El matrimonio paisa que se inventó la tradicional Feria del brasier y solo kukos

La marca paisa nació en un garaje, hoy tiene más de 130 tiendas en toda Colombia y sigue siendo símbolo de precios bajos y tradición popular

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agosto 24, 2025
El matrimonio paisa que se inventó la tradicional Feria del brasier y solo kukos

Hay frases que parecen eternas. Algunas se instalan en la memoria como un estribillo que nadie sabe bien cuándo empezó, pero que todos, tarde o temprano, han tarareado. “La Feria del Brasier y Solo Kukos”, por ejemplo. Ese nombre suena en emisoras locales que se pega en el recuerdo y que anuncia ropa interior con tono alegre, ha acompañado a varias generaciones de colombianos. Detrás de esas palabras –convertidas en un jingle popular desde hace décadas– hay una historia de familia, de ingenio y de supervivencia que comenzó en un garaje de Medellín y terminó en un emporio con más de 130 tiendas repartidas por todo el país.

A mediados de los años setenta, Medellín hervía entre fábricas textiles, crisis económicas y el crecimiento de barrios que parecían levantarse de la noche a la mañana. Allí, en 1974, un matrimonio de clase media, Rodrigo Urrea Aristizábal y Carmenza Peláez, decidió que no quería seguir viviendo al vaivén de los sueldos ajustados ni de las deudas que parecían multiplicarse cada mes. Rodrigo trabajaba como empleado, pero su salario apenas alcanzaba para sostener a la familia. Carmenza, mientras tanto, guardaba en un rincón de la casa su vieja máquina de coser de pedal, con la que alguna vez había confeccionado prendas sencillas.

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Una tarde cualquiera, mientras conversaban en la sala, entendieron que había un negocio al alcance de su mano: la ropa interior. “Todos se ponen calzones, todos necesitan un brasier”, se dijeron, como quien descubre una verdad elemental. Y abrieron el garaje de su casa para montar una pequeña tienda. Rodrigo compraba mercancía barata en el centro de Medellín y Carmenza cosía algunas piezas para llenar los estantes. Con un par de vitrinas y muchas ganas, nació el negocio que, años más tarde, sería conocido en todo el país.

Rodrigo Urrea pronto entendió algo que cambiaría el rumbo de su vida: el verdadero negocio no estaba en confeccionar, sino en vender. La lógica era sencilla y efectiva: comprar barato y revender más barato todavía, pero en volumen. Se asoció con pequeños fabricantes de la ciudad, comenzó a viajar por municipios y pueblos ofreciendo cucos y brasieres, y poco a poco armó una red de clientes que confiaban en él. Mientras tanto, Carmenza se quedaba al frente de la tienda inicial, administrando las ventas en medio de una Medellín atravesada por la violencia, la plata fácil y el vértigo de los años ochenta.

Fue en esa década cuando apareció el famoso jingle: “Feria del brasier y solo kukos”, que todavía hoy suena en radios locales. Era corto, pegajoso y eficaz: lo mismo servía para anunciar una nueva tienda en Bogotá que para atraer clientas en Armenia o Villavicencio. Con cada apertura, el nombre se volvía más familiar. En los barrios populares, donde el bolsillo dictaba las compras, la marca se convirtió en sinónimo de ropa íntima barata y cumplidora.

Quien entra a una de sus tiendas sabe que está en territorio conocido. Los ventanales gigantes, el logo multicolor en rojo, azul, blanco y amarillo, los maniquíes sin cabeza vestidos con tangas diminutas o ligueros llamativos, y los muros tapizados de brasieres y cucos forman parte de un paisaje que se repite en cada sucursal. Los precios también son parte de la identidad: cucos desde cuatro mil pesos, brasieres desde diez mil. Esa apuesta por lo económico les permitió conquistar a los estratos 1, 2 y 3, que se volvieron su base de clientes fieles.

Con el tiempo, lo que empezó como una tienda en un garaje se transformó en una red de más de 100 almacenes, ubicados estratégicamente en zonas comerciales populares. Rodrigo no buscaba locales lujosos ni exclusivos; los instalaba donde sabía que la gente andaba con efectivo justo, pero siempre dispuesta a gastar en lo esencial. Y nada es más esencial que la ropa interior.

En menos de 15 años, la marca ya tenía presencia en varias regiones del país. Mientras otras empresas apuntaban a los sectores más pudientes, la Feria del Brasier y Solo Kukos se quedó con el mercado masivo. Esa estrategia, sumada a la expansión rápida, convirtió a la empresa familiar en una de las más sólidas del sector.

Con los cambios del mercado, el catálogo también se amplió. Hoy no solo venden ropa íntima femenina: hay boxers para hombre, camisetas deportivas, medias y leggins. Sin embargo, lo que nunca ha cambiado es la promesa de precios bajos. Ese detalle ha mantenido la lealtad de miles de clientes que prefieren comprar allí antes que entrar a una boutique elegante.

Otro rasgo distintivo de la cadena son sus trabajadoras: la mayoría de las 700 empleadas que atienden las tiendas son mujeres cabezas de hogar. Para muchas de ellas, el empleo en la Feria ha significado la posibilidad de sostener a sus familias y ganarse la vida con estabilidad.

Han pasado ya cinco décadas desde que Rodrigo y Carmenza abrieron aquel garaje en Medellín. Hoy, el negocio sigue siendo familiar. La hija del matrimonio, Marcela Urrea Peláez, asumió la dirección y continúa la tradición de expandir y mantener vivo el espíritu con el que sus padres levantaron el emporio. Ella, bajo la sombra de la experiencia paterna, se ha encargado de adaptar la marca a los nuevos tiempos sin perder la esencia: ropa interior popular, tiendas coloridas, jingles pegajosos y precios bajos.

La Feria del Brasier y Solo Kukos no es solo una marca: es un pedazo de la memoria colectiva del país. En un país donde los grandes almacenes por departamentos se llenan de etiquetas en inglés y precios inalcanzables, esta empresa paisa ha sobrevivido apelando al sentido común: vender barato lo que todos necesitan.

Quizá por eso, medio siglo después, el jingle sigue sonando, los maniquíes sin cabeza siguen en las vitrinas y los brasieres baratos siguen en las bolsas de millones de colombianas. Y detrás de todo eso, en la historia íntima de una familia que salió de la pobreza cosiendo y revendiendo cucos, permanece intacta la esencia de un negocio que convirtió la ropa interior en un emblema popular.

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