Al entrar a Sombras no hay velas encendidas, luces tenues ni vitrinas de vino. No hay absolutamente nada que ver. Solo un silencio espeso y la negrura total que invitan a soltar el control y a confiar. Aquí, en este pequeño restaurante de 12 puestos al norte de Bogotá, el menú no se mira, se siente. Y quienes guían esta experiencia no lo hacen desde la vista, sino desde la memoria, el oído, el tacto y una intuición precisa: son personas ciegas, convertidas en asesores gastronómicos, que con elegancia y dominio demuestran que la oscuridad también puede ser sinónimo de luz.
Sombras es la nueva apuesta del Grupo Seratta, un proyecto sin precedentes en Colombia ni en América Latina: un restaurante de alta cocina completamente a oscuras, atendido por personas con discapacidad visual. Más que una innovación gastronómica, es un acto poético, una revolución silenciosa que mezcla neurociencia, arte culinario y justicia social.
Comer sin ver, para ver de verdad, así es Sombras
La experiencia dura 90 minutos. Son siete pasos —ni uno menos— de cocina de autor diseñada para que el paladar se agudice sin la interferencia de la vista. Cada plato está inspirado en los cinco continentes y se sirve sin previo aviso. No hay spoilers ni descripciones previas. Los sentidos despiertan. El oído se vuelve brújula. Las manos se convierten en ojos. El comensal entra desorientado y sale transformado.
El creador de esta experiencia es Jairo Palacios Ospina, chef y CEO del Grupo Seratta, quien explica que el proyecto nace de una inquietud profunda: “En Colombia hay más de cuatro millones de personas ciegas, y el 87 % no tiene empleo. Yo no podía seguir siendo ciego ante esa realidad. Entonces decidí crear un lugar donde no solo trabajaran, sino donde fueran protagonistas”.
Con ese espíritu nació Sombras, ubicado en el complejo gastronómico Campo dei Fiori. Junto a Palacios, el chef corporativo Yesid Vanegas diseñó el menú y la coreografía de esta cena a ciegas. Todo ha sido pensado con obsesión por el detalle: desde las texturas de los platos hasta la forma exacta de servirlos. Aquí, el servicio no improvisa: todo es cálculo, repetición, memoria.
Quienes guían la experiencia son Zenaida Merchán, John García y Carlos Quintero —este último también DJ e ingeniero de sonido—, quienes no solo atienden, sino que participaron en el diseño sensorial del espacio. Junto a ellos, el equipo de capacitación liderado por José Joaquín Rey Villada construyó un sistema táctil de trabajo que les permite operar con precisión quirúrgica: servilletas que marcan puntos clave, posiciones exactas para cada cubierto, copas alineadas como si las hubiera dispuesto una máquina. “Para ellos, el orden es luz en la oscuridad”, dice Rey.
Durante más de dos meses de entrenamiento intensivo, el equipo practicó cada movimiento: cómo servir agua midiendo el tiempo exacto, cómo caminar con un plato nivelado, cómo anticiparse al entorno sin verlo. El aprendizaje fue de doble vía. “Ellos me enseñaron a soltar el miedo, a confiar, incluso a reírme”, confiesa el formador.
Sombras también ha contado con el respaldo técnico del INCI (Instituto Nacional para Ciegos) y de varios colectivos de personas con discapacidad visual, con quienes se construyó un protocolo de montaje y servicio con estándares de seguridad, eficiencia y respeto.
Pero este lugar no es solo un experimento sensorial. Es una declaración. Una forma de decir que la inclusión no debe ser una concesión ni una limosna. “Aquí no hay show de luces ni vajillas estrafalarias. Hay silencio, escucha, presencia. Queremos que la gente entienda que al dejar de ver, se empieza a sentir”, dice Palacios con firmeza.
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Y tiene razón. Cada plato en Sombras no solo alimenta el cuerpo: toca fibras. Porque uno entra esperando una cena diferente y sale habiendo vivido algo que, sin exagerar, puede cambiar la forma en que se mira la vida. La oscuridad, en este rincón del norte de Bogotá, no es ausencia: es revelación.
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