El apartamento donde vivían no merecía ese nombre. Era, más bien, un cuchitril. Un cuarto de hotel de paga diaria sobre la avenida Caracas, en pleno centro de Bogotá. Allí dormían, comían y sobrevivían Valentina Taguado, su hermano menor y su madre. Apenas cabían los tres. No había cocina. No había muebles. El desayuno, el almuerzo y las poca cenas las preparaban en un microondas: incluso los fríjoles. Valentina recuerda con claridad que tenía ocho años. Era 1999. Afuera, el estruendo de las máquinas que abrían paso a la troncal de TransMilenio es el ruido de fondo de su infancia.
El lugar resultaba incómodo en todo sentido: estrecho, sofocante, sin espacio para la privacidad. Algunos meses, cuando el dinero no alcanzaba, la madre tenía que limpiar habitaciones para poder seguir mal viviendo allí, bajo ese techo que apenas los protegía de la lluvia. Pero lo más duro no era el cuarto ni el ruido incesante de la calle. Lo peor venía de atrás: la huida. La familia había escapado de un padre y un esposo maltratador. Esos recuerdos, esos momentos fueron el inició de una talentosa locutora hecha presentadora Valentina Taguado.
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La historia de Valentina Taguado
Valentina nació en Bogotá, en la Fundación Santa Fe. Tardó en comprender que su papá no era simplemente un hombre de mal carácter, sino un maltratador de verdad: físico, psicológico, brutal. Los recuerdos aparecen en ráfagas. Uno de los más nítidos es el de su hermano Manuel, que no sabía pronunciar “miércoles”. Por eso su papá lo acorraló contra la pared, lo cogió del cuello y no dejó de pegarle hasta que se desmayó. “Yo estaba ahí y no sabía qué hacer”, contó Valentina años después en el programa Entre Valientes de Tropicana.
Pero la víctima principal de aquella furia no era Manuel. Era la madre. Ella se llevaba las peores golpizas. Una noche, luego de un ataque especialmente salvaje, terminó con el rostro amoratado, las costillas rotas y el cuerpo vencido. Aterrada, salió huyendo a pie desde Chapinero hasta la calle 116. Aun así, regresó. Y la violencia continuó. Hasta que Valentina cumplió ocho años y recibió sus primeros golpes. Ese día la madre tomó la decisión: nunca más.
La separación no fue una liberación inmediata. Fue más bien el comienzo de una larga batalla: custodias, persecuciones, amenazas. Y aquel viejo y humilde hotel pagadiario fue escenario de la resistencia. Desde allí empezaron a reconstruirse como familia los tres.
Años más tarde, ya convertida en adulta, Valentina se aferró a la vida como quien se aferra a un salvavidas. Su primer trabajo fue en Dunkin Donuts. Nada glamuroso, pero un punto de partida. Luego vinieron los videos caseros: viajes, humor, estilo de vida. Las redes sociales le dieron una voz. Y, sobre todo, un público. En 2023, la pantalla chica la recibió con Survivor: la isla de los famosos. Duró poco en competencia, pero suficiente para hacerse visible.
De ahí saltó a la radio. Durante dos años fue una de las voces de Los Impresentables en Los 40 Principales, bajo la dirección de Roberto Cardona. Allí consolidó su tono fresco, irreverente, cercano. Pero en junio de 2025 anunció en TikTok su salida de la emisora: dijo que no hubo acuerdo económico. Esa renuncia, sin embargo, no frenó su ascenso.
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Ese mismo mes, la televisión volvió a abrirle las puertas: MasterChef Celebrity la reclutó para su nueva temporada. Y no solo eso. Valentina apareció también como una de las caras del programa Qué hay pa´ dañar que debutó el pasado 8 de septiembre en RCN, al lado del humorista Hassan.
La niña que alguna vez vivió en un cuarto sin cocina, que creció escuchando gritos y viendo moretones, hoy suma 1,4 millones de seguidores en Instagram. Una figura que se multiplica en las redes, en la radio, en la televisión. Una mujer que carga las cicatrices de la infancia, pero que aprendió a transformar el dolor en impulso.
Porque, al final, su historia no comienza en los sets de grabación ni en los estudios de radio. Comenzó en un triste cuchitril, con un microondas que hacía de estufa, mientras afuera los taladros del TransMilenio le decían, sin quererlo, que la ciudad estaba en construcción. Igual que ella.
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