Se le fue la mano a JP Hernández con su arrogante discurso racista contra los pueblos indígenas

El senador JP Hernández lanzó ataques racistas contra pueblos indígenas en el Congreso, reflejando desprecio y arrogancia del poder político

Por: Stella Ramirez G.
agosto 28, 2025
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Se le fue la mano a JP Hernández con su arrogante discurso racista contra los pueblos indígenas
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Desde los pasillos del recinto del Congreso volvió a escucharse la voz del desprecio. Esta vez fue el senador JP Hernández quien, con la ligereza que caracteriza a los políticos ansiosos de espectáculo, lanzó sus agresiones contra los pueblos indígenas. Palabras que se disfrazan de debate, pero que en realidad destilan racismo y arrogancia.

No es un episodio aislado. En esa misma casa que llaman “Templo de la democracia”, ya hemos visto a otros congresistas insultar a la Guardia Indígena, acusarla de ser un “ejército irregular”, o tachar a los pueblos originarios de “enemigos del desarrollo”. Los pasillos del Congreso han sido testigos de un libreto repetido: el de la humillación constante hacia quienes representan la raíz de nuestra identidad nacional.

Lo que estos “padres de la patria” parecen olvidar es que los pueblos indígenas han resistido siglos de exterminio, saqueo y discriminación, y siguen de pie. Ellos han protegido el agua cuando el Congreso la entregaba a las multinacionales; han defendido la tierra mientras se firmaban concesiones para arrasarla, han preservado la memoria que las élites quisieron borrar.

El “honorable” Hernández debería saber que en los territorios indígenas la democracia no es un discurso, sino una práctica diaria: la palabra se respeta, las decisiones se toman en comunidad y el liderazgo es servicio, no privilegio. Un contraste doloroso frente a un Congreso que, más que legislar para el pueblo, legisla para los bancos, los contratistas y los gamonales.

Cada ataque contra los pueblos indígenas no habla de ellos, sino de los agresores. Habla de su miedo a perder el monopolio de la palabra, de su temor a que se escuchen voces distintas a las del poder tradicional, de su incapacidad para reconocer la dignidad de quienes no se venden ni se doblegan.

Desde esos pasillos, donde el eco de la arrogancia se confunde con discursos vacíos, surge la pregunta inevitable: ¿hasta cuándo permitiremos que la casa del pueblo sea escenario de humillaciones contra los pueblos, y los menos favorecidos?

Es hora de decir basta. Basta de racismo con micrófono, basta de desprecio con fuero, basta de que quienes viven de los votos del pueblo se crean con derecho a pisotearlo. El Congreso no es un feudo para insultar, es una tribuna para escuchar. Y si sus “honorables” no lo entienden, será el pueblo —ese que resiste en la calle y en el territorio— quien les recuerde que la dignidad no se negocia, se defiende.

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