En el Magdalena Medio, a la orilla del río del mismo nombre, una tropa de animales pesados rompe la calma con cierta regularidad. Son conocidos como los hipopótamos de Pablo Escobar, aunque desde hace ya más de 20 años es habitual, no pertenece del todo a este lugar. Estos gigantes animales que hoy se pasean por caños y ciénagas de esta región nunca debieron estar aquí. Vinieron de otro país, vinieron de otro continente. Fueron traídos en los años ochenta por el capo que en aquella época creyó que todo se podía comprar con su dinero, incluso un zoológico africano en medio de Colombia.
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En su Hacienda Nápoles, Escobar metió, además de elefantes, jirafas y tigres y leones, cuatro hipopótamos que llegaron en aviones de carga, sin papeles, sin permisos, como llegaba todo lo que él quería. Después, empezando los años 90, vino su caída. El zoológico privado más grande del país se quedó sin dueño y los animales fueron entregados a otros zoológicos, pero los cuatro hipopótamos se dispersaron a sus anchas por las sabanas del Magdalena Medio.
Los hipopótamos de Pablo Escobar encontraron un paraíso sin depredadores, con aguas amplias y alimento de sobra. Sobrevivieron, se reprodujeron y se multiplicaron hasta convertirse en una plaga. Hoy, según estimaciones, son más de 170.
Su sola presencia divide opiniones. Para algunos son un atractivo turístico: gigantes inofensivos que se dejan ver como una rareza. Para otros —y para la ciencia— son un problema ambiental serio: alteran ecosistemas, desplazan especies nativas y ponen en riesgo a las comunidades que viven cerca. Más de un campesino ha tenido que correr cuando un animal de estos, territorial y nervioso, se le atraviesa en un camino.
En medio de esta tensión, apareció una oferta inesperada. Durante una alocución a medidos del pasado mes de julio, el presidente Gustavo Petro contó que un empresario indio estaba interesado en llevarse parte de la manada a su país. “Voy a visitar a un empresario que se los quiere llevar a la India… Son 170 hipopótamos los que conviven con los ciudadanos que pasan por cualquier caño o río del Magdalena Medio y eso no puede ser. Se van para el lugar del que vinieron… ojalá podamos”, dijo el Presidente.
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El empresario indio del que habló Gustavo Petro es Mukesh Ambani, quien es el hombre más rico de su país y uno de los más ricos del planeta. Según Forbes, ocupa el puesto once entre las mayores fortunas del mundo con unos 95 millones de dólares. Hijo de Dhirubhai Ambani, fundador de Reliance Industries, heredó y expandió un imperio que hoy controla desde refinerías gigantes hasta redes de telecomunicaciones y cadenas de comercio minorista. Nació en Yemen, estudió en Bombay y en Stanford, y ha hecho de su vida una colección de cifras astronómicas: ganancias, metros cuadrados, inversiones.
Pero Ambani tiene también un costado excéntrico. En Jamnagar, al noroeste de la India, construyó Vantara, un santuario de fauna silvestre que parece sacado de una fábula megalómana: 1.225 hectáreas con elefantes, tigres, reptiles, herbívoros de todos los tamaños y aves que parecen joyas vivas. Hay piscinas para hidroterapia, cocinas especiales para cada dieta, y un hospital de elefantes con salas de masaje ayurvédico. Detrás de todo está su hijo Anant Ambani, un joven que ha hecho de los animales su obsesión y que, según la prensa india, podría convertir la llegada de los hipopótamos colombianos en su nuevo trofeo.
No sería la primera vez que Vantara recibe animales desde América Latina. Una investigación del portal Armando.Info reveló que en 2024 llegaron hasta allí más de 5.000 ejemplares procedentes de Venezuela: caimanes del Orinoco, dantas, osos hormigueros, monos araña, guacamayas, todos transportados en vuelos de 26 horas hasta el otro lado del mundo. Para el santuario, la procedencia es menos importante que el resultado: ampliar su catálogo de rarezas vivas.
La propuesta de llevar los hipopótamos a la India llegó formalmente a la Casa de Nariño el 10 de julio de este año. La firmó un equipo conformado por la senadora Andrea Padilla, conocida por su defensa de los animales; el abogado Luis Domingo Gómez; y el activista Nicolás Ibargüen. En ella no solo se habla de transportar a los animales, sino también de enviar un comité de expertos para buscar soluciones sostenibles.
Pero no es tan sencillo. El Consejo de Estado aún estudia una acción popular que podría frenar cualquier traslado. El lío legal es que los hipopótamos han sido declarados especie invasora, y mientras esa clasificación no cambie, moverlos a otro país podría convertirse en un rompecabezas jurídico. Y aunque el Gobierno quisiera acelerar el proceso, hay voces que insisten en que el problema debe resolverse aquí, no exportarse.
La historia, en el fondo, es un retrato de contradicciones. Los hipopótamos llegaron como símbolo de ostentación y poder, se quedaron como una postal pintoresca y terminaron convertidos en una amenaza ambiental. Mukesh Ambani, que vive en un rascacielos de 27 pisos en Bombay, ve en ellos una oportunidad para su zoológico de lujo, mientras que los habitantes del Magdalena Medio los ven como un riesgo que crece con cada cría nueva.
Algunos ambientalistas advierten que mover a los animales a la India no resolverá el problema de raíz: quedarán los que no se trasladen, y si no hay control, volverán a multiplicarse. Otros creen que es una oportunidad única, casi milagrosa, para reducir la población sin matarlos. Y están, por supuesto, quienes sospechan que detrás del discurso de conservación hay un intercambio más cercano al negocio que a la filantropía. En Puerto Triunfo, mientras tanto, la vida sigue al ritmo lento del río. A veces, en las mañanas, los pescadores ven a lo lejos las siluetas redondas que se mueven como islas errantes. A veces uno de esos gigantes se acerca demasiado y hay que apartarse, dejarle paso, como si fuera un viejo dueño del agua. Nadie aquí ha visto a Mukesh Ambani, ni saben bien quién es. Lo único que saben es que, si se los lleva, el paisaje cambiará para siempre. Y si no, el Magdalena Medio seguirá teniendo esta herencia improbable de un narco muerto hace tres décadas: un ejército de hipopótamos africanos que aprendió a vivir en Colombia como si fuera su casa.
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