Las 3 tumbas que más conceden milagros en el Cementerio Central de Bogotá

La fe popular convirtió a Leo Kopp, las hermanitas Bodmer y a Julio Garavito en santos de barrio que aún responden favores

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agosto 28, 2025
Las 3 tumbas que más conceden milagros en el Cementerio Central de Bogotá

El Cementerio Central de Bogotá no es únicamente un lugar para enterrar a los muertos. Se ha convertido también en un escenario donde conviven la solemnidad de las grandes estatuas con la fe de quienes llegan buscando alivio para sus penas. Entre mausoleos imponentes y tumbas desgastadas por el tiempo, se han ido formando historias que escapan a los libros de historia. Allí, en ese terreno de mármol y polvo, hay tres muertos que, sin haber pasado por altares oficiales ni ser canonizados por el Vaticano, se convirtieron en santos para la gente común.

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Ese cementerio nació por decreto, cuando en la Colonia se decidió que los muertos no podían seguir siendo enterrados a las afueras de las iglesias. Con el tiempo se volvió escenario de la memoria nacional: presidentes, políticos, empresarios y escritores fueron llegando a sus patios de cipreses. Pero, entre tantas figuras de bronce, terminaron brillando tres nombres que jamás fueron próceres ni generales. Tres muertos que hoy reciben oraciones, flores y billetes, porque la ciudad, con sus ansias y sus carencias, aprendió a confiar en ellos.

Cada lunes, cuando el aire del lugar se espesa con el olor a flores frescas y velas encendidas, los pasillos se llenan de peregrinos. No buscan las tumbas solemnes de los expresidentes, sino esos rincones donde la fe popular inventó sus propios milagros.

El benefactor

El primero de ellos es Leo S. Kopp, el hombre que alguna vez fundó Bavaria y que en vida construyó un barrio entero para sus trabajadores. Su tumba es inconfundible: un mausoleo imponente custodiado por una estatua dorada que recuerda a “El pensador”, aunque con los rasgos de Bolívar. En torno a esa figura se ha tejido un ritual curioso.

Los visitantes se acercan a su oído izquierdo, como si se tratara de un viejo amigo que escucha con paciencia. Creen que por ahí llega mejor el ruego. No se le pide mucho a la vez: solo un favor, una ayuda puntual, un milagro pequeño que aliviane la carga. Los devotos llevan flores y, al despedirse, dejan sobre la lápida un gesto de gratitud. Para muchos, Kopp sigue siendo un hombre generoso, capaz de intervenir desde la muerte en los problemas de los vivos.

En medio de los trámites imposibles y las esperas eternas de Bogotá, él se ha convertido en una especie de oficina invisible donde se resuelven las súplicas que el Estado nunca alcanza a escuchar.

Las niñas que cuidan a los hijos

Un poco más allá, entre tumbas discretas, descansan las hermanitas Bodmer. Murieron siendo apenas unas niñas, con un año de diferencia, y nadie parece tener certeza la causa: unos dicen que fue una enfermedad en la sangre, otros que un accidente, quizá un incendio. Lo cierto es que en la memoria colectiva quedaron convertidas en guardianas de la infancia.

Su tumba llama la atención desde lejos. Sobre la piedra descansan dos esculturas pequeñas: una niña de rodillas y otra señalando al cielo. Entre sus manos y a sus pies siempre aparecen dulces, juguetes, muñecas de trapo, flores coloridas. Las madres las visitan con la esperanza de que cuiden a sus hijos enfermos. Las cartas escritas con caligrafía infantil también se amontonan: mensajes que piden protección para exámenes, juegos, dolores de estómago o fiebres repentinas.

En una ciudad donde la infancia suele estar tan expuesta, las hermanitas Bodmer se han convertido en una promesa de cuidado. Dos niñas muertas que siguen acompañando a quienes apenas empiezan a descubrir la vida.

El astrónomo del billete

El tercero de estos santos no parece encajar en la idea clásica de milagroso. Se trata de Julio Garavito, el matemático y astrónomo cuyo rostro aparece en los billetes de veinte mil pesos. Su tumba está adornada con el cometa Halley, símbolo de las estrellas que estudió en vida. Pero lo que atrae a los visitantes no es su trayectoria científica, sino la creencia de que quien lo visita nunca se queda sin un billete de esa denominación en la billetera.

Los devotos llegan con dinero en mano. Rozan el billete contra la piedra del cometa como si allí se escondiera un amuleto. Luego lo guardan de nuevo en el bolsillo, convencidos de que la suerte ya está asegurada. Es un ritual tan simple como efectivo: en una ciudad donde el dinero rara vez alcanza, la idea de conservar aunque sea un billete de veinte resulta reconfortante.

Con el tiempo, Garavito se convirtió en un “Buda criollo” de la prosperidad. No importa que haya sido un astrónomo serio y dedicado: en el Cementerio Central lo recuerdan más como un generoso repartidor de billetes que como un científico.

El Cementerio Central es, al final, un espejo de Bogotá. Por un lado, están los mausoleos de presidentes, los héroes de bronce, los nombres que llenan los libros de historia. Pero, al mismo tiempo, existen estos tres muertos que se volvieron santos populares. Sus tumbas son pequeñas capillas de fe donde la gente deposita sus angustias más cotidianas: el dinero que no alcanza, la salud de un hijo, la búsqueda de un favor urgente.

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