Del basurero al abono: la revolución silenciosa que lideran municipios colombianos

Una sencilla tecnología está transformando la basura orgánica en abono y cambiando hábitos en municipios de Colombia

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julio 15, 2025
Del basurero al abono: la revolución silenciosa que lideran municipios colombianos

En Colombia, la basura ya no huele igual. En municipios como Subachoque, Anzá, Entrerríos, Tunja, Sogamoso o incluso en la localidad de Kennedy, en Bogotá, los residuos orgánicos dejaron de ser carga para convertirse en oportunidad. Detrás de este cambio, que ya transforma los hábitos de cientos de familias, está el compostaje giratorio, una estrategia sencilla, eficaz y de bajo costo que ha comenzado a aliviar una de las crisis ambientales más graves del país: el inminente colapso de los rellenos sanitarios.

De acuerdo con cifras del DANE, Colombia produce más de 24 millones de toneladas de basura al año, y más de la mitad corresponde a residuos orgánicos. Son toneladas de restos de comida y material vegetal que terminan enterrados, descomponiéndose sin control, liberando metano —un gas con un poder de calentamiento global 30 veces mayor al CO₂— y generando lixiviados que contaminan fuentes de agua, aire y suelos. Según el Ministerio de Ambiente, estos residuos representan cerca del 7% de las emisiones de gases de efecto invernadero del país.

Pero algo comenzó a cambiar cuando un grupo de municipios decidió asumir el problema desde la raíz.

Compostar: un acto doméstico de resistencia ambiental

La escena es sencilla: una familia recibe un kit de compostaje giratorio con un pequeño tambor, instrucciones claras y acompañamiento técnico. El sistema no requiere obras, es portátil, no huele mal y no atrae insectos. En talleres comunitarios, las familias aprenden a separar sus residuos, girar el tambor cada ciertos días y, en pocas semanas, obtener abono para sus propias huertas. El impacto no se limita al suelo: muchas familias han pasado de sacar cuatro bolsas de basura a la semana, a solo una o dos al mes. Un cambio tan simple como poderoso.

Detrás de esta revolución silenciosa está Hábitat Compostaje, una organización que, en alianza con alcaldías, secretarías de ambiente y otras entidades, ha puesto en marcha estas campañas en diversas regiones del país. Su directora, Vanessa Roldán, explica que el modelo giratorio no requiere grandes inversiones ni infraestructura, lo que lo hace viable para municipios intermedios y rurales. “Es un modelo de acción climática con enfoque local y participación ciudadana. Una tecnología social al alcance de todos”, resume.

Y es que el impacto es tangible. No solo se reduce la presión sobre los rellenos sanitarios —muchos de ellos al borde de su vida útil, como advierte la Superintendencia de Servicios Públicos—, sino que se disminuyen los costos operativos del sistema de aseo, un rubro que pesa con fuerza en los presupuestos municipales.

Además, el compostaje giratorio está alineado con seis Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): promueve huertas sin agroquímicos (ODS 2), protege el agua (ODS 6), impulsa ciudades sostenibles (ODS 11), fomenta el consumo responsable (ODS 12), combate el cambio climático (ODS 13) y restaura suelos biodiversos (ODS 15).

Lo más potente del modelo es su dimensión educativa. Cada taller, cada asesoría, cada visita técnica es también una excusa para reconstruir la relación de las personas con sus residuos, para recordar que la basura no desaparece, solo cambia de lugar. Y que, con el conocimiento adecuado, puede volver a la tierra como recurso, no como amenaza.

En tiempos en los que el discurso ambiental parece reservado a cumbres internacionales o a grandes industrias, estas campañas demuestran que el cambio puede comenzar en la cocina de cualquier casa. Y que si bien el compostaje no resolverá por sí solo la crisis ambiental, sí representa una herramienta concreta, replicable y educativa que permite a los ciudadanos ser parte activa de la solución.

Hoy, mientras en muchas ciudades los camiones recolectores siguen llegando al límite de los rellenos, municipios como Santa Fe de Antioquia o Tunja se atreven a imaginar un futuro diferente. Un futuro donde la basura se reduzca desde el origen, donde la acción ambiental no sea un lujo sino una costumbre, y donde las políticas públicas se construyan desde el diálogo entre la comunidad y el territorio.

Tal vez sea momento de dejar de mirar los residuos como un problema y comenzar a verlos como lo que realmente pueden ser: una oportunidad para sembrar futuro.

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