Opinión

El diario El País desaparece (en el papel)

Para Cali y el Valle es muy grave lo que está pasando con El País, el medio más emblemático de la región que ha desempeñado la veeduría y denuncia durante 75 años

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septiembre 08, 2025
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Al momento de que esta columna vea la luz es posible que el diario El País de Cali haya dejado de imprimirse en papel. Y si aún está circulando, en pocos días dejará de hacerlo.

Me enteré de esta triste noticia a través de un alto ejecutivo de un medio bogotano con el cual El País tiene una cuantiosa deuda, precisamente por concepto de la impresión del diario. A él se la comunicó Eduardo Hernández Incháustegui, el dominicano que hace poco asumió el control del diario.

Tengo que admitir que la noticia me dejó casi en shock. Es apenas natural, casi toda mi vida profesional se la dediqué al diario caleño, en cuya redacción ocupé todas las posiciones posibles, desde reportero raso hasta director.

Allí, con algunas interrupciones, laboré desde el 1 de junio de 1984 hasta el 30 de julio de 2023.  Además conservo amistades muy queridas en ese periódico, que ahora, nuevamente, están sumidas en la incertidumbre.

De momento, El País mantendrá su versión digital, pero sobre todo para los viejos lectores el golpe de la desaparición de la versión impresa es grande. Posiblemente es el camino que seguirán todos los diarios de Colombia y del mundo, que hace tiempo dejaron de ser rentables.

Porque El Tiempo y el Espectador subsisten gracias a que detrás de ellos están las poderosas chequeras de Luis Carlos Sarmiento y de los Santodomingo que todos los años le meten una buena cantidad de plata. No por filantropía sino porque tienen clara la importancia de la prensa en una democracia.

Aunque el cierre de la versión impresa de El País me impactó, no me sorprendió. Intuía que tras la “venta” del periódico por parte de los Gilinski a este empresario dominicano había algo extraño

A Gabriel Gilinski hay que reconocerle el esfuerzo económico que hizo durante los dos años y medio que estuvo al frente de la empresa. En ese lapso invirtió entre 32 mil y 35 mil millones de pesos.

Ello permitió, primero que el diario siguiera existiendo y segundo. disminuir la plantilla de empleados, lo que a su vez generó una importante reducción en las pérdidas mensuales de la compañía.

Cuando Gilinski llegó, El País tenía alrededor de 250 empleados y hoy no pasan de los 120.

Ese apretón le permitió a El País reducir significativamente sus pasivos. Pero estuvo lejos de llegar al punto de equilibrio.

Al parecer, el propósito de Gilinski al adquirir El País era dar el primer paso para conformar un gran grupo de medios, con la revista Semana y varios periódicos regionales que llegó a negociar.

Pero las cuentas iniciales le fallaron y al tomar el control de El País se dio cuenta que hacerse a la responsabilidad de uno o de varios diarios le iba resultar mucho más costoso de lo que inicialmente supuso.

Cuando fue consiente de esa realidad desistió de comprar otros diarios. Y luego optó por salir de El País al que, como ya dije,  le había invertido unos ocho millones de dólares y al que no estaba dispuesto seguir metiéndole más plata.

Como no tiene un pelo de tonto, Gilinski encontró una forma de deshacerse de esa carga sin que su reputación saliera lastimada: se la entregó a Hernández Incháustegui, un excondiscípulo suyo de la universidad de Pensilvania.

En realidad Gilinski no le vendió la empresa al empresario dominicano. Lo que hizo fue cederle el manejo de la misma y él se quedó con el nombre. Pero lo importante es que para la galería El País ya tiene otro dueño y todas las decisiones que se tomen en adelante son su responsabilidad.

Lo cierto es que Hernández Incháustegui no está dispuesto a seguir subsidiando a El País como lo hizo Gilinski. Por ello decidió cortar por lo sano y acabar con el costo más alto que tenía la empresa: la impresión y la distribución.

El problema es que el impreso sigue generando los mayores ingresos publicitarios a la empresa. Y si desaparece la versión en papel se ahorra unos costos altos pero también pierde los ingresos más importantes.

Un paso intermedio podría haber sido acabar con la edición impresa de lunes a viernes pero mantenerla los sábados y domingos. Eso habría tenido más sentido. Pero primero tendría que conseguir la plata que se le debe a la empresa que les imprime y hasta ahora ese dinero no ha aparecido. Y asumir riesgos, lo que al parecer no está en las cuentas del nuevo dueño de El País.

Además de la desaparición de la versión escrita preocupa lo que sigue en adelante. Y es que el empresario dominicano está demostrando que no le tiembla la mano para tomar decisiones duras y que a él el tema del costo reputacional lo tiene sin cuidado. Con lo cual, si la  empresa no logra llegar a un punto de equilibrio, no dudará en cerrarla definitivamente.

Y Hernández se irá para su isla como si nada. Y con una sustanciosa base de datos que al parecer es lo que le interesa. Ese es su negocio y de eso sí sabe.

Pero para Cali y el Valle sí es muy grave lo que está ocurriendo porque El País es mucho más que el principal medio de comunicación de la región. No solo es una de las empresas más emblemáticas del Valle sino que ha desempeñado un papel de veeduría y de denuncia fundamental a lo largo de los últimos 75 años.

Ojalá apareciera alguien que viera más allá del P y G de la empresa y entendiera que la utilidad de un medio de comunicación como El País no se mide en pesos sino en el aporte que le hace a la libertad de expresión y a la democracia misma.

Algún visionario al que le duela la región y que vislumbre que medios serios como El País son esenciales para defender nuestra democracia, sobre todo en momentos como el actual en el que la sombra del totalitarismo se cierne sobre ella.

Pero pedirle eso a un señor oriundo de República Dominicana, recién aparecido en estas tierras, sí es mucho esperar.

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