El Festival cultural y deportivo de la vieja Providencia y Santa Catalina, que alguna vez fue símbolo de identidad, orgullo y unión comunitaria, se ha convertido en un escenario de tragedias que contradicen su esencia. Este año, la víctima fue Lindsay Torres Hooker, una mujer joven, madre ejemplar, degollada por su pareja frente a su hija menor mientras la música seguía sonando.
No fue un crimen aislado. Cada año, con la llegada del festival, se multiplican los episodios de violencia, accidentes de tránsito, consumo excesivo de alcohol y drogas. Lo que debería ser una exaltación de la cultura raizal se ha transformado en una caricatura de sí misma, disfrazada de celebración, pero vacía de respeto y sentido.
¿Dónde quedó la empatía? ¿Dónde el respeto por la vida? ¿Dónde la solidaridad que caracterizaba a estas islas? A casi medio siglo de celebraciones, es urgente preguntarnos:
¿Qué estamos celebrando cuando una mujer yace sin vida en el suelo? ¿No debería su muerte ser razón suficiente para detenernos, reflexionar y transformar? No se trata de cancelar la cultura, sino de rescatarla. De devolverle al festival su propósito original: unir, educar, celebrar la vida. Por eso, desde esta orilla de dolor, propongo una reestructuración profunda del evento:
• Protocolos de prevención de violencia de género.
• Espacios de memoria para víctimas como Lindsay Torres Hooker.
• Campañas de consumo responsable.
• Participación activa de mujeres y líderes comunitarios en la organización.
Que el nombre de Lindsay Torres Hooker, no se pierda entre el ruido. Que su memoria nos inspire a construir una Providencia más justa, más segura, más humana. Porque la cultura no se celebra con sangre. Se celebra con vida.
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