Durante décadas, el apellido Lehder fue sinónimo de respeto. Pero todo cambió cuando Carlos lo convirtió en sinónimo de miedo. Antes de que el mundo supiera del narcotraficante, había otro Lehder que caminaba por Colombia con sueños de progreso. Se llamaba Kurt Lehder, aunque aquí lo conocían como Guillermo. Su historia comienza a finales de los años veinte, cuando desembarcó en el país con el anhelo de llegar algún día a Estados Unidos.
Había dejado atrás su natal Alemania y, tras una escala en Cuba, puso pie en Colombia. La vida lo llevó primero a Curazao, donde fue contratado por la Royal Dutch Shell Company para trabajar en la ampliación de una refinería. Su desempeño fue tan impecable, que pronto lo enviaron a Perú, donde también lideró obras civiles. Pero su destino no era el sur del continente, sino el corazón del Valle del Cauca.
Kurt llegó a Buenaventura acompañado de un amigo. Fascinado por el país, decidió establecerse en Cali, donde se integró rápidamente al sector de la construcción. Gracias a sus contactos con la comunidad alemana, participó en grandes proyectos como un hotel y un club social en la ciudad.

Luego, se trasladó a Manizales para trabajar en la obra negra de la estación del tren. Desde allí, se dejó llevar por la curiosidad y visitó Armenia. En ese viaje conoció a Helena Rivas, una mujer rebelde y decidida, que conquistó al disciplinado alemán. Se casaron y de esa unión nació Carlos Enrique Lehder, el mismo que años después se convertiría en una figura clave del narcotráfico mundial.
El ascenso y caída del patriarca, Kurt Lehder
Kurt Lehder, o Guillermo como lo conocían aquí, construyó una buena vida en Colombia. Fundó La Posada Alemana, un espacio en el que incluso llegó a compartir con figuras de la política nacional, como Darío Echandía, futuro presidente de la República. Con él forjó una gran amistad.
logró acumular un apreciable capital gracias a sus negocios, en los cuales era reconocido por su honestidad y disciplina. Fue propietario de una fábrica de aceites vegetales y otra de bloques y prefabricados para la construcción, con sucursal en Bogotá. Además, tenía negocios de pic.twitter.com/W6vZQQKok4
— César Castaño, capitán (r) (@castano_cesar) March 29, 2025
Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo cambió todo. Estados Unidos presionó a los gobiernos aliados en Latinoamérica para vigilar a los inmigrantes de países del Eje. Muchos alemanes, italianos y japoneses fueron expulsados. Kurt logró quedarse gracias a su amistad con Echandía, pero no se salvó de perder su fortuna.
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Se dice que tuvo una planta de aceites vegetales, participó en negocios ganaderos y hasta lideró la construcción de la Trilladora Europea, un edificio clave para la exportación de café del Quindío. Algunos periodistas, como César Castaño, aseguran que también estuvo vinculado a la primera fábrica de Maizena en el país.
A pesar de sus logros, su matrimonio con Helena se deterioró. Eventualmente, se separaron, y ella envió a sus hijos a Estados Unidos. Fue allí donde Carlos Lehder se desvió del camino.
La ruptura entre la relación del papá de Carlos Lehder y su hijo
Mientras Kurt era un hombre metódico, trabajador y apegado a la ley, su hijo Carlos era todo lo contrario. Rebelde, ambicioso y seducido por la promesa del dinero fácil, terminó preso en una cárcel federal antes de cumplir 30 años. Más tarde, se convertiría en uno de los líderes del Cartel de Medellín.
Al enterarse de las actividades de su hijo, Guillermo tomó distancia. Nunca aceptó que Carlos eligiera el camino del narcotráfico. Aunque ambos compartían una mentalidad disciplinada y perfeccionista, lo cierto es que eran polos opuestos en cuanto a valores.
Se dice que, años después, Carlos intentó tender un puente: mandó construir una casa para su padre con el reconocido arquitecto Simón Vélez. Pero Kurt la rechazó. No quería el dinero ni los lujos provenientes de la cocaína. Su relación con Carlos fue siempre fría, muy distinta al vínculo que mantuvo con sus otros hijos.

Kurt Lehder murió a los 85 años. Fue enterrado en un cementerio que él mismo ayudó a construir. Tal vez nunca encontró paz frente a las decisiones de su hijo, pero dejó en Colombia la huella de un inmigrante que soñó con edificar un futuro mejor… sin saber que su apellido terminaría escrito en las páginas más oscuras de la historia del país.
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