Así es la megamansión de Yeferson Cossio en Guatapé: un paraíso excéntrico a orillas de la laguna

En esta mansión de 8 mil metros cuadrados, donde tiene motos acuáticas, cuatrimotos, y lanchas, el influencer hace sus fiestas privadas

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agosto 02, 2025
Así es la megamansión de Yeferson Cossio en Guatapé: un paraíso excéntrico a orillas de la laguna

En Guatapé, donde la represa parece tragarse el cielo y devolverlo en reflejos, Yeferson Cossio levantó algo que va mucho más allá de una casa. No es solo una mansión: es un territorio inventado, un parque de diversiones personal, un santuario de excesos que él mismo llama “Zodoma y Gomorra”. Allí, entre palmeras y lanchas de carrera, el influencer colombiano muestra su mundo, mezcla de lujo, improvisación y un humor irreverente que lo ha convertido en uno de los creadores de contenido más comentados del país.

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El terreno supera los 8.000 metros cuadrados y parece dividido en capas, como un escenario. En la parte alta, lo primero que aparece no es la casa, sino dos glampings que funcionan como pequeñas cápsulas de desconexión. Uno es para él, el otro lo regaló a su hermana, aunque admite que casi nunca lo usa. Las tiendas de campaña de lujo tienen todo lo necesario para sobrevivir sin bajar a la casa principal: camas, neveritas camufladas en muebles, parrillas eléctricas, armarios diminutos y hasta un jacuzzi con una mesa-hielera incorporada para mantener las bebidas frías. “Autosuficientes”, los llama él, aunque lo cierto es que parecen más una extensión de la comodidad que una experiencia de supervivencia.

Desde allí arriba, la vista es un golpe. El rojo intenso del techo de la mansión destaca entre la vegetación, mientras abajo pastan avestruces –sí, avestruces– y caminan patos como si nada. Entre ellos está Miguelito, el avestruz temperamental que protagoniza algunas de las anécdotas más surrealistas de la finca, y Cintia Segunda, la compañera de corral, porque la primera Cintia, cuenta Cossio, falleció. No hay rincón que no tenga historia, ni animal que no sea parte del ecosistema extravagante del lugar.

El recorrido baja hacia un espacio que Cossio ya sueña expandir. Ahí planea construir una casa de huéspedes, quizá un dúplex, “algo con estilo”, dice. Mientras tanto, lo que hay es una especie de antesala a los juguetes acuáticos: un jacuzzi abandonado, trailers, y un garaje que parece una bodega de excesos. En medio del desorden –que él mismo admite sin pena– descansan motos acuáticas, una lancha de carreras, chalecos salvavidas “hasta para babillas” y cañas de pescar que nunca han tocado el agua.

Más abajo, la mansión despliega su lado hedonista. Hay una barra de coctelería para fiestas, un espacio para DJ y un módulo independiente diseñado para que los invitados puedan quedarse a beber, bailar o sumergirse en la piscina infinita sin necesidad de entrar a la casa. Todo está pensado para la noche: las luces, las fogatas, las camas exteriores regaladas por su hermana, y hasta un rincón que él llama “parche capibara”, donde el plan consiste en quedarse quieto en el jacuzzi, sin moverse, como esos roedores que parecen meditar en silencio.

La naturaleza, pese a todo el cemento, es protagonista. Cada árbol fue respetado y trasplantado, cada guayabo y cada mamoncillo sobrevivieron a las obras. “Ninguno se murió”, dice orgulloso. Entre la vegetación crecen recuerdos y una idea de refugio: cuando la depresión le aprieta, confiesa, vuelve a Guatapé para “recargarse de energía”. Ahí, con la laguna extendiéndose frente a él, parece convencido de que la casa –y todo lo que hay en ella– no es solo un capricho, sino una forma de sobrevivir.

La sala es el primer escenario de esta película. Una chimenea preside el espacio, aunque esté “llena de caldeo y de maric**s”, como confiesa sin filtro. Las lámparas cuelgan del techo como esculturas, una tan grande que necesita andamios para cambiarle un bombillo. “Me toca alquilar andamios solo para eso”, dice, medio riendo, medio resignado. El comedor guarda memorias de fiestas que terminaron en otras ciudades, muebles heredados de amigos, y hasta una bocina con bluetooth que ilumina aunque él mismo admite no saber cómo conectarla.

La cocina, impecable y repleta de electrodomésticos, parece más un museo que un espacio de uso diario: “ni idea para qué sirven”, dice mientras señala un mortero como si fuera una pieza arqueológica. Un pasillo lleva a las habitaciones de huéspedes, cada una equipada con blackout eléctrico, pantallas planas y baños propios.

Pero la joya es la habitación principal. El baño es casi un spa: piedras, madera, luz natural y plantas se mezclan para que, como él dice, “uno se sienta naturaleza”. Tanto, que convive con una serpiente del maíz y una tarántula que, aunque tímidas, han dejado huellas: en un rincón, la piel mudada de la culebra es un recordatorio de que en esta casa los reptiles son parte de la decoración.

La vida animal no se limita a los terrarios improvisados. En el jardín corre Dobby, un rottweiler “tan macizo que parece un caballo”. Cossio bromea con que el perro “es el bebé de la casa”, mientras explica que tiene personal contratado para prepararles pollo a los perros dos veces al día.

También está Donatella, una tortuga morroco que apareció un día cuando el mayordomo guadañaba el pasto. “No sé de dónde salió”, admite. Le dieron comida, la dejaron libre, pero ella sigue regresando por frutas y cáscaras de banano. “Yo siempre quise tener una tortuga. Y bueno, no la tengo, pero aquí está”.

La parte baja de la propiedad es una colección de ocurrencias hechas realidad. Una piscina colgada a 12 metros de altura sobre la montaña nació de “una idea de fiesta”, según él. El “cuarto de máquinas” controla todo: luces, chorros, temperatura, hasta los colores del jacuzzi. Lo maneja con una aplicación en el celular, pero aun así el espacio está adornado con plantas y detalles, como si se negara a que existan rincones sin diseño.

Más abajo, el muelle guarda una lancha, un jetski y un planchón que sirve de escenario para fiestas flotantes. Desde allí, la vista es la postal soñada: la casa iluminada reflejándose en la represa, rodeada de árboles que parecen custodiarla.

Cossio lo dice sin vueltas mientras observa todo: que ama esta propiedad, que no se lo cree, que a veces siente que no quiere morirse nunca. Y tal vez sea eso lo que explica cada lámpara, cada maceta, cada esquina imposible: más que una casa, levantó un lugar para recordarse todos los días que los sueños, incluso los más extravagantes, pueden volverse hogar.

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