Las palabras más sabias en medio del dolor fueron las de María Claudia Tarazona, durante el velatorio en el Capitolio. Con firmeza y serenidad, la esposa de Miguel Uribe recordó que “romper una familia es un acto horrible”, pero rechazó cualquier manifestación de violencia o venganza por su muerte. Conmovida, añadió: “Lo que él quisiera para todos nosotros, los colombianos, es unión, paz y amor”.
Frente a un país herido, no caben los llamados al sectarismo. Se equivocan quienes reducen el significado de este magnicidio a los intereses de un partido político. El asesinato vil y cobarde de Miguel Uribe Turbay ha estremecido a la inmensa mayoría de los colombianos, sin distinción de ideologías.
Un dolor repetido en la historia familiar
La tragedia de la familia Turbay duele doblemente porque la historia se repite. Diana Turbay, su madre, fue asesinada en 1990, cuando Miguel tenía apenas cuatro años. Hoy, 35 años después, la escena se revive con Alejandro, su hijo de cinco años, depositando una flor sobre el féretro de su padre. Dos niños pequeños privados, a la fuerza, de los abrazos de sus papás. A esto se suma la memoria de los hermanos Rodrigo y David Turbay Cote, este último asesinado junto a su madre en un retén de las FARC en el año 2000. Una familia marcada por la violencia política del país.
La pérdida de una nueva generación de líderes
Miguel representaba el surgimiento de una generación distinta de políticos: jóvenes, preparados, con vocación de servicio y experiencia real en lo público. Su paso por el Concejo de Bogotá, por el Ejecutivo Distrital y por el Senado lo convirtieron en un líder con trayectoria y, sin duda, con gran futuro. Su asesinato arrebata al país una promesa de liderazgo democrático y constructivo, independiente de su filiación política.
Un golpe a la democracia
El crimen contra Miguel Uribe no va solo dirigido contra una persona o una familia: es un golpe contra la democracia misma. Miguel siempre jugó bajo las reglas del sistema democrático, en el que caben la diversidad, el disenso y la libertad, pero en el que no puede tener cabida la violencia como herramienta de poder.
Por eso, resulta inaceptable que algunos sectores de derecha o de izquierda intenten utilizar políticamente su funeral. La magnitud de esta tragedia trasciende cualquier frontera partidista. El asesinato de Miguel Uribe Turbay pertenece al dolor de toda Colombia.
Resulta ingenuo pretender que no exista un significado político en este magnicidio. Pero también sería miope reducirlo a las pasiones cortoplacistas de las disputas electorales. El vuelo de Miguel Uribe era de gran altura. La movilización del dolor de la mayoría de los colombianos por su muerte debe trascender las elecciones que se avecinan y convertirse en símbolo de la defensa de la democracia en Colombia.
Y, por supuesto, que se haga justicia.
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