El atentado contra la vida del senador Miguel Uribe Turbay pone de presente una vez más la penosa situación que vivimos en Colombia. La muerte violenta es una posibilidad cercana que nos acompaña a todos. Nadie está a salvo de los sicarios, incluso si cuenta con el cuidado de la Unidad Nacional de Protección. Es triste, incluso indigna, nadie parece estar a salvo de las manos asesinas. Aunque hasta las víctimas tienen estratos.
Los espacios en los grandes medios están copados por el atentado contra el precandidato Uribe. Claro, no es cualquier colombiano del montón. Desciende de una familia de alcurnia y representa su herencia política. Hacía campaña por el partido del Centro Democrático, en franca competencia con otros personajes de su cuerda política. Consentido del expresidente Álvaro Uribe. Un vocero de los sectores más pudientes y reaccionarios del país.
No es frecuente que personajes de esa categoría sean objeto de atentados. Seguramente eso hace la diferencia. Hace unos días fue asesinado en Herrán, Norte de Santander, un joven auxiliar de policía. Apenas contaba con 19 años y sólo tenía un mes de haber sido enviado por sus superiores a ese municipio. Según reportes de prensa, fue ultimado por un francotirador del ELN, organización que debe estar celebrando la pronta toma del poder como consecuencia de ese crimen.
Según Indepaz, son 72 los líderes sociales y populares asesinados en lo que va corrido de este año, a lo que se agrega un dato aterrador. En un solo fin de semana reciente, seis líderes sociales perdieron la vida en los departamentos de Cauca, Cesar, Nariño, Huila y Valle. De estos apenas da cuenta la prensa en algún espacio apartado, colombianos anodinos, no cuentan. Por ellos no hay vigilias, reporterías permanentes, ni enviados especiales.
La cifra de los firmantes de paz asesinados desde la firma del Acuerdo La Habana de 2016 supera los 460. Y nada indica que se detenga ahí. Todos eran antiguos guerrilleros de las FARC originales, que dejaron sus armas y se reincorporaron a la vida civil cargados de esperanzas. En el Acuerdo, el estado colombiano se comprometía solemnemente a garantizarles su vida y a darles todas las oportunidades para su reincorporación económica, social, política y cultural.
Eso importa muy poco en este país. Sectores políticos de extrema, como el del precandidato Uribe Turbay, dedican buena parte de sus discursos y acciones políticas a tachar de terroristas, con las más odiosas imputaciones, a quienes se la jugaron toda por la paz de Colombia. No conciben su existencia, claman porque los metan a todos en prisión, sentenciados a largos años por sus acciones en la guerra. Una muestra de cuánto aborrecen las ideas distintas a las suyas.
Vivimos en nuestro país una situación horrorosa, que algunos segmentos políticos y sociales pretenden agravar
No intento asumir una posición de confrontación, simplemente trato de poner los pies sobre la tierra. Vivimos en nuestro país una situación horrorosa, que algunos segmentos políticos y sociales pretenden agravar con sus posiciones rayanas en la hecatombe. Duele mucho que en vez de reflexionar acerca de las causas reales y las posibles soluciones al ambiente hostil que nos rodea, haya esfuerzos desmedidos por acrecentar el odio y la violencia.
Hay para todo en este paraíso infernal. La periodista Vicky Dávila publicó un video para denunciar que fuentes que se reserva dentro de la inteligencia estatal, le han advertido que el atentado contra el candidato Uribe proviene de las filas de Iván Mordisco, el mismo que también adelanta planes criminales contra ella y la senadora María Fernanda Cabal. El exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, basándose en otras fuentes de inteligencia y reserva afirma otra cosa distinta.
Que el atentado tuvo origen en el Clan del Golfo y agentes de servicios de inteligencia extranjeros que buscan desestabilizar el actual gobierno. Las dos versiones podrían ser completamente falsas, aunque, dado el país que habitamos, también podrían ser completamente ciertas. Es que a toda esta alucinante situación nacional hay que añadir otra realidad dolorosa, la impunidad. Aquí lo verdaderamente importante siempre queda cubierto por el misterio.
La Fiscalía y demás aparatos de investigación criminal se pierden en laberintos. Padecemos un grave desorden, que quiérase o no, tiene origen en las escandalosas diferencias de fortuna. La desigualdad y la injusticia son los criaderos de toda criminalidad. La democracia en Colombia no está en peligro porque se atente contra un candidato, sino porque la miseria y falta de oportunidades no parecen tener remedio a la vista.
Quienes sueñan con cambiar esa situación y trabajan por conseguirlo, son objeto de rabiosa saña. Por encima de todo, debemos admitir que este país requiere de verdaderos cambios. No podemos olvidar que los niños sicarios, como la maleza, tienen origen en el abandono. Mafias, disidencias, paramilitarismo, bandas, manos negras, organismos de inteligencia podridos, todo proviene de un pasado pesimamente administrado.
Del que solo se puede salir cambiando, no hay que dejarse engañar.
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