Si existe un personaje digno de mostrar y admirar como ejemplo a través de las generaciones y que nos llena de orgullo es Luis Antonio Robles Suárez, sin dudas uno de los guajiros más importantes en nuestra historia. Fue un afrodescendiente nacido antes de la abolición de la esclavitud lejos de la capital; es decir, en una provincia remota, vivió talanqueras que no le impidieron descollar por su brillantez intelectual y su valentía en lo nacional e internacional en un Estado sempiternamente racista, clasista y centralista.
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Era tal su estatura académica e intelectual que a los pocos meses de graduarse de doctor en jurisprudencia en la hoy Universidad del Rosario. El mismísimo presidente de la República, Manuel Murillo Toro, le ofrece la dirección de educación pública del Estado Soberano del Magdalena. De allí en adelante su carrera fue rápida, brillante, pero también fugaz: secretario general y diputado de la Asamblea del Estado del Magdalena, representante a la Cámara, ministro del Tesoro y Crédito Nacional a la edad de 26 años, encargado del Despacho de Guerra, coronel del Ejército Nacional, jefe del Estado Mayor del Ejército del Atlántico, presidente del Estado Soberano del Magdalena, comisario principal de La Guajira. Además, fue varias veces miembro de la dirección del Liberalismo, rector y profesor de la Universidad Republicana y rector de la Escuela de Derecho de Nicaragua, así como también brillante columnista de los principales periódicos de la época.
Se convirtió en una gran figura y fue un maestro de la oratoria y de la réplica, muchas anécdotas así lo confirman. Murió a los 49 años y su sepelio pasó a la historia por la multitud que lo acompañó y porque 26 de los mejores oradores del país lo despidieron. Ese mismo día el presidente de la República de Colombia expidió un decreto de honor a su memoria. Años más tarde el Concejo de Bogotá y el Congreso de la República apropiaron el lote y los recursos para que su tumba en el Cementerio Central de Bogotá se convirtiera en monumento nacional. Una necrópolis donde reposan los restos de expresidentes, poetas, escritores y grandes personalidades del país.
La tumba del Negro Robles en el Cementerio Central de Bogotá solía ser uno de los monumentos nacionales más visitados, no obstante que allí también reposan personalidades como los presidentes Miguel Abadía Méndez, Miguel Antonio Caro, José Vicente Concha, Alfonso López Pumarejo, Rafael Reyes, Gustavo Rojas Pinilla, Marco Fidel Suárez, entre otros. También tiene allí su morada final algunos grandes entre grandes como Álvaro Gómez Hurtado, Luis Carlos Galán, Rafael Uribe Uribe; es decir, Luis Antonio Robles Suárez era uno de los más famosos entre los gigantes mencionados. Esa gloria fue ganada gracias a los logros en su corta vida que lo ubican como una de las figuras más destacadas e influyentes del siglo XIX en el país por su lucha por la reivindicación de las masas oprimidas y excluidas por la clase dirigente.
Esto coincide con lo que han dicho todos los que han escrito acerca de él. Freddy González Zubiría en su obra Luis Antonio Robles, El Paladín de la Democracia, dice: “Robles con su inteligencia y elocuencia se ganó el respeto del escenario, aplacó las barras hostiles y conquistó a sus colegas. A solo dos meses de posesionarse en el Congreso fue elegido como vicepresidente de la Cámara de Representantes el primero de marzo de 1876”. Ese mismo año, sin cumplir los 27, llega a ser ministro y según el presidente Aquileo Parra, en él encontró mucho más que lo que esperaba.
Por su parte, Amílkar Acosta Medina en su texto Dos Figuras Cimeras de la Afrocolombianidad señala: “ llegando a ser el único vocero de su Partido, el Liberal, elegido por el Departamento de Antioquia y Ministro del Tesoro y Crédito público a los 26 años de edad, el más joven que hasta ahora hemos tenido en Colombia”. El primer negro en ser colegial de la Universidad del Rosario, en ser ministro de Estado, en ser rector de una universidad y el segundo afrodescendiente después del Almirante Padilla en llegar al Parlamento colombiano.
Por ser un intelectual de la más alta escala de la condición humana y por haber sido una figura cimera en una época donde se demuestran los mecanismos de segregación racial como elementos puntuales de la organización social, se expide la Ley 570 de 2000, mediante la cual se le rinden honores a un ilustre colombiano. Entre las disposiciones allí contenidas se dio el traslado de sus restos mortales desde el Mausoleo en donde estaban en el Cementerio Central de Bogotá a su natal Camarones, La Guajira.
Después de haber permanecido donde estuvo, al lado de las figuras cumbre de la historia, la política y las artes de Colombia, frecuentemente visitado y exaltado, hoy sus restos no descansan en paz, pues están en la Casa Robles en Camarones que permanece cerrada, se cae a pedazos y no a la vista de su pueblo y visitantes. En una visión premonitoria el maestro Hermócrates Pimienta Barros (q.e.p.d), al enterarse de la gestión para la repatriación de sus restos mortales dijo: “dejen sus restos allá donde están, que él está donde merece, entre los grandes”.
Es inconcebible que uno de los más ilustres personajes del país y una de las figuras más prominentes de La Guajira, gran ejemplo para todos, en especial para los políticos locales, haya quedado encerrado sin poder ser visitado. Regresó adonde nació; pero al cerrar las puertas de su casa, se oculta su historia y legado. He escuchado, sin poder creerlo, que la casa Robles se usaba incluso para prédicas religiosas. Habría que imaginarse lo que el mismo intelectual radical Luís Antonio Robles Suárez estaría pensando de su propia suerte. El colmo de la afrenta a la memoria de este gran hombre es que se robaron el busto que el Concejo municipal de Riohacha en 1974 acordó con un presupuesto de $50.000, hecho en bronce macizo con un peso de 200 kilogramos; lo sacaron de la casa museo donde nació y vivió Luis Antonio ‘El Negro’ Robles en Camarones, para venderlo como chatarra.
Peor afrenta es lo que ha ocurrido con la medalla Luis Antonio Robles que otorga la Asamblea Departamental de La Guajira, la que fue creada en lo años noventa del siglo anterior para honrar a personajes que con su actuar se acerquen a la vida y obra del personaje. Da pena y vergüenza ver cómo este reconocimiento es entregado a políticos corruptos, cleptócratas, exgobernadores que han estado y aún están presos que enfrentaron cargos y fueron condenados por diversos delitos. Quienes llegaron al poder no con el noble propósito de resolver los álgidos problemas de las comunidades, sino con el ánimo de enriquecerse a costa del mal manejo del erario. Sus condenas, destituciones y suspensiones así lo ratifican. Luis Antonio Robles Suarez debe estar revolcándose en su tumba.
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