En los años ochenta Bogotá y el país olía a dinamita y a miedo. La ciudad parecía moverse siempre entre la rutina del día a día de los bogotanos, el estallido inesperado de carros bombas frente a edificios y sicariatos de líderes políticos. El cartel de Medellín tenía el país sumido entre dramas y temores mientras exigía la firma de la no extradición por parte del gobierno del liberal Virgilio Barco que llevaba cuatro meses en el poder.
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En ese paisaje, pocos lugares sacaban a los bogotanos de esa amarga cotidianidad. El restaurante Pozzetto era uno de ellos. Mesas cubiertas con manteles blancos, un murmullo de copas de vino, música de piano de fondo y pastas con recetas italianas servidas en finas vajillas. Un lugar para alejarse del ruido y del smok de los buses viejos que atravesaban la carrera séptima de sur a norte y viceversa. Allí, en ese pequeño refugio, que entonces le pertenecía a su fundador, el italiano Gino Surace, se rompió la ilusión de tranquilidad la noche del 4 de diciembre de 1986. No fue un carro bomba ni un sicario buscando su objetivo puntual.
Campo Elías Delgado llegó a Pozzetto como quien entra a su propia sala. Había ido tantas veces que ya era un cliente conocido. Siempre pedía lo mismo: espaguetis y vodka. Ese día los tragos corrieron por cuenta de la casa. Aquella noche se sentó en la mesa número 20, cerca de la barra. Bebió el primero vodka, bebió el segundo, se acomodó en la silla como quien espera que el tiempo lo alcance. Al tercero, abrió su maletín y con frialdad y naturalidad saco el revólver.
El ruido seco de la primera bala quebró la noche. Campo Elías empezó a disparar con precisión quirúrgica. Disparaba como el militar entrenado para no dudar. Los gritos se mezclaron con el choque de las copas y el tintineo de los cubiertos que caían al suelo. Entre vino derramado y platos rotos, los cuerpos empezaron a quedar inmóviles.
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Lo que parecía una tragedia súbita era, en realidad, el desenlace de un día entero de muerte. En horas de la mañana, Campo Elías había matado a cuchillo a una niña y a su madre en un apartamento del barrio La Alhambra. Luego había asesinado a su propia madre, a quien culpaba de su desgracia, y encima de la mesa del comedor había quemado el cuerpo con alcohol y periódicos. Después descargó su odio contra seis vecinas del edificio. Cuando llegó a Pozzetto, el monstruo ya estaba desatado.
Al final, fueron treinta muertos. Treinta vidas apagadas en una ciudad que ya vivía con miedo, pero que no estaba preparada para ver el horror a quemarropa.
Bogotá entera se estremeció. Al día siguiente, los periódicos amanecieron con titulares en mayúsculas. En las fotos, el restaurante aparecía como un escenario de guerra: platos a medio comer, vasos rotos, zapatos abandonados entre charcos oscuros. Nadie sabía con certeza si Campo Elías había sido abatido por la policía o si alcanzó a quitarse la vida. Lo único claro era que Pozzetto ya no era un restaurante: era una herida bogotana.
El perfil del asesino desconcertó aún más. No era un delincuente de esquina ni un sicario. Era un profesor de inglés, veterano de Vietnam, hombre culto, políglota, lector obsesivo, estudiante de Lenguas Modernas en la Universidad Javeriana. Había vivido en Nueva York, donde conoció la intemperie de la calle y la violencia cotidiana. Tenía un sueño frustrado: ser escritor. Pero lo que escribió, finalmente, fue una masacre.
El crimen no quedó en el olvido. En 2002, Mario Mendoza, compañero suyo en la Javeriana, lo convirtió en novela bajo el título Satanás. En sus páginas, Bogotá aparecía como un personaje más: una ciudad neurótica, convulsa, testigo de cómo un hombre común se transformaba en asesino. El libro no solo narraba un hecho sangriento, también tocaba la herida colectiva de una capital donde cualquiera podía perder la cordura.
En 2007, la historia saltó al cine. Bajo la dirección de Andi Baiz y con las actuaciones del mexicano Damián Alcázar y la colombiana Marcela Mar, Satanás se proyectó en salas de medio continente y su dirección ganó el Premio Ariel a mejor película iberoamericana. Fue la confirmación de que aquella noche oscura seguía respirando en la memoria del país.
Ahora, cuatro décadas después, la historia volverá a contarse, esta vez a través de una pantalla global. Netflix prepara la serie de este hecho bajo el nombre Estado de Fuga 1986, programada para 2026. Andrés Parra le dará vida a Campo Elías Delgado, mientras Carolina Gómez encarnará un papel clave aún reservado. Mario Mendoza, esta vez, no solo será el escritor que inspira la obra: también hará parte del guion. Y Rodrigo Guerrero será el encargado de dirigir la producción.
La Bogotá de hoy ya no es la misma de los ochenta, pero todavía carga con sus fantasmas. La serie promete no limitarse a reproducir los disparos ni la escena sangrienta del restaurante, sino mostrar el caldo de cultivo que la hizo posible: la soledad, el resentimiento, la fragilidad de una sociedad donde cualquiera podía quebrarse. Aunque la ciudad cambió y el restaurante ya no existe, lo tumbaron para darle espacio a un edificio de apartamentos, Pozzetto sigue en la mente de muchos, quienes cada diciembre recuerdan está historia, que ahora Netflix le contará al mundo.
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