Hace 10 años, la tasa de homicidios en el Salvador era de 106 por cada 100 mil habitantes. En 2023, esa cifra se situó en 2,2 por cien mil habitantes. (En Cali, durante el 2024, que fue el año con menos muertes violentas en tres décadas, esa tasa llegó, a 46,4)
El autor del milagro salvadoreño es Nayib Bukele, el joven presidente (nació en 1981) que cuando llegó al poder en 2019 puso en marcha un plan de seguridad de un éxito tal, que hoy El Salvador es considerado el país más seguro de América Latina.
Lo cual insisto, es todo un milagro, sobre todo en un país de antecedentes tan violentos.
Entre 1979 y 1992, ese pequeño país, cuya población es menor que la de Bogotá (6.400.000 habitantes) fue desangrado por una guerra civil. En esos 13 años, alrededor de 75 mil personas perdieron la vida y 15 mil fueron declaradas desaparecidas.
Pero la violencia en ese país no concluyó con el fin de ese conflicto. El espacio dejado por los guerrilleros del Fmln que abandonaron las armas fue ocupado por unas pandillas de extrema violencia, la más temible de las cuales es la Mara Salvatrucha.
Esta temible banda, que llegó a tener alrededor de 300.000 integrantes, y a manejar toda clase de negocios ilícitos, desde el narcotráfico hasta la extorsión, puso en jaque a El Salvador y lo convirtió prácticamente en un estado fallido. Ese enemigo formidable fue el que tuvo que enfrentar Bukele cuando ascendió al poder:
Nadie, dentro o fuera de El Salvador, apostaba un peso por Bukele. Pero en pocos años el mandatario salvadoreño, a punta de temple y decisión, puso contra las cuerdas a las maras. Al punto de que en las cárceles salvadoreñas hay detenidos alrededor de 100.000 pandilleros.
Han sido tantos los pandilleros capturados que Bukele se vio en la necesidad de construir la cárcel más grande de América Latina, con capacidad para 40.000 reclusos.
Se trata del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), inaugurado el 31 de enero de 2023. Solo en ese penal hay detenidos 15 mil pandilleros. Ese reclusorio se ha convertido en el símbolo del éxito de la lucha de Bukele contra el terrorismo.
A pesar de las continuas denuncias por violaciones a los derechos humanos que pesan sobre el gobierno salvadoreño, no se puede desconocer que Nayib Bukele logró pacificar, en muy pocos años uno de los países más violentos del mundo.
Obviamente los salvadoreños, que gracias al empeño de Bukele hoy gozan de una país seguro, adoran a su presidente. En los más recientes sondeos, entre el 85% y el 90% de los salvadoreños manifestaron tener una imagen positiva de él.
Resultados que, por desgracia, le hicieron perder la perspectiva al exitoso gobernante. Sin duda Bukele es un caudillo, con lo bueno y lo malo que tienen ese tipo de personajes.
Es un líder nato, seguro, coherente, con carácter, que tiene muy claro para donde quiere llevar a su país. Pero también es mesiánico, intransigente y está convencido de que si él se va de la Presidencia, su país regresa al caos.
Por eso se dejó llevar por su megalomanía y acaba de hacer aprobar en el Congreso, que está compuesto en un 90% por seguidores suyos, un proyecto que establece la reelección indefinida. Como cualquier Chávez.
Esa mala decisión opaca su brillante gestión. Porque en teoría los salvadoreños tienen derecho a elegir como presidente al que ellos quieran, incluido el mandatario en ejercicio.
Pero la realidad es que, sobre todo en nuestras débiles democracias, un presidente en ejercicio es prácticamente invencible en unas elecciones. No solo maneja todos los recursos del Estado, sino que termina adueñándose de todas la ramas del poder público, incluida la electoral.
El axioma que rige a este tipo de personajes es: “solo puedes organizar unas elecciones cuando estás seguro de que las vas a ganar”. Y si por una extraña circunstancia son derrotados, hacen lo que hizo Nicolás Maduro: se roban las elecciones de la forma más descarada.
No demoran en salir los petristas a resaltar que su líder, a diferencia de su homólogo salvadoreño, no quiso perpetuarse en el poder.
Pero en realidad no es que no quiso sino que no pudo. Porque eso solo lo pueden hacer gobernantes exitosos, que gozan de una inmensa popularidad como Bukele. Y Petro, ni en su momento más dulce llegó al 50% de favorabilidad.
Lo cierto es que Bukele pasó de ser un líder continental, ejemplo de eficiencia y temple a igualarse con personajes tan siniestros como Chávez, Maduro y Daniel Ortega. Un sátrapa más que sabemos cómo comenzó pero no sabemos hasta donde llegará.
Del mismo autor:El agudo proceso degenerativo que padece el gobierno Petro
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