Un tramo de la carretera Panamericana volvió a ser noticia esta semana. Esa arteria que late desde Cali hasta Popayán y que sostiene la vida del suroccidente amaneció cerrada de nuevo, con largas filas de camiones, buses y motocicletas buscando atajos imposibles. El paisaje es conocido, pero la sensación fue distinta: no estaba del todo claro quién protestaba ni por qué.
En otros paros, la escena se explicaba sola: las mingas indígenas, las marchas campesinas, las comunidades afrodescendientes en resistencia. Cada vez hubo pancartas, vocerías, pliegos con demandas precisas. Esta vez, en cambio, los mensajes fueron difusos: peajes, incumplimientos, abandono estatal. Nada unificado, nada del todo visible. Y esa falta de claridad desfiguró, al menos en parte, la legitimidad que históricamente han tenido estas formas de movilización en la región.
El gobierno tampoco despejó la bruma. Gobernadores anunciaron acuerdos parciales, la Policía habló de diálogo, ministros prometieron soluciones. Pero nadie explicó con precisión qué se negociaba ni con quién. El silencio institucional no disipó la confusión: la amplificó.
El impacto más inmediato fue la movilidad: rutas suspendidas, filas kilométricas, la vida cotidiana puesta en pausa, la afectación de un evento gastronómico en Popayán que se ha vuelto muy importante para la región. Más allá de si hubo o no desabastecimiento – que si lo ha habido aunque no generalizado -, la sensación compartida fue la del encierro y la impotencia.
La protesta es legítima y el Estado debe responder; pero la claridad es indispensable
Y, sin embargo, en medio de la parálisis, la Panamericana recordó lo que es: mucho más que una carretera. Es la hebra que cose a campesinos, indígenas, afrodescendientes, comerciantes, transportadores y comunidades urbanas de por lo menos cuatro departamentos. Cuando se corta, toda la región lo siente.
Quizás la reflexión que queda, incluso si ya se han levantado las barricadas, es que la política no puede seguir habitando la confusión. La protesta es legítima y el Estado debe responder; pero la claridad es indispensable. Decir con nitidez qué se exige y responder con seriedad qué se puede cumplir. De lo contrario, lo que queda es un círculo de bloqueos repetidos, demandas difusas y un Estado y una sociedad que pierden credibilidad y confianza.
La Panamericana, con su historia de movilizaciones, nos enseña que no basta con la fuerza de la protesta ni con el anuncio de mesas de diálogo. La política se mide en la transparencia de las razones y en la eficacia de las respuestas. Todo lo demás es bruma que nos mantiene atrapados en el asfalto. Al respecto afirmo que lo que hoy paraliza al suroccidente no es solo el bloqueo de la Panamericana, sino la incapacidad de marchantes y Estado para hablar con claridad.
* Hice esta nota el día jueves 4 de septiembre temprano en medio de la incertidumbre de muchos viajeros, espero que al ser publicada; ya existan más claridades sobre el pliego, soluciones concretas y flujo en la vía que nos une como suroccidente colombiano.
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