El hombre que levantó Kiss Me y Condoricosas, 2 moteles que se convirtieron íconos en Cali

A sus 78 años, Humberto Villegas, ‘Condorito’, falleció en Cali, fue pionero de la industria motelera en la ciudad y creador del legendario Kiss Me

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agosto 26, 2025
El hombre que levantó Kiss Me y Condoricosas, 2 moteles que se convirtieron íconos en Cali

En la madrugada del 24 de agosto murió Humberto Villegas. Pero a él lo conocían más por su apodo: Condorito. Se fue en silencio. Fue un paro cardiaco. Estaba en una clínica del sur de Cali, lejos del estruendo de luces y esculturas que marcaron su vida. Pero la ciudad —esa que respira salsa, sudor y excesos— lo recordará siempre como el hombre que convirtió la intimidad en espectáculo y que puso en el mapa a dos moteles que hoy son parte de la cultura popular: Condoricosas y, sobre todo, el célebre Kiss Me.

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Villegas nunca fue un empresario cualquiera. Tenía nariz prominente, humor burlón y una imaginación desbordada. Supo ver donde otros solo notaban paredes frías y camas de paso, un escenario para el delirio y la fantasía. A su manera, fue un pionero en la industria del entretenimiento nocturno de Cali, un hombre que entendió que la ciudad no solo quería bailar y beber, también quería jugar con el deseo.

La diosa en la avenida

El mejor retrato de Humberto Villegas no está en ninguna foto. Está en la Venus gigantesca que todavía domina la carrera 15 con calle 26. Dieciséis metros de altura, cuatro toneladas de hierro y yeso, y una multa encima que nunca tumbó la osadía de levantarla. Los vecinos la denunciaron, la Alcaldía la declaró un peligro, pero ahí sigue, imperturbable, como si custodiara el reino erótico que Villegas edificó ladrillo a ladrillo.

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Él decía que era un homenaje al amor y a la fertilidad, pero todos sabían que era también una declaración de principios: aquí manda el placer, y manda a lo grande. “Condorito” no concebía la discreción. Su motel debía verse desde lejos, como una feria de parque temático, con esculturas de leones, cocodrilos, panteras, un coliseo romano en miniatura y hasta un mausoleo de estilo chino.

Si Kiss Me no tuviera 185 camas, cualquiera lo confundiría con un museo delirante. Escenarios árabes, cavernas mexicanas, habitaciones con tangos de Gardel o con toros bravos para montar al ritmo de pasodoble. Villegas entendió que el sexo, como la salsa, necesitaba espectáculo. Y lo llevó al extremo.

“Él decía que cada cuarto debía ser un viaje”, recuerda Edison, uno de sus hijos. Viaje que a veces empezaba en la selva amazónica, con réplicas de animales a escala natural, y terminaba en un iglú polar con jacuzzi de agua helada, tubo de pole dance y osos de yeso vigilando la escena. Kiss Me no era solo un motel: era un catálogo de excentricidades.

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Los clientes pueden escoger desde una habitación sencilla hasta una suite de lujo. La anécdota más repetida en los pasillos es la de un futbolista famoso que se encerró tres días con tres mujeres, whisky y tangos de fondo. Nadie se atrevió a decir su nombre, pero todos recordaban el tamaño de la cuenta.

Humberto no se conformaba con comprar decoraciones. Viajaba por el mundo y volvía cargado de recuerdos para reproducir en su imperio. Contrató un ejército de escultores jóvenes a quienes dirigía con paciencia y precisión. “Quiero un falo de cuatro metros”, ordenaba, y lo traían del Perú. “Quiero un pino de quince metros”, y aparecía erguido junto a la fachada.

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Sus empleados lo llamaban “el jefe”. Lo veían como un hombre bohemio, mujeriego en exceso, pero también responsable. Supervisaba a las mucamas, aconsejaba a los taxistas que esperaban afuera y se reía de los clientes que intentaban robarse hasta los rollos de papel higiénico. Tenía una frase de cabecera: el placer también es una empresa, y hay que llevarla con seriedad.

El negocio del amor

Las cifras hablan solas. En 2015 cuando el periodista Pacho Escobar hizo la crónica sobre el lugar, a la semana se lavaban unos mil juegos de cama, se usaban 250 kilos de jabón, se vendían1000 condones al mes, y había 80 empleados en turnos de doce horas. Un verdadero emporio sostenido en la intimidad ajena.

En los inventarios del sex shop, lo más vendido no era un secreto: pastillas de sildenafil, consoladores y gotas excitantes. Los administradores lo llamaban “la farmacia del amor”. Y en medio de ese comercio febril, Humberto Villegas sonreía: su motel no solo era escenario, también era mercado, carnaval y confesionario.

Al final de su vida, “Condorito” ya no recorría los pasillos como antes, sus hijos manejaban el negocio. Le llegaron a ofrecer hasta 2.500 millones de pesos por Kiss Me, pero él nunca aceptó. Decía que había cosas que no se vendían, aunque se negociara todo lo demás.

A Humberto Villegas no lo van a recordar como un empresario convencional, sino como un fabricante de fantasías, un hombre que convirtió el deseo en negocio y el negocio en espectáculo. Se fue, pero dejó a Cali un templo de neón donde cada habitación cuenta una historia. Y en esa ciudad que nunca duerme del todo, su recuerdo seguirá encendido, como un letrero luminoso que nunca se apaga.

* Este texto fue hecho basado en una primera versión que escribió el periodista Pacho Escobar en 2015 titulado Kiss Me, el motel más extravagante de Colombia

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