Gay, tatuado y dj: él es el sastre italiano que vestía al Papa Francisco

El diseñador Filippo Sorcinelli empezó a confeccionar ropa litúrgica con su taller LAVS, Benedicto XVI fue el primer papa que vistió y Francisco también lo eligió

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abril 24, 2025
Gay, tatuado y dj: él es el sastre italiano que vestía al Papa Francisco

A Filippo Sorcinelli le gusta el incienso. No solo para la misa sino para impregnar con ese aroma los trajes que hace. La olorosa fragancia él mismo la inventa, mezcla sagrada de resina y provocación. “El olor a Dios”, lo llama él.

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Sorcinelli es un hombre metódico, también es un hombre con muchas facetas. Tiene el cuerpo lleno de tatuajes. Se toma fotos sin camisa. Mezcla música electrónica. Todo aquello lo vive y lo entremezcla con su oficio es vestir al papa. O más bien: fue. Francisco ha muerto, y con él, tal vez, también algo del mundo en el que Sorcinelli encontró su sitio.

Italia, 1974. Un niño se queda quieto en la penumbra de una iglesia. Mira. No reza, no juega: solo mira. Las columnas, las túnicas, el polvo suspendido en la luz, los cajones donde los curas guardan sus vestiduras. “Ahí nació todo”, lo ha dicho en entrevistas muchos años después.

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Filippo fundó Atelier LAVS, una fábrica de ornamentos litúrgicos con nombre de fórmula secreta, como si fuera un alquimista medieval. Allí cose casullas, mitras, estolas. No para los sacerdotes de iglesias de pueblo sino para el Vaticano mismo. Ya ha diseñado más de setenta piezas para dos papas: Benedicto XVI, ostentosas y las de Francisco, muy franciscanas con telas livianas, líneas mínimas, blanco sobre blanco. Belleza sin barroquismo, humildad con bordado invisible, tan sencillas como lo fue Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco.

Pero los trajes diseñados por el italiano no son la historia. Lo que incomoda a los puritanos del dogma —lo que los ha enfurecido, escandalizado, y desconcertado— no es el largo del borde ni la fineza del lino. Es él. Filippo Sorcinelli es abiertamente homosexual. También es católico practicante. Va a misa, comulga, cree. En serio. No por escándalo, no por ironía, no como performance: por fe.

Los sectores más conservadores del Vaticano lo miran como se mira a un hereje elegante. No por lo que hace, sino por lo que representa: esa idea de que lo sagrado puede convivir con lo carnal, que el arte puede ser un camino hacia Dios aunque esté lleno de contradicciones. Que un hombre tatuado, gay, con fotos en Instagram donde parece más un DJ berlinés que un artesano litúrgico, puede confeccionar el traje del Santo Padre.

Y lo hizo. Francisco lo eligió para su primera misa como papa. Era 2013, Capilla Sixtina, y la Iglesia se asomaba —tímida, desconfiada— a la posibilidad de un cambio. La casulla era blanca, como la esperanza, como lo que representaba el papa.

Filippo no lo dice, pero su vida es un manifiesto. No tiene necesidad de gritarlo: basta con mirar su cuerpo, sus telas, sus respuestas suaves y certeras cuando le preguntan cómo se puede ser gay y católico sin estallar de contradicción. “¿Por qué no?”, ha respondido de manera directa sin inmutarse.

Quizá por eso su taller no solo cose, también elabora perfumes, diseña muebles, crea música sacra electrónica. Cada prenda y cada objeto que sale de LAVS busca despertar los cinco sentidos. Es arte multisensorial: se ve, se toca, se escucha, se huele, se siente. Como si vestir al papa fuera una ceremonia más compleja que la misa.

Ahora, con la muerte de Francisco, todo eso adquiere otro peso. Las vestiduras que él diseñó y que acompañaron al papa más ambiguo de las últimas décadas, más progresista y más conservador al mismo tiempo— se convierten en símbolos de un tiempo en suspenso. No se sabe si el próximo pontífice querrá vestirse de futuro o de pasado. Si llamará de nuevo a Sorcinelli o si por el contrario volverá al sastre de siempre, al de la ortodoxia sin perfume, sin el toque de incienso, y a los ornamentos que no fueron creados por un gay que incomoda a los puritanos.

Pero mientras tanto, Filippo, al igual que millones, llora en su taller la partida del papa argentino. En su taller de Santarcangelo di Romagna, rodeado de telas, cruces y sintetizadores, cose lo invisible. Dice que su trabajo no es solo estético, sino espiritual. Es su ministerio. Así lo llama. Como si ser artista fuera otra forma de ser sacerdote.

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