Dentro de la aparente jungla que invade las realidades internacional y nacional en los tiempos que corren, es posible encontrar perspectivas claras. Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América, un personaje cada día más desprestigiado dentro de su propio país, calificó recientemente lo que sucede en Gaza como un desastre total que lleva varias décadas, en donde la gente roba comida, roba armas y roba de todo.
Una manera fácil de evadir la responsabilidad del ente sionista y de su primer ministro Netanyahu, en el genocidio ejecutado en vivo y en directo sobre la población palestina, pero, sobre todo, un expediente miserable para soslayar la responsabilidad directa de su gobierno y de su país en el horroroso espectáculo del medio oriente, en donde todo el crimen y la maldad llevan el sello indeleble de los intereses económicos y políticos del mundo occidental.
Expertos en geopolítica describen también este último como el Norte global, una especie de franja planetaria que involucra los países del G7, esto es Canadá, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, y a la que se pueden sumar Australia y Nueva Zelanda en lo fundamental, como el conjunto de países que enarbolan las banderas del máximo desarrollo económico y las formas políticas más avanzadas de la democracia.
De acuerdo con la vieja teoría del Heartland o el Corazón de la Tierra, planteada hace más de un siglo por el geógrafo británico Halford John Mackinder, existe en el mundo una zona que alberga infinidad de recursos naturales, a la que resulta casi imposible acceder por el mar y desde la que se puede llegar por vía terrestre al resto de la isla mundo, integrada por Europa, Asia y África, todo lo cual le confiere la potencialidad de convertirse en el mayor poder mundial.
Esa región está conformada por el este de Europa y el Asia Central, lo que podría más o menos equipararse a lo que en su momento constituyó la Unión Soviética, una nación que para los tiempos de Mackinder no existía aún. La famosa frase de Mackinder lo dice todo: "Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo”.
Por absurdo que puede parecer, dicha teoría sigue definiendo las directrices del mundo occidental. Las ambiciones de la Gran Bretaña y los Estados Unidos han sido siempre las de tener el control de esa región cardial, para impedir que florezca en ella un poder capaz de dominar el mundo. El asunto es que en esa región cardial han existido poderes como la Unión Soviética primero y ahora la Federación Rusa, a los que por tanto hay que destruir.
Una región que debe ser en primer lugar cercada, lo cual implica el apoderamiento del Oriente Medio, dueño de vitales recursos para Occidente, y el dominio del Pacífico Occidental, en donde una cadena de importantes islas debe convertirse en amenaza cierta. Es esa centenaria concepción del Heartland la que explica las guerras mundiales del siglo XX, la creación de Israel, la guerra de Corea y hasta el conflicto que se le arma hoy a China por Taiwán.
Y la que explica la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, que el Presidente ruso Vladimir Putin venía denunciando desde 2007 en Munich, que finalmente condujo a la guerra en Ucrania, de la que la propia OTAN y ahora Trump quieren responsabilizar exclusivamente a Rusia. Varios de los gobernantes de la Unión Europea han manifestado abiertamente el propósito de balcanizar a Rusia, en por lo menos 20 países pequeños y ojalá enfrentados como en la antigua Yugoeslavia.
Así que histórica y políticamente es el mundo occidental, con su codicia por la dominación mundial, el único responsable del desastre que describe falsamente Trump. Alienta saber que las cosas no le están saliendo muy bien. Ni en el Oriente Medio, donde Irán sorprendentemente acaba de darle una paliza histórica a Israel, ni en el este de Europa, donde Rusia, por encima de las bufonadas del presidente norteamericano, está poniendo en su lugar a Selensky y sus nazis.
El nacimiento y consolidación del ahora denominado Sur Global, señala que la pretendida hegemonía de Occidente va llegando a su fin
Pero, además, el nacimiento y consolidación del ahora denominado Sur Global, señala que la pretendida hegemonía de Occidente va llegando a su fin. No es cualquier cosa la alianza por el desarrollo y la colaboración económica solidaria entre Rusia, China, India, Brasil y Sudáfrica a la que se van sumando países que en su conjunto se acercan a la mitad de la población mundial y de su producto interno bruto. Necesariamente se avizora un mundo distinto.
El viejo orden, ese que interviene arbitrariamente en favor de Bolsonaro, sentenciado en Brasil, y de Uribe, condenado antier en Colombia, y que apoya el genocidio en Gaza, está llamado a perecer, los síntomas son evidentes. Su legitimidad ha muerto.
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