En la memoria de muchos bogotanos todavía está fresco aquel mediodía de diciembre de 2005 en el que el humorista Pedro Antonio González, con ganas de ser empresario, inauguró su primer restaurante en el centro comercial Plaza Imperial. Ese día se acabó el ajiaco antes de que el reloj marcara las dos de la tarde. La gente hacía fila para probar el cocido boyacense servido en ollas de barro, y el propio comediante caminaba entre las mesas con la misma picardía que en televisión. Era el inicio de una aventura que parecía destinada a triunfar.
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Durante los años siguientes, el negocio creció a un ritmo vertiginoso. La marca Don Jediondo Sopitas y Parrilla se expandió por centros comerciales de todo el país y se convirtió en un símbolo de la cocina típica llevada a las masas. Para 2013, ya tenía más de treinta locales y empleaba a cientos de personas. En esa época era normal ver filas de media hora para poder entrar. Todos querían sentir que estaban comiendo donde el famoso humorista.
Pero el mismo crecimiento que lo encumbró se transformó en su condena. Los costos de arriendo se multiplicaron, la logística para transportar ingredientes autóctonos a las distintas ciudades se volvió una odisea y los impuestos mordían las utilidades. La empresa empezó a financiar su expansión con créditos y leasing que no daban espera. En apariencia, todo marchaba bien; en los números, el edificio empezaba a agrietarse.
La primera alarma sonó en 2020, cuando la Superintendencia de Sociedades admitió a la cadena en un proceso de reorganización. Para entonces ya había deudas millonarias con entidades de seguridad social y con la DIAN. Y, como si fuera poco, llegó la pandemia. Los locales cerrados, los centros comerciales vacíos y los créditos activos terminaron por ahogar lo que alguna vez había sido una máquina de hacer plata vendiendo sopas.
En 2022 se firmó un acuerdo que le concedía diez años para ponerse al día. La tregua dio un respiro y permitió conservar los puestos de trabajo. Incluso se abrió un local en la Florida con la ilusión de conquistar el mercado latino en Estados Unidos. Sin embargo, la ilusión duró poco. Los precios de los alimentos se dispararon, el dólar encareció los insumos importados y los compromisos con los acreedores siguieron acumulándose.
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La lista de obligaciones era larga: Colpensiones, Porvenir, Protección, Positiva, la DIAN, los impuestos locales. A mediados de 2025 la deuda total ya superaba los 25.000 millones de pesos, una cifra casi idéntica al valor de los activos de la empresa. Entre tanto, los jueces de la reorganización constataron, una y otra vez, que los pagos no llegaban.
“La empresa no logró demostrar capacidad de cumplimiento. Cada audiencia terminaba con más obligaciones y menos soluciones”, se lee en uno de los documentos de la Superintendencia.
La situación llegó a un punto límite. La DIAN advirtió que cada plato servido generaba impuesto al consumo, pero la cadena acumulaba más de siete mil millones solo por ese concepto. Ni siquiera los intentos por negociar abonos parciales convencieron a los acreedores.
Billy Escobar Pérez, superintendente de Sociedades, lo resumió así: “Se agotaron todos los mecanismos legales de recuperación. La apertura del proceso de liquidación judicial busca proteger a los acreedores y salvaguardar el orden económico”.
Un rescate que nunca llegó
Cuando todo parecía perdido, en mayo de 2025 surgió una chispa de esperanza. María Eugenia Díaz, esposa y cofundadora de la cadena, anunció que un fondo colombiano y dos internacionales estaban dispuestos a inyectar cinco millones de dólares para salvar la marca. El anuncio retrasó la sentencia final. La condición era clara: empezar a pagar desde el 30 de junio.
El plan hablaba de nuevas “Tiendas de Café Don Jediondo” y de exportar productos como arepas y papa criolla. Pero los plazos vencieron sin que llegaran los giros prometidos. Para septiembre, la empresa debía entregar 2.000 millones a la DIAN, pero apenas alcanzaba a sostener las nóminas.
Lo que alguna vez fue un símbolo de comida típica y humor popular terminó reducido a un expediente en la Superintendencia de Sociedades. Lo que en 2005 comenzó con el aroma de hogao recién hecho, hoy huele a papeles sellados y audiencias judiciales.
Pedro González, el comediante que convirtió la risa en un negocio de sopas, sigue apareciendo en televisión con sus personajes campesinos. Pero la caída de su cadena le recuerda que no todas las historias se cuentan con humor.
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