La localidad de la Candelaria está catalogada como uno de los espacios de interés histórico, turístico y cultural más importantes de Colombia. Sin embargo, la localidad atraviesa una serie de problemáticas que van desde los procesos de gentrificación a la limitada capacidad de los entes tanto locales, distritales y nacionales para consolidar esta localidad como un referente de la cultura en todos los aspectos y no solo unas cuantas calles, museos o sitios de gastronomía.
La politiquería y atrincheramiento de intereses económicos y políticos, han estancado la proyección del Centro Histórico, como un lugar emblemático que simboliza nuestras raíces de memoria histórica y cultural.
Instancias como el Instituto Distrital de Patrimonio y Cultura o la Alcaldía Local de La Candelaria, promueven iniciativas en defensa de los bienes de interés cultural, con programas, iniciativas, convocatorias, con una muy marcada producción de proyectos que, al pasar las administraciones a otras, quedan en puntadas en alegorías o cantos de sirena, leyes, decretos como el ser catalogado distrito creativo en conjunto con la localidad de Santa Fe, pero no más, las posibilidades de ejercer verdaderos emprendimientos en conjunto de artistas, artesanos, casas de patrimonio no existen, salvo algunos ejercicios de reconocimiento del paisaje urbano o visita a los museos, desaprovechándose el enorme potencial de patrimonio, material e inmaterial de la localidad.
Existe una larga trayectoria de posibilidades que siempre hablan de lo mismo, mejorar las condiciones del Centro Histórico, una radiografía de la zona demuestra que existen espacios consolidados, producto del esfuerzo de las propuestas de la unión de comerciantes, los habitantes y porque no la ayuda de algunas universidades del sector, pero se quedan muy cortas en la proyección a una localidad de tanta importancia para Bogotá y Colombia. Si desgranamos el acontecer de la localidad, nos percatamos que esta no es sino una fotografía del país; funcionarios quienes parcelan la localidad con intereses politiqueros, el retrato es en los siete barrios que componen la localidad; Egipto, Belén, Santa Bárbara, La Concordia, La Catedral, Las Aguas y Centro Administrativo.
Los procesos de gentrificación se están haciendo cada vez más visibles dentro de la localidad, barrios como Belén, Santa Bárbara, Centro Administrativo, ya están siendo parcelados para edificar proyectos inmobiliarios “innovadores”, donde las edificaciones de patrimonio arquitectónico están siendo prácticamente demolidas o dejadas al olvido. Muchos sitios de interés histórico, se perciben repletos de vallas metálicas que impiden el paso a lugares emblemáticos como el Observatorio Astronómico, el Claustro de San Agustín, la Iglesia del mismo nombre, las edificaciones sobre la Carrera séptima aledañas al Palacio de Nariño, todo un laberinto, sin Policía de Turismo, puntos de información turística, los ciudadanos habitantes de estas zonas han reclamado insistentemente y la única respuesta de los organismos de seguridad de presidencia es que es por seguridad del señor Presidente y la Vicepresidenta, pero haciendo averiguaciones Colombia es tal vez el único país de América que usa esos deprimentes y vetustos medios de seguridad, pues en todos los países el ciudadano nacional o extranjero puede pasearse y hasta entrar a los Palacios de Gobierno.
Este panorama demuestra la falta de voluntad política de gobernantes, que limitan su paso, lo irónico es que en la localidad La Candelaria es donde se concentran los poderes más relevantes del país y la capital, pero el paisaje parece resumirse en una carrera séptima repleta de ventas ambulantes, de indigencia desbordada, microtráfico, basuras y como en una carrera sin partidor o jurados, todo vale todo se permite.
La Candelaria es una localidad que amamos por lo que representa y exigimos que los diferentes entes estatales generen un trabajo fusionado donde se permitan establecer soluciones a problemáticas percibidas y que limitan el desarrollo turístico para bien de la ciudad, de lo contrario esta Localidad perderá su realce quedando sumergida entre la basura, la contaminación visual, auditiva, el miedo, la indiferencia y lo peor deteriorar su identidad y proyección cultural y turística.
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