La tarde en que Colombia selló su boleto al Mundial 2026

Colombia goleó 3-0 a Bolivia en un Metropolitano encendido y aseguró paso a la cita mundialista en una tarde de abrazos, fiesta y goles. Allí estuvimos

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septiembre 05, 2025
La tarde en que Colombia selló su boleto al Mundial 2026

El Metropolitano de Barranquilla tiene algo de santuario y algo de feria. Sus paredes guardan los rezos más íntimos de los hinchas y sus pasillos huelen a fritanga, cerveza tibia y aguardiente compartido en vasos plásticos. Allí, en esa mezcla de fe y jolgorio, Colombia escribió otra página de su historia futbolera: el triunfo 3 a 0 contra Bolivia que aseguró el tiquete al Mundial de 2026.

Desde temprano, la ciudad había despertado con un aire distinto. Los buses urbanos se pintaron de amarillo con camisetas colgadas en las ventanas y las calles retumbaron con pitos y tambores. En cada esquina, algún vendedor improvisado ofrecía banderas, Sombreros y bubucelas que no tenían más pretensión que sumarse al ritual. No importaba si eran originales o piratas: lo que contaba era ser parte del ruido.

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A las dos y media de la tarde, las puertas del Coloso se abrieron como un pecho hinchado. La gente entraba despacio, casi en procesión, buscando su lugar en la grada. Unos cargaban bolsas llenas de latas de cerveza, otros llevaban las camisetas recién compradas y había quienes solo entraban con el afán y la ilusión de gritar un gol. La espera fue llenando las tribunas poco a poco, hasta que, a las cinco en punto, cuando el sol barranquillero todavía pegaba duro sobre las cabezas, el estadio estaba repleto. Un océano amarillo ondeaba al compás de los cánticos.

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La clasificación al Mundial 2026 en el Metropolitano fue una fiesta que se extendió en toda Colombia.

El partido arrancó con cierto desorden. Bolivia, sin nada que perder, se atrevió a cruzar la mitad de la cancha y probó suerte con dos remates tímidos que hicieron pensar a Camilo Vargas. El arquero, curtido en noches bravas con el Atlas de México, respondió sin titubeos, como si hubiera estado guardando fuerzas para este día, para no dejarse hacer un gol el día de la clasificación.

Mientras tanto, en las tribunas, el ambiente se cocinaba lento. Los vendedores ambulantes recorrían los pasillos con bandejas de cerveza, ofreciendo whisky y aguardiente. Cada trago servía de gasolina para la garganta y de excusa para abrazar a un desconocido. Así, entre sorbo y sorbo, la fiesta fue encontrando ritmo. Y Buchanan´s, la marca que invitó a este periodista a ver el partido más importante de la eliminatoria —porque clasificamos—, también estuvo presente.

Colombia necesitaba un destello, una jugada que rompiera la tensión. Y fue James quien levantó la mano. El diez, con ese andar pausado que a veces confunde, empezó a tomar el control de la pelota. A los treinta minutos, Santiago Arias lo encontró en el borde del área chica con un pase al pie. James la recibió, la acarició con la derecha y la mandó al fondo de la red con una elegancia que parecía coreografía. El Metropolitano dejó de ser un mero estadio: se convirtió en un corazón gigante que latía desbocado. La gente se fundía en abrazos —incluso sin conocerse— mientras algunos se secaban las lágrimas a escondidas y un canto interminable hacía temblar hasta el concreto de las tribunas.

Con ese primer golazo de James, que nadie esperaba que la filtrara por el palo del arquero, el partido cambió de cara. Colombia tomó confianza, movió la pelota de lado a lado y empezó a jugar con la tranquilidad del que sabe que la historia se inclina a su favor.

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Desde la tribuna se escuchaba un nombre repetido con insistencia: Dayro Moreno. El veterano, ausente de la Selección durante siete años, se había convertido en la obsesión del público. Lo pedían a gritos, como si su sola presencia fuera capaz de sellar la fiesta.

El segundo gol llegó en el minuto 74 y fue una obra de precisión. Luis Fernando Quintero, con visión de cirujano, metió un pase milimétrico para Jhon Córdoba. El delantero nacido Istmina, un pobre pueblo chocoano, le metió un riflazo al balón con frialdad y furia, como si en lugar de miles de ojos encima solo tuviera delante la pelota y el arco. Fue el segundo estallido que levantar las tribunas. El Coloso de la Ciudadela 20 de Julio volvió a temblar, y el Buchanan´s corrió de mano en mano como si fuera agua bendita.

A falta de diez minutos, el clamor por Dayro tuvo respuesta. El 'profe' Néstor Lorenzo lo mandó a la cancha y el estadio se rindió ante él. Era un regreso inesperado, un gesto de nostalgia en medio de la celebración. El delantero entró sonriente, con esa mezcla de humildad y picardía que siempre lo ha acompañado. Cada toque suyo fue celebrado como un gol, aunque el marcador ya estuviera casi resuelto.

Y porque no hay fiesta completa sin un tercer baile, Juan Fernando Quintero puso el último toque. Faltaban pocos minutos para el cierre cuando clavó el balón en la red y selló la goleada. El Metropolitano fue un solo grito, una sola bandera, un solo latido. La clasificación estaba asegurada y la ciudad sabía que esa noche la rumba no tendría hora de cierre.

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Cuando el árbitro pitó el final, muchos se quedaron quietos, como negándose a que se acabara la magia. Afuera, la brisa barranquillera agitaba las banderas y en los altavoces sonaba la música que acompaña siempre las victorias. Algunos hinchas caminaban rumbo al centro con pasos tambaleantes, otros se perdían por la Vía 40 buscando prolongar la celebración.

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James Rodríguez el capitán de la 'Sele' tuvo un gran partido, su primer gol y los pases y desbordes fueron protagonistas de la noche.

El 3 a 0 contra Bolivia no fue solo un marcador. Fue la confirmación de que Colombia estará en su séptimo Mundial. Pero más allá de la estadística, fue una tarde en que la gente se abrazó sin conocerse, en que la cerveza compartida supo mejor, en que un estadio entero se convirtió en hogar. Una tarde en que la Selección recordó que el fútbol, a veces, tiene el poder de reunir a un país entero alrededor de una misma ilusión. Gracias Buchanan´s.

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