El pasaporte colombiano, más que un simple documento de viaje, es la llave de entrada al mundo para millones de ciudadanos. No es un juego, ni un capricho presidencial. Es un asunto de seguridad nacional y de la credibilidad internacional de Colombia. Sin embargo, la actual administración parece empeñada en tratarlo como tal, y las consecuencias podrían ser catastróficas.
La terquedad del gobierno de Gustavo Petro de arrebatar la elaboración de los pasaportes a una empresa con experiencia probada para entregarla a manos inexpertas como la Imprenta Nacional es una apuesta imprudente y sumamente arriesgada. Se dice que la salida de la excanciller Laura Sarabia, una de las figuras más cercanas al presidente, se debió precisamente a su negativa a ceder a esta presión, entendiendo la gravedad de la situación. Si esto es cierto, la improvisación y el capricho personal habrían primado sobre la sensatez y la prudencia en un tema tan delicado.
Las implicaciones de esta decisión son profundas y preocupantes. Un pasaporte mal elaborado, con deficiencias en sus medidas de seguridad, no es solo un inconveniente burocrático, es una brecha de seguridad que puede ser explotada por el crimen organizado transnacional, por el terrorismo o por redes de trata de personas. La comunidad internacional, especialmente aquellos países que han eximido a los colombianos del requisito de visa, no tardará en notar estas falencias.
La consecuencia más inmediata y dolorosa para los ciudadanos colombianos podría ser la suspensión de la entrada sin visa a países como los de la Unión Europea. Perder este privilegio no solo sería un retroceso monumental en la política exterior del país, sino un golpe directo al bolsillo y a las aspiraciones de millones de colombianos que dependen de la facilidad de viajar para estudiar, trabajar o visitar a sus familias en el exterior.
El presidente Petro y su gobierno deben entender que la improvisación en este tema no es solo una cuestión de ideología o de "cambio". Es una irresponsabilidad mayúscula que pone en riesgo la libertad de movimiento de sus propios ciudadanos y la reputación de Colombia en el escenario global. El pasaporte no es un trofeo político; es una credencial que exige la máxima profesionalidad y seriedad en su elaboración. De lo contrario, los colombianos podríamos terminar pagando un precio muy alto por la tozudez de unos pocos.
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