Distopia: La guerra sin balas que paralizó el planeta

Las grúas de Shanghái se detuvieron. Sin comercio, sin guerra, la economía global colapsó en silencio tras el aislamiento de EE. UU. y la ruptura del orden mundial

Por: Stella Ramirez G.
abril 10, 2025
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Distopia: La guerra sin balas que paralizó el planeta

Año 2027.

Las grúas de Shanghái dejaron de moverse un lunes. No fue por un apagón, ni por una huelga. Fue porque no había nada que cargar. Los puertos se convirtieron en cementerios de contenedores vacíos, oxidados bajo un sol sin comercio.

Todo empezó dos años antes, cuando Trump, vuelto al poder, firmó la llamada Orden de Independencia Económica. Estados Unidos se cerró como una fortaleza. Aranceles del 60% a China. 40% a Europa. 10% a todo lo demás. Las promesas eran simples: traer trabajos de vuelta, castigar a los “abusadores”, y recuperar el alma manufacturera de América, eso decía Trump.

Al principio, muchos celebraron. Fábricas encendieron sus máquinas oxidadas. Patriotas brindaban con cerveza local. Pero pronto, los estantes en Walmart se vaciaron. Las tablets escolares subieron 200%. El pan costaba el doble. Las protestas comenzaron en las ciudades pequeñas, no en las grandes.

China no tardó en devolver el golpe. Dejó de comprar soya, aviones, y microchips americanos. Redireccionó su economía hacia África, América del Sur y el Sudeste Asiático. En respuesta, Trump rompió con el T-MEC. México cayó en una recesión histórica. Canadá, mi también amado Canadá, se volcó al euro.

La Organización Mundial del Comercio colapsó cuando nadie respetó su fallo sobre la ilegalidad de los aranceles. El mundo se dividió en tres bloques: el eje del yuan, la alianza del euro y Estados Unidos aislado, liderando un grupo de países menores con quienes aún podía negociar.

La globalización no murió de un balazo, sino de un silencio. Los vuelos bajaron. Las videollamadas reemplazaron cumbres. Las monedas digitales de cada bloque eran incompatibles. Una empresa necesitaba cinco permisos y tres traductores para exportar una tostadora.

En una pequeña cafetería en Frankfurt, un joven programador alemán revisaba su aplicación de logística: “Cargos Fantasma”, que rastreaba barcos vacíos cruzando océanos sin propósito. Cada barco era un símbolo. De lo que fue. De lo que pudo ser.

Y mientras el mundo se replegaba, el planeta respiraba por un momento. Menos aviones, menos fábricas, menos humo. Pero no por virtud. Por guerra económica. En resumen: Una guerra sin soldados, solo facturas.

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