El tesoro de las Salinas de Manaure en la Guajira que el Congreso ya ordenó revivir

Los indígenas Wayúu lo descubrieron, llegó a producir más del 63% de la sal del país, lleva más de una década seca pero líderes guajiros planean recuperarlas

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julio 25, 2025
El tesoro de las Salinas de Manaure en la Guajira que el Congreso ya ordenó revivir

Desde antes de que existiera la idea misma de Colombia, los pueblos originarios del norte del continente ya conocían el secreto blanco que el mar les regalaba, la sal. En el extremo árido de La Guajira, donde el sol quema la piel y el viento no deja de soplar, el pueblo Wayúu aprendió a cosechar sal con paciencia ancestral.

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Sus Salinas de Manaure no son simplemente una zona de explotación minera. Están desde siempre en el corazón del territorio.  Sus más de 4.000 hectáreas de charcas salinas han sido cultivadas por generaciones de indígenas Wayúu, que desde siglos antes de la colonización española ya extraían sal marina usando técnicas propias. La sal, para ellos, no era solo un bien de intercambio. Era medicina, era alimento, era vida. Pero para los conquistadores españoles: negocio.

 Ya en 1777, se otorgaban concesiones para explotar las salinas. Y desde ese momento, el oro blanco de Manaure pasó a formar parte de los intereses estatales, privados e internacionales.

Durante el siglo XX, el auge de la industria convirtió a Manaure en el principal productor de sal del país. Entre 1992 y 2002, esta zona llegó a generar el 63 % de la sal cruda nacional y casi el 95 % de la sal marina colombiana. Pero mientras las cifras crecían, las comunidades Wayúu, dueñas del territorio, veían cómo sus derechos eran vulnerados. La sal que extraían sus abuelos ya no era suya.

Una promesa: el nacimiento de SAMA Ltda.

En 1991, tras décadas de presión indígena y debates sobre la propiedad de las salinas, el Estado colombiano creó la sociedad mixta Salinas Marítimas de Manaure, SAMA Ltda. Esta nueva empresa fue fundada bajo un modelo que prometía devolver el protagonismo a los Wayúu: el 51 % de la sociedad sería administrado por sus organizaciones, el 25 % por el gobierno nacional y el 24 % restante por la Alcaldía de Manaure. Con esa promesa, parecía que por fin el pueblo indigena tendría lo que por tantos años había luchado. Pero esa esperanza no tardó en resquebrajarse.

Lo que siguió fue una década de problemas. SAMA Ltda. nunca llegó a operar plenamente. No se contrató al operador técnico necesario, las inversiones prometidas no llegaron y, poco a poco, las charcas comenzaron a secarse. Las montañas de sal, antes abundantes, desaparecieron. 

Entre 2009 y 2012, no se produjo ni un solo gramo de sal nueva. Solo se vendieron las reservas acumuladas en épocas anteriores. Todo se desmoronó, la infraestructura colapsó y las comunidades Wayúu quedaron atrapadas en medio de disputas y el abandono estatal. La salina más importante del país se convirtió en un fracaso.

Pero incluso en su peor momento, las salinas de Manaure no dejaron de ser sagradas. No solo por su historia, sino por lo que representan. En medio del desierto, el paisaje blanco reluciente se convierte en ‘espejo del cielo’ como muchos las llaman. Para los Wayúu, trabajar en la salina no es solo una labor económica, tiene un significado espiritual, una conexión con la tierra, un legado de sus mayores.

La recuperación de las Salinas de Manaure

El año pasado el Congreso de la República dio las primeras señales del plan de recuperación de las salinas y la voz de lideresas como Nelcy Contreras se escuchó y se presentó un proyecto de ley para salvar las Salinas Marítimas de Manaure. La iniciativa, que llegó con mensaje de urgencia, proponía no solo recuperar la operación productiva, sino sanear la empresa, reactivar el empleo y devolverle su manejo a la comunidad Wayuu.

El pasado junio el Congreso aprobó finalmente la Ley para Salvar y Reactivar las Salinas de Manaure, una propuesta impulsada por la senadora guajira Martha Peralta. La ley plantea una ruta clara para rescatar la empresa: Capitalizar la sociedad con recursos públicos, poner en marcha nuevamente las operaciones con maquinaria moderna y talento local. Además, contempla la creación de una comisión de seguimiento con representantes del Estado, los Wayúu y entes de control, para evitar repetir los errores del pasado.

La meta es ambiciosa: recuperar más de 400 empleos, reactivar la economía de la región y transformar lo que fue símbolo de abandono en modelo de desarrollo sostenible.

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