Los destellos de luz que salieron de la jueza Sandra Liliana Heredia y de la fiscal Marlene Orjuela, materializados en la privación de la libertad por 12 años a Álvaro Uribe Vélez, ha sido recibido con alborozo por el pensamiento democrático colombiano, pues sirve de paliativo al inmenso dolor padecido en nuestro país mientras estuvo a merced de este hoy condenado expresidente.
Se trata, por supuesto, de un alborozo que puede ser de corto plazo, pues el fallo que lo generó desembocará en el Tribunal Superior de Bogotá y, posteriormente, en la Corte Suprema, donde otras voces pueden dictar una sentencia distinta, pues, contrario a lo que hoy se dice, no es cierto que la justicia no se arrodille ante el poder, como lo evidenciaron los integrantes del cartel de la toga, ni que la justicia llegue, aunque tarde, como no les llegó a las víctimas de los innumerables crímenes que han terminado en prescripción, ni les llegará a las muchas otras víctimas, las de los 6 mil 402 falsos positivos, por ejemplo, en los que la presunción de culpabilidad como determinador señala hacia ese mismo convicto.
Un lunar en la sentencia es el de haberle reconocido, sin necesidad, valor probatorio a las interceptaciones telefónicas. El pensamiento progresista ha rechazado este tipo de prácticas, y no le queda bien aceptarlas ahora por el hecho de haber sido dirigidas contra este repudiable contradictor, pero ello no me inhibe para destacar que este procedimiento anómalo sirvió para hacer evidentes los métodos retorcidos de los que se ha servido el señor Uribe siempre que ha sentido la necesidad de someter a su voluntad todo lo que le resulte estorboso a la materialización de lo que le reclamen sus insaciables apetitos.
Si para hundir en el descredito y abortar la carrera política de un hombre impecable, como lo ha sido el senador Iván Cepeda, el expresidente acudió, por fortuna fallidamente, a semejantes expedientes, ¿Cómo dudar de que haya utilizado otros de igual ilicitud en casos relacionados, por ejemplo, con el Aro, con las tramoyas legislativas para hacerse reelegir, con los vínculos paramilitares y de narcotráfico y con muchos otros, aplicados al amparo de su frenesí de seguridad antidemocrática?
Que ojalá esta alegría no vaya a ser pasajera, y que sirva de ejemplo a muchos otros jueces que tienen en sus manos procesos cuyos sindicados son de igual o parecida envergadura a la de Uribe. Que ojalá, por encima de los miedos y las tentaciones, Sandra Liliana y Marlene les sirvan de aliciente en el propósito de mantenerse siempre leales a los cánones de una cumplida justicia.
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