El viernes 5 de septiembre de 2025, al presentar sus cartas credenciales como embajador de Colombia ante El Vaticano, el exministro y exmagistrado Iván Velásquez Gómez le obsequió al Papa León XIV una vajilla elaborada por las diestras manos de artesanos del municipio antioqueño de El Carmen del Viboral, al momento de presentar sus Cartas Credenciales
Velásquez tuvo ocasión de explicarle que el presente, que lleva la inscripción “Eterna” es una pieza que encierra más de 120 años de tradición ceramista de una las poblaciones más católicas de Colombia.
Esa era su primer encuentro que podría ser rotulado como privado, si bien no hicieron falta las cámaras autorizadas para captar los momentos de protocolo de la ocasión que se había visto pospuesta por la etapa de transición que se dio en el Estado Vaticano después del fallecimiento del papa Francisco, antecesor del actual sumo pontífice.

No se sabe si durante el resto de la conversación el nuevo del embajador le contó al papa que alguna vez quiso ser sacerdote, antes que abogado, su actual profesión. Eso lo cuenta su esposa, María Victoria Gil, una paisa franca, dicharachera y disciplina.
Según ella, durante su noviazgo fue a ella a la que le tocó tomar la iniciativa de hablar de matrimonio. Él, reservado, serio y tímido, no ocultaba su interés por la vida monacal. Leía textos bíblicos y de teología con la misma pasión con la que abordaba los códigos y la literatura sobre jurisprudencia y doctrina como estudiante de derecho.
“¡Qué hubo, pues, decidíte!”, recuerda ella que tuvo que decirle cuando el noviazgo ya maduraba y sus familias permanecían a la expectativa sobre la decisión que iba a tomar la pareja. Pesó más el amor por su novia, aunque la fe no quedaría en segundo plano.
Desde su época de estudiante de Derecho en la Universidad de Antioquia nunca ha dejado de ir a la misa dominical, de practicar obras de caridad y de librar consigo mismo el conflicto que supone hablar como católico y actuar en consecuencia.

Su actitud contemplativa, su temperamento reservado y su profunda timidez han contrastado con las experiencias que le tocó vivir como procurador de Antioquia, como magistrado auxiliar de la Corte, como jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala y más tarde como ministro de Defensa.
Ahí le tocó enfrentarse sin contemplaciones al cartel de Medellín, en tiempos de Pablo Escobar, a caciques partidistas implicados en la parapolítica, a gobernantes corruptos que lo declararon no grata en Centroamérica y a los grupos armados que se vienen negando a atender la oferta de la paz total.
Su esposa recuerda también que cuando se movieron de Antioquia a Bogotá, él procuró llevar siempre una vida sencilla. Visitaba sin falta la Iglesia del Señor de los Milagros, vecina del Concejo de Bogotá, y prefería caminar desde la casa en la que vivían en arriendo hasta su oficina, hasta cuando fue ineludible el uso de carros oficiales por seguridad.
Ella se encargaba de lustrarle los zapatos y de pulirle incluso hasta la suela porque el mate que les daba era grande. Siempre, según ella, ha querido emular la vida del seminarista que no fue.
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