Cuando se habla de culturas o de geopolítica la referencia a “Occidente” como una unidad hace perder de vista que esto en cierta forma es una falacia. Lo que se observa es una dicotomía engañosa:
Uno es el modelo de Occidente desarrollado, Europa y Estados Unidos, donde se concretaron los pilares de la democracia y el capitalismo, que ha sido considerado como la cúspide del progreso y la modernidad, que emana de la tradición grecorromana y judeocristiana; y el otro, representado especialmente por América Latina, subyugado y colonizado por los anteriores, con una marcada influencia en la imposición de valores que han eclipsado sus ricas tradiciones culturales indígenas, y que hoy entran en la categoría de ‘subdesarrollados’ o de “mundo en desarrollo”.
Al evaluar las trayectorias hacia el desarrollo de otros países antes más atrasados pero con otros modelos diferentes al ‘occidental’, se evidencia que allí se han generado resultados más satisfactorios.
Son casos como el de Rusia y China, antiguas naciones que, habiendo sido la más pobre de Europa la una y del mundo la otra, han logrado un notable ascenso económico y social; o con los "tigres asiáticos" que han superado en crecimiento y bienestar a muchos países occidentales; o con la evolución de las naciones que desde su pertenencia al Pacto de Varsovia hasta la integración a la Unión Europea transitaron un camino hacia el desarrollo más eficiente para promover el crecimiento y el bienestar de sus ciudadanos.
La inestabilidad y descontento social observados en América Latina ponen en tela de juicio las supuestas bondades de ser parte de ‘Occidente’ y de adherir incondicionalmente a este sistema geopolítico. Esto se manifiesta en un escepticismo creciente en la región respecto a su efectividad para el desarrollo sostenible y equitativo.
La falta de identidad entre los dos ‘occidentes’ se confirma en la evolución en la relación entre los dos grupos, puesto que al tomar el aumento del ingreso per cápita los países prosperan pero a costa de mayores desigualdades y mayor cantidad de pobres. Si asumimos por referente del desarrollo los países europeos y los Estados Unidos, las naciones latinoamericanas, al estar cada vez más distantes o más atrasadas en relación a ellos, se podría decir que estamos cada vez más subdesarrollados.
Poco o nada significa (fuera de cierta habilidad de manejo de imagen) que Colombia haya sido incluida como ‘miembro’ del OCDE’ y como ‘Aherente a la OTAN’ en cuanto a que se haya diferenciado del resto de Latinoamérica. Por el contrario, persistimos en ser el país más desigual, el país con mayor desempleo, con los niveles de inseguridad y de violencia más altos y más persistentes, etc, atrasándonos incluso respecto a otras naciones suramericanas a las cuales antes aventajábamos. Y en efecto en el listado de países por nivel de desarrollo estamos cada vez más abajo.
La diferencia entre los dos "Occidentes" revela la importancia de reevaluar los paradigmas y modelos en la búsqueda de un desarrollo inclusivo y sostenible
En definitiva, la diferencia entre los dos "Occidentes" revela la importancia de reevaluar los paradigmas y modelos existentes en la búsqueda de un desarrollo inclusivo y sostenible. La diversidad de experiencias y enfoques a nivel mundial invita a reflexionar sobre la idoneidad de la alineación incondicional al poder geopolítico Norteamericano. Se puede abrir la puerta a la posibilidad de nuevas formas de relación con otras potencias que propicien la construcción de un futuro más justo y próspero para todos.
En especial en este momento, la forma en que Trump logró identificarse con norteamerica, y peor aún ejercer la representación, orientación y voceria de Occidente (aún no rechazadas) llaman a reflexionar un poco más sobre este tema.
Del mismo autor: El fallecimiento de Miguel Uribe Turbay
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