
Esta exposición Lo que quiero decir, curada por María Iovino no tiene pies mi cabeza. Las obras de Luis Caballero no son las mejores. Son, casi todos retazos inconclusos que quedaron en un cajón en algún taller y guardados en la casa de su hermana Beatriz. Muchos no tienen firma.

Pero también hay que decir que la apoteosis está presente en un trìptico que Caballero realizó para la bienal de Coltejer donde podremos observar el gran trazo de un maestro y el manejo del color. La gran promesa que logró serlo.

De Luis Caballero se exponen obras que pueden ser ensayos, pero lo comparan con Felipe Lozano que es un joven artista donde su conducta pictórica es abominable en este turbulento contexto de la vida contemporánea. Es real y aparente lo que aparece no se encuentra al alcance de nuestros sentidos. Cualquier intento por definirlo es inútil. Busca una imagen que tenga la apariencia de realidad, pero, como pasa con frecuencia, lo real pasa por lugar generacional, Felipe Lozano transformaciones inútiles. El comunicado de prensa afirma que Lozano aborda el cuerpo desde una biografía marcada por la ciencia, la tecnología y la disociación entre sexualidad y reproducción. Concebido por fecundación in vitro,
su existencia encarna una paradoja que recorre toda su obra: el deseo separado de la función reproductiva anota Víctor Manuel Rodríguez en su comunicado de prensa. Lo quiere todo, pero no logra nada. No es nuevo que el deseo exista sin la función reproductiva.
El punto es otro. Le interesa el desnudo masculino sin la ciencia, pero con la tecnología que también reproduce en un cajón de huesos.
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