre siniestro: “Golpe de Gracia”. Un proyecto sicarial armado por militares y paramilitares para exterminar a la dirigencia de la UP, el movimiento que desde los años ochenta fue desarmado a bala, con cientos de líderes asesinados en las calles, en sus casas, en bares de provincia o en carreteras de municipios lejanos de las cabeceras municipales.

El ataque contra Manuel Cepeda, quien iba rumbo al Congreso para participar en un debate sobre el Protocolo II de Ginebra, ocurrió a plena luz del día, en una de las avenidas más transitadas de Bogotá. Un Renault blanco se emparejó con el Mitsubishi y desde la ventana trasera derecha dispararon siete veces. No hubo tiempo para auxilios ni llamadas desesperadas: las balas cumplieron su cometido en cuestión de segundos. El escolta reaccionó como pudo, disparando hacia el carro atacante, pero la operación ya estaba consumada. El Renault fue abandonado unas cuadras más adelante, con las huellas de su misión cumplida: un arma, cartuchos y rastros que después aparecerían en el expediente como piezas de un rompecabezas macabro.

Mientras tanto, el hijo se abría paso entre la multitud que comenzaba a agolparse encima de montero de color azul. La escena fue aterradora. Iván Cepeda vio en ese momento el final que tantas veces les habían anunciado con amenazas.

La policía tardó más de veinte minutos en llegar, a pesar de que el atentado se había producido a escasos metros de un CAI. El retraso no fue un accidente, sino otra de esas piezas que alimentan la sensación de un crimen planificado con la complicidad de quienes debían impedirlo. Con el tiempo, la investigación revelaría que la operación estuvo a cargo de un grupo mixto de suboficiales del Ejército y sicarios paramilitares, orquestado directamente por Carlos Castaño. Habían seguido al senador durante días, habían estudiado sus recorridos, también habían ensayado la emboscada.

El asesinato de Manuel Cepeda no fue un hecho aislado. Venía precedido por la muerte de otros dirigentes de izquierda, como José Miller Chacón, asesinado meses antes frente a su vivienda. Cada disparo contra Manuel Cepeda era algo más que un ataque personal: era la confirmación de que el plan de exterminio contra los dirigentes de la UP no se detenía, de que avanzaba con la paciencia oscura de quien borra nombres uno a uno. Matarlo no solo significaba callar a un senador incómodo, significaba también gritarle al país, a plena luz del día, que la Unión Patriótica estaba condenada a desaparecer.

En medio de la lenta y desviada investigación, una voz resultó decisiva: la de un informante militar que se atrevió a señalar a los dos sargentos del Ejército que habían apretado el gatillo, Hernando Medina Camacho y Justo Gil Zúñiga, este último, incluso, terminó revelado por un drama en el corazón de su familia: el arma con la que había participado en el crimen se descargó meses después en manos de su pequeña hija Yelitza, provocando su muerte. Esa pistola, rota por la desgracia, fue la misma que las pruebas balísticas conectaron con la muerte del senador.

El temple que ha marcado la vida del hoy senador y precandidato Iván Cepeda Castro se puso a prueba ese 9 de Agosto de 1994, pero también le trazó su camino: tras el duelo, seguiría los pasos de sus padres, dos dirigentes comunistas de convicción que sobresalieron dentro del Partido.

Iván Cepeda empezó su carrera política desde el Partido donde habían militado sus padres y luego contribuyó a construir el Polo Democrático Alternativo; el cual le dio el aval para llegar primero a la Cámara de Representantes y luego al Senado. Desde allí fue un aliado fundamental para consolidar el proceso de paz con las Farc, la guerrilla con raíces en el Partido Comunista que él conocía tan bien que pudo ayudar a decodificar las claves para que avanzará el proceso de paz en el gobierno Santos.

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Una vez le ganó la batalla a un agresivo cáncer de estómago, la enfermedad que se llevó a su madre sin haber cumplido 40 años, ayudó a tejer junto a Gustavo Petro, con quien coincidió en muchas luchas y el Polo Democrático del que Cepeda nunca se salió, a conformar el Pacto Histórico y repetir Senado con el movimiento del que hoy aspira a ser el candidato Presidencial para las elecciones del 2026 y darle así continuidad al proyecto político al que le ha apostado.

Iván Cepeda se sintió preparado, maduro, para lanzase a la carrera presidencial en el momento en que la juez Sandra Heredia condenó al expresidente Álvaro Uribe, su contendor mayor político, a 12 años de cárcel y ordenó su detención el pasado 1 de agosto. Liberado de la carga de un proceso judicial de 13 años sintió que le había llegado la hora; habían pasado 31 años desde cuando recogió el cadáver de su padre —quien también soñó con la Presidencia de Colombia— en una anónima calle de Bogotá.

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