Alejandro Magno envió a sus soldados a recoger uno o dos ejemplares de cada libro en todo su territorio con el fin de surtir la Biblioteca de Alejandría la más completa del universo. Pero muchos siglos después los católicos españoles se inventaron la Santa Inquisición y quemaron los libros y a sus autores que fueran sospechosos de apostasía. Después, los «ismos» —fanatismos como el fascismo, el nazismo, el estalinismo, etc.— se dieron a la tarea de perseguir autores y libros porque siempre han sido símbolos libertarios; de ahí tenemos la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury con la gran fogata anti literaria.
Hoy el Neoliberalismo hace igual favoreciendo la existencia de los monopolios multinacionales editoriales, como Random House y toda su galaxia de comercializadoras de papel impreso en el mundo, las cuales tienen sus autores de combate, de modo que cualquier escritor que no esté en ese brochure no entra en el baile de la explotación.
En Colombia, uno de un millón de ciudadanos tiene acceso a publicar sus libros en alguna de estas «comercializadoras» de libros. Sin embargo, son miles de colombianos que tienen talentos en la poesía, narrativa, ensayo, historia y otras disciplinas.
A estos los cobija el olvido y la persecución: Si publica un libro, con todo el esfuerzo que significa ser autor-editor, de su propio bolsillo, debe registrarlo con un número del isbn, que tiene un costo de casi setenta mil pesos; a eso debe sumarle la obligación del Depósito Legal, es decir, enviar cinco o seis ejemplares de su libro a varias bibliotecas depositarias y esto también tiene un costo cercano a los setenta mil pesos o más.
Pero, si usted no envía esos ejemplares en el término que dice la norma (60 días después de aparecido su libro) usted se hace merecedor a una multa correspondiente a un (1) sdmlv; un poco menos de cincuenta mil pesos diarios, por cada día de retraso. Y como nuestros talleres impresores no se caracterizan por su cumplimiento, se corre el riesgo de que, sin aparecer el libro, el autor ya está debiendo una gran multa. (En el interior del libro debe aparecer al menos el mes de publicación).
Esto sucede con los libros que tienen el isbn; pero igual pasa con los que no lo tienen. Parece ser que se establece una pesquisa para que a nadie se le ocurra publicar su libro sin enviar a las depositarias y sin que pague las multas.
Según este panorama, solo las grandes editoriales pueden cumplir la norma y los pequeños autores-editores deben desaparecer del mapa.
Uno podría pensar que el progresismo llegó al poder para corregir las anomalías del neoliberalismo; pero al reconocerse este decreto (refrendado en febrero de 2024), que obliga a la mayoría de los colombianos que escribe y/o quisiera publicar su libro, a cumplir unos parámetros imposibles, se concluye que, en vez de avanzar, retrocedemos:
Antes se quemaban los libros; ahora ni siquiera se permite que sean creados.
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