Opinión

Kelsen, Ihering y la toga digital

En Colombia el abogado no solo litiga ante jueces: también debe hacerlo en medios y redes, porque allí se decide la narrativa de la justicia

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septiembre 11, 2025
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En Colombia muchos pensamos que “los abogados solo hablan en los estrados y no en los medios”. Es una frase que suena elegante, casi caballerosa: como si la dignidad del litigio estuviera en el silencio, en la sobriedad de los códigos, en la disciplinada sala de audiencias donde el juez tiene la última palabra.

Está bien, hay que admitirlo: ese es un ideal del juicio sin interferencias, la majestad de la justicia y su autonomía. Pero ese “deber ser” siempre aterriza accidentado en la realidad de nuestra administración de justicia.

El deber ser no aplica cuando se enfrenta un caso mediático con presión política. Tampoco aplica cuando una víctima ve su proceso “engavetado” por la Fiscalía, uno más de los miles que duermen en sus anaqueles mientras las víctimas envejecen sedientas de justicia.

Por más que se idealice el litigio solo en los estrados, basta con mirar nuestra justicia en crisis para descubrir que ese ideal suena más a nostalgia que a realidad.

Me explicaré con la ayuda de dos poderosos dogmáticos que aún hoy nos acompañan. Hans Kelsen, padre de la teoría pura del derecho, nos dice al oído que el abogado solo debe litigar en la norma y ante el juez, jamás en la calle ni en la prensa, jamás en X, porque el derecho debe mantenerse puro, incontaminado de política o pasiones.

Rudolf von Ihering, en cambio, nos diría que todo derecho se defiende con garras y dientes en la vida real, en la plaza pública, en las redes sociales, en los escenarios donde el poder se expresa y la injusticia se fabrica. Allá donde la opinión pública es manipulada por bots y bodegas, donde la dignidad se sacrifica en la tendencia, con el hashtag, sin importar la verdad procesal ni la presunción de inocencia.

Kelsen apostaba por la torre de marfil. Ihering, por el barro de la calle.

Ahora bien, ¿en qué escenario se mueve un abogado litigante en Colombia? En uno donde la Fiscalía anuncia que priorizará solo los casos de “connotación nacional” o los que sean mediatizados. Nos movemos en un sistema donde la detención preventiva se volvió sentencia social anticipada y donde la resocialización es un mito.

Nos movemos en una justicia que se activa por el titular de prensa, el escándalo en redes sociales o los jugosos reportajes de radio, prensa y televisión que “revelan” algo escandaloso.

Hoy en día es un lujo ser un kelseniano puro. El abogado que defiende a un procesado en Colombia se enfrenta a tres jueces simultáneos:

            1.         El juez de la toga, en la audiencia formal.

            2.         El juez mediático, en los titulares de noticieros.

            3.         El juez digital, en las redes sociales donde se anticipan veredictos sin pruebas.

Negarse a reconocer esos escenarios es condenar a un cliente a perder antes de empezar. Lo digo con el corazón en la mano: he visto cómo un ciudadano llega a la audiencia con la derrota ya escrita en los periódicos. He visto fiscales que filtran más rápido de lo que resuelven, y he visto cómo un canal de YouTube transmitiendo una audiencia pública logra más espectadores que un noticiero en horario prime.

El litigio ya no ocurre solo en los estrados: está en el streaming, en los hashtags, en los titulares diseñados para la inmediatez.

Kelsen tiene razón en algo: el abogado no puede convertir el derecho en un circo mediático. No podemos degradar la defensa a un show. Pero callar es peor. Callar es dejar que la Fiscalía, con su inmenso aparato de comunicaciones, construya la narrativa única de un caso. Callar es entregar la reputación del defendido a la hoguera de Twitter sin ofrecerle una palabra.

Y cuando se es representante de víctimas, no hay nada más efectivo que el señalamiento público que revela la displicencia del fiscal que tiene en un anaquel digital la esperanza de verdad, justicia y reparación del afectado.

En nuestro país, donde la Fiscalía misma reconoce que concentra recursos en procesos “de interés nacional”, la defensa silenciosa se convierte en un suicidio procesal.

Ihering decía que defender un derecho es defender la propia dignidad. En el siglo XIX se refería a la lucha en tribunales y en la vida social de su tiempo. Hoy, esa lucha también pasa por las redes sociales y los medios. No es cuestión de marketing: es cuestión de sobrevivencia jurídica, de enfrentar el sesgo prefabricado en un juicio paralelo que condiciona al juez. Son contados con los dedos los jueces que deciden en contra de tendencias y escándalos mediáticos.

El abogado que toma la palabra en un noticiero, que explica en redes lo que realmente sucede en un proceso, no está buscando fama. Está protegiendo el derecho a la presunción de inocencia, está equilibrando un tablero inclinado, está devolviendo humanidad a un expediente que los titulares reducen a caricatura.

Yo creo en una defensa integral. El abogado debe litigar en tres niveles:

            •          Ante el juez: con técnica, rigor probatorio y respeto procesal.

            •          Ante los medios: con pedagogía, explicando que un proceso no es una condena anticipada.

            •          Ante las redes sociales: con agilidad, porque hoy un rumor en WhatsApp puede ser más dañino que un auto de detención.

¿Acaso no es más justo que un abogado defienda en todos esos frentes antes que dejar a su cliente expuesto a la condena paralela de la opinión pública?

Sé que hay colegas que piensan distinto. Algunos me dicen: “si hablas en medios pierdes seriedad; si escribes en redes te vuelves opinador, no abogado”. A ellos les respondo: no es cuestión de ego, sino de estrategia.

Cuando la Fiscalía anuncia imputaciones en ruedas de prensa antes de notificarlas a la defensa, ¿no es legítimo responder en ese mismo escenario? Cuando un juez se entera primero por Twitter que por la audiencia, ¿no es necesario equilibrar la balanza?

Litigar en medios no es frivolizar la toga: es dignificarla en un país donde la justicia se volvió espectáculo.

Entre Kelsen y Ihering, yo me quedo con ambos. Con Kelsen para no perder la técnica en los estrados. Con Ihering para no olvidar que el derecho se vive y se sufre en carne propia, y que la defensa también se libra en la narrativa pública.

Porque al final, detrás de cada proceso hay un ser humano que no es trending topic, ni meme, ni titular. Es alguien con familia, con reputación, con futuro. Y si el abogado no defiende también esa humanidad en los espacios donde se le ataca, la toga se convierte en un adorno inútil.

Litigar hoy en Colombia es litigar con la toga puesta, el micrófono abierto y la conciencia firme. No porque queramos, sino porque el propio sistema nos empuja a ello.

Y entre el silencio kelseniano y la lucha iheringuiana, yo elijo hablar.

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