El pasado viernes 14 de febrero de 2025, asistí con gran expectativa a "The Juanpis Live Show” en el Teatro Juan Pablo González Pombo, en el Centro Comercial Santa Fe de Bogotá. Habiendo disfrutado de una experiencia excepcional en una presentación anterior, confiaba en que esta velada sería igualmente memorable. Sin embargo, lo que presencié esa noche dejó mucho que desear y me llevó a reflexionar profundamente sobre la responsabilidad que los artistas y productores tienen hacia su público.
Desde el momento en que uno ingresa al teatro, es evidente el esmero puesto en cada detalle para garantizar una experiencia de alta calidad. La posibilidad de degustar la cerveza de la marca Juanpis, disfrutar de una variada oferta gastronómica y la presencia de una banda en vivo crean un ambiente acogedor y entretenido. Estas características han sido constantes en el show, consolidando una reputación de excelencia y originalidad.
Parte del atractivo del espectáculo radica en la sorpresa del invitado especial, cuyo nombre se mantiene en secreto hasta el inicio de la función. Esta expectativa ha sido recompensada en el pasado con entrevistas a figuras de renombre que aportan dinamismo y profundidad al show. No obstante, en esta ocasión, la elección del invitado resultó ser un desacierto que afectó negativamente la calidad del evento.
El invitado de la noche fue Pirlo 420, un cantante de trap originario de Cali, conocido por su estilo controvertido y su pertenencia al colectivo "Cali Cartel", un grupo de jóvenes artistas que buscan revolucionar la escena musical urbana en Colombia. Aunque su música ha ganado cierta notoriedad, Pirlo también ha estado envuelto en diversas polémicas que ponen en entredicho su profesionalismo y compromiso artístico.
Desde su aparición en el escenario, Pirlo 420 mostró señales de desorientación y dificultad para mantener una conversación coherente. Su habla era errática y su comportamiento sugería que no se encontraba en pleno uso de sus facultades. A medida que avanzaba la entrevista, y con el consumo evidente de whisky por parte del invitado, la situación se deterioró aún más. El comediante Alejandro Riaño, en su papel de Juanpis González, hizo esfuerzos notables por reconducir la conversación y mantener el interés del público, pero la falta de colaboración y coherencia por parte de Pirlo hizo que la tarea fuera prácticamente imposible.
En un intento por salvar la velada, Juanpis solicitó a Pirlo que interpretara alguna de sus canciones, esperando que la música pudiera reanimar el ambiente. Lamentablemente, este segmento resultó ser aún más desafortunado. Pirlo fue incapaz de sincronizarse con el playback, olvidó letras y mostró una evidente falta de preparación. Lo que podría haber sido un momento culminante se convirtió en una exhibición incómoda que dejó al público atónito y decepcionado.
La incomodidad en la audiencia era palpable. Algunos asistentes comenzaron a abandonar la sala antes de que el espectáculo concluyera, manifestando su descontento y frustración. Finalmente, ante la imposibilidad de continuar de manera digna, Juanpis solicitó la intervención del mánager de Pirlo, quien subió al escenario para retirar al artista y dar por terminada la presentación.
Este incidente no es un hecho aislado en la trayectoria de Pirlo 420. En diciembre de 2024, el streamer Westcol respondió a mensajes de Pirlo, revelando supuestos problemas de drogas que tendría el cantante de trap. Además, en enero de 2024, Pirlo tuvo un fuerte encontronazo con policías en Cartagena, donde fue acusado de vender drogas en 'el pedazo'. Estos antecedentes ponen en evidencia un patrón de comportamiento que afecta no solo su carrera, sino también la percepción del público hacia los eventos en los que participa.
Como espectador, me siento en la obligación de expresar mi descontento y preocupación por lo sucedido. La relación entre un artista y su audiencia se basa en un contrato implícito de respeto y entrega mutua. Los asistentes confían en que el espectáculo ofrecerá una experiencia gratificante, acorde con la reputación y trayectoria del artista. Cuando esta confianza se ve traicionada por actuaciones deficientes y falta de profesionalismo, el daño trasciende la decepción individual y afecta la credibilidad del espectáculo en su conjunto.
Es comprensible que en un formato como "The Juanpis Live Show" se busque la diversidad de invitados para mantener la frescura y el interés del público. Sin embargo, es imperativo que se realice una selección cuidadosa de los participantes, evaluando no solo su popularidad, sino también su capacidad para aportar de manera positiva al espectáculo. La inclusión de artistas con antecedentes problemáticos o comportamientos erráticos puede poner en riesgo la calidad del show y, lo que es más grave, la confianza y lealtad del público.
Alejandro Riaño, a través de su personaje Juanpis González, ha demostrado en múltiples ocasiones su talento y compromiso con causas sociales. Un ejemplo destacado es el evento realizado el 30 de enero de 2025 en el Movistar Arena, donde junto al cantante Feid recaudaron más de mil millones de pesos destinados a la reconstrucción de viviendas en el Chocó, afectadas por inundaciones. Este tipo de iniciativas reflejan un profundo sentido de responsabilidad social y una conexión genuina con las necesidades del país.
No obstante, eventos como el del 14 de febrero ponen de manifiesto la necesidad de reforzar los criterios de selección de los invitados y garantizar que todos los participantes compartan ese mismo nivel de profesionalismo y respeto hacia el público. La excelencia de un espectáculo no depende únicamente del talento del anfitrión, sino también de la calidad y actitud de quienes comparten el escenario.
Como espectadores, valoramos y apoyamos el arte que enriquece nuestras vidas, que nos hace reflexionar, reír y sentir. Pero también exigimos respeto y compromiso por parte de quienes se presentan ante nosotros. Es fundamental que los artistas y productores reconozcan que su labor va más allá del entretenimiento; implica una responsabilidad con su público, con la industria y con ellos mismos. No se trata solo de llenar teatros o vender boletos, sino de ofrecer experiencias que dignifiquen el arte y honren la confianza de quienes asisten. Cuando un espectáculo falla por la falta de profesionalismo o preparación de sus participantes, no solo se decepciona a los espectadores, sino que también se deteriora la credibilidad del evento y del propio artista.
La exigencia no es por perfección, sino por respeto: respeto por la audiencia que paga por un buen show, respeto por la profesión que ejercen y respeto por el escenario que ocupan. Cada presentación es una oportunidad de conexión, de impacto y de crecimiento mutuo entre quienes están sobre las tablas y quienes los observan. Y cuando esta oportunidad se desperdicia, el arte pierde y el público también.
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