El ciberacoso en niños y jóvenes va en crescendo. ¿Qué adultos responsables van a conjurarlo si los líderes políticos dan la pauta de la más infame violencia en redes sociales?
Hace pocas semanas se cumplieron 10 años del suicidio de Sergio Urrego. Agresiones homófobas en escenarios digitales y presenciales lo cercaron y le quitaron la ilusión de vivir. En abril y mayo de 2023, Antioquia quedó sacudida por la muerte de dos adolescentes —de 13 y 14 años— que las autoridades investigaron como posibles casos de ciberacoso. Miles de niños y jóvenes padecen a diario el acoso digital, muchas veces de manera anónima y con evidente subregistro.
En Colombia solemos asociar el término bullying con la infancia y la adolescencia. Basta asomarse a Twitter/X, Facebook o TikTok en época electoral para descubrir que los adultos, especialmente los líderes políticos, no solo replican, sino que perfeccionan prácticas de hostigamiento. En el terreno político, ideológico o incluso cultural, los ataques se multiplican en manada, como hienas que rodean a la presa.
El resultado: un clima tóxico que erosiona la democracia, alimenta la polarización y normaliza la violencia verbal como parte de la vida pública. Y da el peor ejemplo a jóvenes y niños. Una buena parte de quienes gobiernan o aspiran a gobernar, de derecha o de izquierda, hombres y mujeres, suelen ser los más violentos. ¡Qué esperanza!
El acoso digital entre adultos: características
- Ataque en manada: usuarios coordinados —a veces espontáneamente, a veces desde “bodegas” políticas— descargan insultos contra una persona o grupo.
- Deshumanización: insultos, memes y etiquetas reducen al adversario a un estereotipo. Aniquilacióm reputacional pura.
- Amplificación algorítmica: las plataformas premian la interacción, incluso la del odio, convirtiéndola en herramienta obligada de marketing político.
- Efecto silenciamiento: periodistas, activistas o ciudadanos prefieren callar antes que ser blanco de la turba digital.
El caso colombiano
La polarización política es un propósito. En campañas recientes, seguidores de distintos partidos han convertido las redes en trincheras: el adversario es un enemigo a destruir. Verbos como “destripar” o “borrar” hacen carrera. Las referencias a las progenitoras de los objetos de ataque están a la orden del día.
Ataques de género: mujeres políticas y periodistas, son blanco frecuente de comentarios misóginos, amenazas sexuales y difamación.
Campañas coordinadas: granjas de bots y cuentas falsas amplifican tendencias, generando la ilusión de consenso cuando en realidad hay manipulación pagada.
En las elecciones de 2022, estudios de la Fundación Karisma y la MOE mostraron cómo la desinformación y el acoso digital se usaron como armas sistemáticas de propaganda.
Consecuencias sociales
- Democracia debilitada: el debate público se degrada a insultos, perdiéndose matices y propuestas y la oportunidad de convencer con serenidad y argumentos.
- Normalización de la violencia: si los líderes se atacan con ferocidad, ¿qué ejemplo reciben los jóvenes?
- Autocensura: periodistas y académicos evitan opinar por miedo al hostigamiento.
- Fragmentación social: ciudadanos atrincherados en burbujas ideológicas, convencidos de que el otro bando es “el enemigo”. Nadie cambia de opinión.
De hienas a ciudadanos: cómo transformar la cultura digital
- Responsabilidad de líderes: bajar el tono y dar ejemplo en redes. Un “termómetro de decencia digital” debería medir a candidatos y a sus bodegas. Los agresores deben ser castigados por los electores. A la usanza de Mockus: sanción social y cultural.
- Regulación y plataformas: mayor control sobre cuentas falsas y discursos de odio.
- Alfabetización digital en adultos: no solo los niños necesitan formación; también los adultos debemos aprender a debatir con respeto y a no alimentar la máquina del odio.
- Ejemplos de resistencia: periodistas y activistas que, pese al acoso, promueven debates basados en datos.
- Espacios alternativos: comunidades digitales de diálogo seguro, donde se pueda disentir sin agredir. Pueden ser la clave en el debate electoral que se avecina.
¿Con qué autoridad educamos a los niños?
La paradoja es inquietante: ¿cómo enseñar a niños y adolescentes a usar la tecnología con responsabilidad si los adultos damos ejemplo de lo contrario?
En Colombia, candidatos de todas las corrientes se atacan con agresividad permanente. El presidente Gustavo Petro, un expresidente y otros aspirantes de peso han utilizado un lenguaje feroz hacia sus contradictores, que degrada el debate. Algunos líderes intentan mantener un tono propositivo, pero son minoría. El mensaje que llega a los jóvenes es devastador: “así se discute en democracia”.
El acoso digital entre adultos no es un simple “juego de redes”: es un síntoma de una sociedad que traslada sus violencias al espacio virtual.
Transformar la cultura de los adultos agrediéndose como hienas requiere voluntad política, responsabilidad de las plataformas y, sobre todo, un cambio de actitud en cada ciudadano. La democracia necesita debate, no linchamientos; necesita adversarios, no enemigos.
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