Desde niña, a Cindy Johana Reyes Rojas le gustaban los carros. Mientras otras niñas se entretenían con muñecas, ella prefería sentarse en el suelo a jugar carritos con sus hermanos mayores, John y Edison. Ese gusto no se le fue con el tiempo: apenas cumplió los 18 años ya tenía en sus manos la licencia de conducción categoría C1, un logro que consiguió gracias al apoyo de su padre, Luis Guillermo Reyes, conductor de pesados vehículos de construcción.
Hoy, con 42 años, Cindy vive en el barrio San Vicente, en el sur de Bogotá. Estudió el bachillerato en el Liceo Parroquial San Gregorio Magno, en el barrio Ricaurte y más tarde se graduó como tecnóloga en Administración de Empresas en la Fundación ESATEC. A los 28 años fue madre por primera vez. Pero la llegada de su hija en 2014 trajo consigo un reto enorme: la niña nació con serios problemas de salud en la columna, lo que obligó a Cindy a replantear su vida laboral. Necesitaba trabajar, pero también estar disponible para los cuidados médicos que requería su hija.
Fue entonces cuando decidió poner a prueba esa licencia que había guardado durante años. John, su hermano mayor, administraba varios taxis y Cindy le pidió una oportunidad. No tenía experiencia ni conocía bien la ciudad, pero se lanzó a recorrer las calles del norte de Bogotá y los alrededores de los centros comerciales. Su esposo, Luis Gabriel, mensajero de profesión y experto en moverse por la capital, fue su guía: le enseñó a orientarse, a entender las direcciones y a moverse en ese laberinto de vías que es Bogotá.
Los primeros meses fueron duros. Manejar sabía, pero ser taxista era otra cosa. Un conductor de taxi debía conocer la ciudad como la palma de su mano y en esa época, no existían aplicaciones de navegación que facilitaran el trabajo. Muchas veces se perdió, otras tuvo que pedir ayuda a las personas que veía en la calle e incluso a sus pasajeros. En más de una ocasión no tuvo más remedio que negarse a prestar un servicio porque no sabía llegar al destino solicitado.
Durante tres años recorrió Bogotá en taxi, sobre todo en Chapinero, la zona G, el Chicó y varios centros comerciales. Trabajaba una semana de día y otra de noche. Había jornadas en las que le iba bien y podía llevar a casa hasta mil pesos, pero en otras terminaba sin nada: después de entregar cuentas a su hermano, no le quedaba un peso en el bolsillo. Fue un periodo frustrante, pero también de aprendizaje. Finalmente, cuando la salud de su hija mejoró, decidió entregar el taxi y buscar un empleo más estable, con todas las garantías laborales.

En 2017, a sus 33 años, con el apoyo de su esposo, se presentó a una convocatoria de la empresa SUMA, que necesitaba conductores para buses del SITP. Era la única compañía que aceptaba licencias de categoría C1, así que Cindy no lo dudó. Pasó el proceso de selección, recibió un mes de capacitación y le entregaron las llaves de un microbús de 20 pasajeros en la ruta 41, que iba de Patio Bonito en Kennedy hasta los Alpes, en Ciudad Bolívar. También cubría una ruta rural hacia la vereda Pasquilla.
Tres meses después, tras recategorizar su licencia a C2, le confiaron una buseta, y más tarde, un bus padrón que recorría una de las rutas más largas: desde El Codito, en Usaquén, hasta el barrio Arabia, en Ciudad Bolívar, con un trayecto de tres horas. Allí en SUMA, se enteró de nuevas convocatorias: la empresa Bogotá Móvil buscaba conductores para buses articulados de TransMilenio.
En 2019, ya con licencia C3, renunció a SUMA y se presentó al proceso en el portal del sur. Fue seleccionada y comenzó la capacitación en abril de ese año. Dos meses después, recibió las llaves de un bus articulado. El cambio fue desafiante: pasó de conducir un microbús a manejar un vehículo de más de 18 metros. Al principio, no superaba los 30 kilómetros por hora; los nervios y el miedo a chocar o rayar el bus la acompañaban en cada maniobra. Su primera ruta fue la M47, que iba desde el portal del sur hasta el Museo Nacional.

Poco a poco ganó confianza. Durante más de cuatro años condujo buses articulados y desde hace dos, se convirtió en conductora de biarticulados de 27 metros de largo, con capacidad para 250 pasajeros. Con ello alcanzó la meta que se había propuesto desde el inicio: convertirse en una de las pocas mujeres al volante de estos gigantes del sistema.
Hoy, con 12 años de experiencia en la conducción de vehículos gigantes, Cindy Johana Reyes Rojas no se detiene. Está en proceso de capacitación para ser Operador Master, el rol que lidera a un grupo de conductores dentro de TransMilenio, velando porque la operación sea impecable, solucionando problemas en la vía y evitando sanciones para la empresa. Una nueva meta en una carrera que comenzó, muchos años atrás, con una niña que prefería jugar carritos en lugar de muñecas.
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